Este filósofo griego llegó a México en 1861, armado con las ideas de Charles Fourier y Pierre-Joseph Proudhon, promovió un cooperativismo integral que sembrara una nueva armonía para la humanidad. El socialismo que predicaba se inspiraba también en la doctrina cristiana y tuvo enorme éxito, al grado que fue uno de los precursores de la organización de obreros y artesanos en este país.
Plotino Rhodakanaty fue uno de los pioneros y principales promotores del socialismo en el México del siglo XIX. ¿Cómo reconstruir la biografía de este hombre tan apasionado, generoso, entusiasta y huidizo? Su obra escrita nos permite conocer su pensamiento; de su vida en cambio sabemos poco: nació en Atenas el 14 de octubre de 1828 y descendía de nobles griegos y de una aristócrata austriaca. Al poco tiempo su madre lo llevó a vivir a Viena, junto a sus abuelos, ya que el padre de Plotino, médico y escritor, había muerto en la guerra de liberación helénica contra los turcos.
Vivió su juventud como un buscador activo e hizo suyos los ideales de los obreros europeos. Entregado y ardiente, en su afán por servir a los demás inició en Viena la carrera de medicina. Nos dice el historiador José Valadés que cuando tenía veinte años, los remolinos libertarios del 48 “le llevaron a Hungría, donde se hizo devoto de las libertades; admiró y siguió las luchas de los húngaros y fue ciudadano de tal país”. Pero la gesta del pueblo húngaro por su independencia fue brutalmente reprimida por los Habsburgo.
Poco después se trasladó a Berlín, donde además de medicina estudió filosofía, convirtiéndose en gran admirador de los pensadores Friedrich Hegel y Baruch Spinoza. También lo cautivaron las ideas de Charles Fourier, socialista utópico que proponía la creación de comunas (falansterios), y del anarquista Pierre-Joseph Proudhon; fue tal su admiración por ellos que en 1850 se trasladó a París para conocerlos personalmente y ahí militó al lado de los anarquistas y socialistas.
En París conoció –se dice que por medio de un amigo mexicano– el decreto del 1 de febrero de 1856 del presidente Ignacio Comonfort, que permitía a los extranjeros avecindados en México hacerse de fincas urbanas o rurales, otorgándoles derechos de naturalización, lo cual regulaba la colonización.
Rhodakanaty decidió migrar a tierras mexicanas para organizar colonias como comunas o falansterios, aunque primero viajó a España para aprender y dominar el idioma. Pero en enero de 1858, cuando se preparaba para cruzar el Atlántico, inició la Guerra de Reforma, por lo que se quedó en la nación ibérica hasta que se enteró que Benito Juárez había llegado a la presidencia.
¿Territorio fértil para el socialismo?
Al llegar a México en 1861 se encontró con una situación política sumamente inestable: el presidente Juárez, tras defender la legalidad republicana durante la Guerra de Reforma, regresaba a la capital en medio de un caos civil. Entonces Rhodakanaty se dedicó a dar lecciones de filosofía, a compartir el pensamiento de Spinoza y, según nos dice el historiador Jorge Basurto, “a cultivar la amistad de la gente pobre a la que auxiliaba con sus conocimientos médicos”, los cuales unía con la homeopatía y la herbolaria.
Sus contemporáneos describen a Plotino como un hombre de carácter amable, bromista, “un titán del saber”, dueño de un discurso seductor. Mientras aleccionaba o convivía con los campesinos y artesanos, observó que, a pesar de estar sumamente oprimidos por los hacendados, practicaban en sus pueblos un cooperativismo tradicional que se acercaba a los ideales planteados por Fourier y Proudhon. Sobre la base de esta tradición comunitaria propuso organizar a los campesinos para que construyeran un sistema de colonias agrarias, documentado en las doctrinas socialistas y en la vida de los primeros cristianos, simbiosis que se popularizó entre sus discípulos.
La famosa Cartilla socialista
En 1861 publicó un folleto de amplia difusión en el que sintetizó su pensamiento y las posibilidades de acción: Cartilla socialista o sea el catecismo elemental de la escuela socialista de Carlos Fourier, por Plotino C. Rhodakanaty, fundador de La Social, quien la dedica al uso, instrucción y práctica de la clase obrera y agrícola de la República. Se trata de una exposición didáctica, con preguntas y respuestas, que va guiando al lector hacia las ideas de la libre cooperación social:
Pregunta. Bien. Sírvase usted decirme cuál es el estado social más perfecto.
Respuesta. Será aquel cuya hipótesis pueda concebirse como un orden, en el cual individuos, familias y pueblos, asociarán libremente su actividad, para producir el bien de todos y cada uno, por oposición al estado actual, en que individuos, familias, pueblos y clases, atrincherados en la estrecha ciudadela de sus intereses egoístas, se oprimen y luchan miserablemente unos contra otros, con grave detrimento de todos y cada uno, de la sociedad y del individuo.
En la lección cinco señala: “Queda establecido que la escuela societaria que intenta imponer su sistema a la sociedad actual, por otra fuerza que la espontánea voluntad y libre aceptación del público convencido de su bondad; que solo aspira a darlo a conocer por medio de la propaganda escrita y oral, y hacerlo juzgar por la vía de la que atacan con tanta furia el orden de cosas existente, y que lo condena de antemano si la sociedad no lo realiza por sí mismo y libremente, después que haya podido conocerlo y juzgarlo por experiencias locales convenientemente realizadas”. En la lección siete dice que “la libertad individual se concilie y combine perfectamente con el orden general”.
Su pensamiento incluía a las mujeres, a quienes en una de sus cartas escribe: “Sí, queridas niñas, hermanas de los ángeles, vosotras estáis llamadas por el estudio a ser las que revindiquéis a vuestro sexo ultrajado por la injusta sociedad en que vivimos”. En seguida las motiva para “saborear los goces de la emancipación ejerciendo las profesiones, practicando las artes, desempeñando con cuidado y con esmerado afán los cargos públicos”.
Esta publicación sólo es un fragmento del artículo "El socialismo utópico de Plotino Rhodakanaty" de la autora Esther Sanginés García, que se publicó íntegramente en Relatos e Historias en México, número 105.