En el siglo XIX, la geografía era una ciencia que abordaba más allá del estudio de ríos, lagos y montañas, pues incluía también el medio natural donde las personas desarrollaban sus sociedades, los sistemas políticos y los lazos que articulaban a sus pobladores dentro de un territorio, como lo menciona el militar, político y diplomático Juan Nepomuceno Almonte en su Catecismo de geografía universal para el uso de los establecimientos de instrucción pública de México, destinado a los niños y publicado por primera vez en 1837.
De acuerdo con el geógrafo francés Paul Claval, los especialistas en este ámbito de aquella época habitualmente “abordaban la historia a través de artefactos, construcciones y encuadres del paisaje. Las investigaciones giraban, sobre todo, alrededor de las sociedades atrasadas del mundo tropical o de los medios árticos, o sobre las masas campesinas de las grandes civilizaciones tradicionales”; es decir, la geografía también se proyectaba hacia lo cultural.
Es preciso tener en cuenta que en este periodo se planteaba un determinismo geográfico, un concepto con raíces antiguas que tuvo su auge en esta centuria y se refería a que toda sociedad y sus expresiones sociales y culturales son determinadas por el territorio que ocupan. “Se acuñó con más fervor debido al paradigma darwiniano, que basa en el medio ambiente el rol crucial que determina el destino de todas las especies”, señala la investigadora Carla Bocchetti. Este determinismo será procesado por los intelectuales del XIX como la manera en que las sociedades se han adaptado al ambiente.
Estos geógrafos conjuntaban también su conocimiento con disciplinas como la historia, lo que representaba, por ejemplo, el entendimiento de la intervención humana en su entorno natural y la construcción de sus paisajes culturales como parte de la historicidad de los pobladores, dentro de tal o cual territorio.
Conocer la geografía nacional
En las primeras décadas del México independiente surgiría un especial interés por reformar la vida nacional, derivado de la deficiencia educativa y científica, así como de cuestiones políticas e ideológicas. Entonces, personajes ilustrados, con ayuda del gobierno, enfocaron sus esfuerzos en la educación de la nueva nación.
Así, la geografía sería impartida mediante libros o catecismos, como el de Nepomuceno, que serían esencialmente estructurados a partir de los modelos educativos heredados de la Ilustración. Con el paso de los años, los libros con temas geográficos se hicieron mucho más numerosos y se les agregaba cada vez más grabados y dibujos de mapas que complementasen el texto, aunque en ocasiones la información carecía de confiabilidad y validez, aunado a que, en la mayoría de los casos, los saberes aún dependían de los estudios geográficos europeos.
La prensa también se sumó a esta tendencia. Hay que tomar en cuenta que uno de los principales objetivos del periodismo decimonónico era instruir a la población. Para la investigadora Eugenia Smith Aguilar, “la geografía comenzó a considerase un tema lo suficientemente sencillo como accesible como para que se le enseñara a niños, mujeres y población en general. Así, el conocimiento básico de la geografía nacional y mundial se volvió pronto un marcador de cultura y civilización, es decir una necesidad social para quienes deseaban proyectar una buena imagen en las tertulias y demás reuniones sociales”.
Crónicas del mundo para los niños
La prensa infantil de esa época, por su parte, pretendía moralizar y atraer la atención del niño a partir de textos agradables y fáciles de comprender. Por tal razón fue común la publicación de mitos, leyendas, fábulas y juegos en los periódicos. La más antigua de las ediciones mexicanas de esta índole fue el Diario de los Niños, publicado entre 1839 y 1840. Su director fue Wenceslao Sánchez de la Barquera; el impresor, Vicente García Torres. En su primer número planteaba lo que ofrecería a los lectores:
Una miscelánea de conocimientos propios a la primera edad en todos los géneros […] procurar a los mejicanos un nuevo medio de instrucción y adelanto. Cooperar de alguna manera a la mejora de la sociedad. La generación que nació bajo el reinado de Carlos IV, ya no puede tener las mismas ideas que la que ha nacido bajo el gobierno del México independiente.
La utilización de elementos literarios servía como fuente de información geográfica, pues acercaba al lector al objeto de estudio a partir de la creación de alguna historia en la que se describía detalladamente el paisaje y al mismo tiempo el sistema social y cultural, como la religión, la moral o los usos y costumbres de un territorio.
Forjar la identidad
El desarrollo de disciplinas como la etnología, geología, química o física, así como la geografía y las ciencias naturales, fue uno de los principales impulsos para la proliferación de estudios y crónicas que regularmente se publicaban en libros, diarios y revistas, con el objetivo de forjar la identidad al tiempo que instruían a la población, por lo menos a la que tenía los recursos para adquirir dichos impresos.
En este ámbito, no debemos olvidar el amplio número de escritos y documentos realizados por los viajeros, quienes muchas veces recorrían el país con fines científicos, económicos y hasta artísticos. El conocimiento en esa época sobre la gran cantidad y variedad de flora y fauna mexicanas, así como de las costumbres y los modos de vivir del siglo XIX, se debía en parte gracias a las litografías y dibujos de ellos.
Así, las publicaciones y obras geográficas de la primera mitad del siglo XIX, en su mayoría giraban en torno a una geografía nacional o local y contribuyeron al desarrollo identitario.
Esta publicación es un extracto del artículo "México: mi país" de la autora Emma J. Vázquez Miranda, que se publicó íntegramente en la revista impresa de Relatos e Historias en México No. 100: http://relatosehistorias.mx/la-coleccion/100-cien-ediciones-contando-his...