El generalísimo llama a la puerta

Cuando el escritor dominicano Pedro Henríquez Ureña dejó su patria para siempre

Ricardo Lugo Viñas

El 16 de agosto de 1930 el general Rafael Leónidas Trujillo asumió formalmente la presidencia de la República Dominicana, tras unas elecciones marcadas por la mácula del fraude y precedidas por un golpe de Estado que derrocó al antiguo mandatario Horacio Vásquez. Así, el golpista Trujillo comenzó a organizar su gobierno, un gobierno que muy pronto se tornaría sangriento, totalitario y corrupto, y que devendría en una brutal dictadura de 31 largos y aciagos años.

Como buen político, durante los primeros meses de su presidencia, Trujillo trató de allegarse a notables personajes que pudieran integrar su gabinete y de alguna manera legitimar su gobierno. Con gran talento, logró seducir a uno de los más destacados dominicanos del siglo XX: Pedro Henríquez Ureña, crítico literario, filólogo, filósofo, escritor, periodista y “maestro de América”. Don Pedro llevaba muchos años viviendo fuera de su país. Había salido de su natal República Dominicana en 1901 para estudiar en Estados Unidos, después en Cuba y finalmente en México, a donde llegó a principios de 1906 con apenas 21 años a cuestas, un doctorado en Letras y su primer libro publicado: Ensayos críticos.

México fue fundamental para Henríquez Ureña, al grado de que muchos lo han creído mexicano. El dominicano, hijo de la poeta Salomé Ureña y del médico Francisco Henríquez y Carvajal –presidente de República Dominicana en 1916–, fue protagonista de varios hitos de la historia cultural y literaria de nuestro país, como la fundación del Ateneo de la Juventud –al lado de sus amigos Alfonso Reyes y Antonio Caso– y de la revista Savia Moderna. Además, fue catedrático de la Universidad Nacional y director general de Enseñanza Pública, bajo la recién creada Secretaría de Educación Pública dirigida por José Vasconcelos.

El 23 de mayo de 1923, Ureña se casó con una joven mexicana: Isabel Lombardo Toledano, hija de una opulenta familia. Pocos meses después de la boda, el escritor se enemistó con Vasconcelos por temas políticos y de negocios, asunto que lo obligó a abandonar México. Luego, a mediados de 1924, Ureña y su familia se instalaron en Buenos Aires, Argentina, en donde él se dedicó enteramente a la docencia. Ahí recibió una atractiva oferta del Jefe, el generalísimo, el Padre de la Patria Nueva: Trujillo. El presidente le ofreció ocupar la cartera de superintendente general de Enseñanza, equivalente a una secretaría de Estado. Don Pedro lo consultó con su familia y finalmente aceptó el ofrecimiento. De esa forma, para finales de 1931, Ureña retornó a su tierra. El recibimiento que se le hizo fue apoteósico, aunque el sueño duró apenas unos cuantos meses.

Un mediodía de 1932 el generalísimo se presentó en la casa de Pedro, mientras éste estaba en el trabajo. El Jefe deseaba ver a la esposa de su superintendente de Enseñanza, la joven Isabel, pero la mexicana tuvo el valor de negarse: “No recibo visitas cuando mi marido no está en casa”. Y es que Trujillo, entre las mil atrocidades que solía hacer, tenía la perversa manía de acostarse con las esposas de sus ministros, como prueba de lealtad hacia el ensoberbecido dictador. En cuanto Isabel le contó lo sucedido, don Pedro tomó la decisión de renunciar.

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