Uno de los mayores logros durante el régimen de Porfirio Díaz fue la construcción de las diversas líneas de ferrocarril que incentivaron el comercio y la migración en toda la República. Con ellas también se crearon empleos novedosos, como especialistas en la construcción, reparación y manejo de estas máquinas: el gremio ferrocarrilero. En principio, la instrucción de muchos de estos individuos no fue escolarizada, sino empírica, al realizar trabajos asignados y aprender de sus superiores, forjándose reputación entre los suyos.
En Nacozari, Sonora, esta historia se concretó en Jesús García Corona, un hombre muy trabajador que, después de desempeñar diversas tareas desde la adolescencia, llegó a operar el ferrocarril de la empresa minera Moctezuma Copper Company, que trasladaba personal y cargamento entre la mina y Nacozari.
Con cuatro años de experiencia como maquinista, a García se le encomendó suplir a un compañero enfermo y realizar las actividades cotidianas del día 7 de noviembre de 1907, cuando se habían programado tres recorridos de apenas cuatro kilómetros cada uno.
Durante aquella jornada se combinaron trabajadores, herramientas y… explosivos. El error fue colocar la dinamita muy cerca de la locomotora. El carbón lentamente hizo su trabajo, subió la presión del vapor y movió el convoy, pero sus chispas volaron hasta alcanzar los furgones malditos. “Oye, hay humo en el polvorín”, se dice que le gritaron a Jesús. La cuadrilla intentó apagar el fuego, pero el desastre estaba cerca. El hombre les gritó que se arrojaran y entonces, a todo vapor, alejó la bomba del pueblo. Apenas alcanzó un kilómetro y estalló.
Relatos de la época indican que la onda expansiva fue terrible. Las personas que casualmente se encontraban cerca de su trayecto fallecieron, pero el maquinista salvó a cientos con su brava decisión. Como tributo, el poblado cambió su nombre a Nacozari de García. La valerosa acción se reconoció a lo largo y ancho del país con monumentos y calles llamadas “Héroe de Nacozari”.
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