A mediados de mayo de 1520, el imprudente conquistador extremeño Pedro de Alvarado –al que los nahuas habían apodado Tonatiuh, a causa de su rubia cabellera– desató una de las más sangrientas masacres indígenas, conocida en los anales de la historia de México como la Matanza del Templo Mayor, de funesta memoria.
Resulta que, por esas fechas, Hernán Cortés abandonó Tenochtitlan –en la que “vivía” desde noviembre de 1519– para dirigirse a las costas veracruzanas y detener a la armada que venía a aprehenderlo, al mando del general Pánfilo de Narváez. La escuadra era enviada por su archienemigo: el gobernador de Cuba, Diego Velázquez, al que Cortés había defraudado y traicionado.
Antes de partir, Cortés había dejado al mando de Tenochtitlan al rubio y temperamental Alvarado. Le encargó el orden de la ciudad y la custodia del emperador Moctezuma, a quien los conquistadores mantenían secuestrado en el Palacio de Axayácatl. Así pues, los indígenas pidieron permiso al encargado Alvarado para celebrar la fiesta de tóxcatl, dedicada a Tezcatlipoca y Huitzilopochtli. El bravo conquistador otorgó el permiso. Pero a la mitad de los festejos, Alvarado enloqueció. No sabemos bien a bien por qué (hay muchas versiones al respecto), pero enloqueció.
A mansalva, él y sus hombres iniciaron la brutal carnicería. Niños, mujeres, ancianos, hombres principales, todos desarmados, caían muertos por cientos: “[unos] cortados por medio, otros atravesados y barrenados por los costados, otros llevaban las tripas arrastrando, huyendo hasta caer”, se recuerda en el Códice Ramírez.
La matanza desencadenó la primera de varias sublevaciones y férreas rebeliones indígenas. Cortés regresó a Tenochtitlan a mediados de junio e intentó, teniendo como rehén a Moctezuma, calmar el alzamiento. Pero fracasó y tuvo que abandonar la ciudad con todas sus huestes. Esto dio origen al episodio conocido como la “noche triste” (o victoriosa, según quién lo cuente). Justo esa noche, el 30 de junio de 1520, a la altura de la iglesia de San Hipólito (en la vía que después se llamó Puente de Alvarado y recién fue nombrada México-Tenochtitlan), varios conquistadores y sus aliados, entre 200 y 500, quedaron atrapados y fueron capturados por los indígenas.
Algunos de esos que no lograron escapar, entre ellos niños, mujeres, sacerdotes y gente de la armada de Narváez –a la que Cortés había prometido cargos y riquezas–, fueron llevados en calidad de presos y asesinos al pueblo acolhua de Zultépec, en Tlaxcala, donde los habitantes en resistencia los sacrificaron uno a uno en su Templo Mayor y luego se los comieron.
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