El Patrio

Joaquín Murrieta (ca. 1829-1853), un rebelde californiano
Alejandro Rosas Robles

La historia mexicana puede contarse a través de una serie de personajes que se volvieron legendarios porque no creían en más justicia que la que podían aplicar por propia mano. Tal fue el caso de un singular justiciero de mediados del siglo XIX, originario de Sonora, que según refieren las crónicas, combatió en la guerrilla del padre Domeco Jarauta durante la guerra contra Estados Unidos. Conocido como El Patrio, Joaquín Murrieta tomó en sus manos la venganza de todos los mexicanos que se vieron perjudicados por la firma del tratado Guadalupe-Hidalgo, el cual estipulaba la “venta” de 2 millones 400 mil kilómetros cuadrados del territorio mexicano a cambio de la paz y 15 millones de pesos.

Devoto de los caudillos, el pueblo cantó su historia a través de un corrido:

Señores: soy mexicano pero comprendo el inglés,/ Me lo aprendí con mi hermano al derecho y al revés,/ A cualquier americano lo hago temblar a mis pies,/ Me he paseado en California por el año del cincuenta,/ Con mi montura plateada y mi pistola repleta,/ Yo soy ese mexicano, mi nombre es Joaquín Murrieta.

Los justicieros comparten, en casi todos los casos, un origen común. Años antes de tomar la decisión de levantarse en armas, Murrieta padeció las injusticias de los poderosos: su esposa fue violada y asesinada por los norteamericanos que comenzaban a ocupar el otrora territorio mexicano. El sentimiento de venganza asomó en su historia y en poco tiempo encarnó las demandas de los derrotados. Antes que Chuco el Roto, o el propio Pancho Villa, el Patrio fue el primer mexicano en robar a los ricos para darlo a los pobres.

Experto conocedor de gran parte de California, Murrieta estableció su centro de operaciones en la región minera conocida como Mother Lode. Utilizaba las cañadas, los bosques del valle Yosemite y hasta el desierto para esconderse y garantizar el éxito de su golpes. Se rebeló durante los años de la fiebre del oro (1849-1853) en contra de los abusos cometidos por los norteamericanos que, pistola en mano, sostenían “derechos de conquista” incluso sobre los mexicanos que habían decidido reconocer al gobierno y las leyes de Estados Unidos.

Aun desconociendo la vida de Joaquín Murrieta, por el carácter de su lucha, el final de la aventura era previsible. Tres años duró “su” guerra. Acompañado de su pequeño ejército, conocido como la “Acordada”, robó diligencias, tomó poblaciones fronterizas y se hizo de varias conductas que transportaban oro y plata de las minas. Los rangers —versión norteamericana de los temibles rurales mexicanos— nunca pudieron encontrar su guardia. Desconocían la geografía del nuevo territorio que durante 36 meses fue la gran aliada de Murrieta.

En su obra Vida y aventuras de Joaquín Murrieta, famoso bandolero mexicano —publicada en varias ediciones durante el porfiriato— Ireneo Paz narró las andanzas de el Patrio y su triste fin. Con cinco mil dólares de recompensa por su cabeza, Murrieta tenía contados sus días. Una traición y una emboscada perpetradas por el capitán Harry Love a mediados de 1853, acabaron con el justiciero sonorense. Y para evitar las versiones de que seguía con vida, Love ordenó cortar su cabeza y exponerla en San Francisco.

La historia arropó el cadáver con el manto de la leyenda y en poco tiempo un personaje renació desde los confines de la ficción. Un nuevo Patrio, anónimo, comenzó a cabalgar con un rostro cubierto por un antifaz y bajo un nombre que se haría célebre: El zorro.

 

Esta publicación es un fragmento del artículo “El Patrio” del autor Alejandro Rosas Robles y se publicó íntegramente en la edición de Relatos e Historias en México, núm. 30.