Cazadores de microbios

El Instituto Bacteriológico Nacional 1905-1921
Consuelo Cuevas Cardona

En las primeras décadas del siglo XX funcionó en México un instituto científico que destacó por sus estudios sobre enfermedades infecciosas y se puso a la altura de los más grandes centros de investigación del mundo, además de que aplicó el conocimiento creado en sus laboratorios para combatir afecciones y epidemias que aquejaban a la población

 

En 1916 Henrique da Rocha-Lima, investigador brasileño, logró describir a la bacteria que provoca el tifo, una enfermedad que durante siglos diezmó a poblaciones enteras en todo el mundo. En un libro que escribió en 1919 relató los esfuerzos realizados en los laboratorios de varios países para encontrar a este diminuto y devastador microorganismo, los cuales le permitieron hacer finalmente el descubrimiento. Entre los nombres mencionados se encuentra el de Ángel Gaviño y Joseph Girard, investigadores del Instituto Bacteriológico Nacional (IBN) de México.

Dicho instituto se fundó el 12 de octubre de 1905 con el fin de elaborar sueros y vacunas que controlaran enfermedades y evitaran epidemias. Como director se nombró a Ángel Gaviño Iglesias, quien había logrado evitar que la peste bubónica entrara al país en 1903. En ese entonces Gaviño trabajaba en el Instituto Patológico Nacional, un centro de investigación dedicado al estudio de las enfermedades frecuentes en México y, ante la amenaza, preparó veinte mil unidades de vacuna antipestosa, de manera que su aplicación y otras medidas higiénicas lograron evitar el contagio. Esto convenció al gobierno de crear un instituto dedicado a la prevención de posibles epidemias.

A partir de 1906 se empezó a contratar al personal que formaría parte de la institución. El primero fue Joseph Girard, quien trabajaba en el Instituto Pasteur de París. Para convencerlo de venir a México se le ofreció un sueldo más alto que el del director, gastos de viaje de ida y vuelta, y la promesa de que dedicaría todos sus esfuerzos a los programas bacteriológicos del IBN y que no se le pediría ningún otro trabajo.

El 6 de febrero de ese mismo año se contrató a la primera mujer que se ha detectado como investigadora en el país: Esther Luque Muñoz, quien entró a trabajar en la sección de química biológica. Si bien en un principio recibió un sueldo inferior al de sus compañeros varones del mismo nivel, en poco tiempo su ingreso se elevó, y año y medio después ya percibía el triple de su paga inicial, lo que indica el valor de su trabajo. La joven había estudiado la carrera de Farmacia en la Escuela de Medicina y fue recomendada por uno de sus profesores, Alejandro Uribe, quien también formaba parte de la plantilla del centro de investigación. La señorita Luque era oriunda de Pachuca, Hidalgo, y estudió la preparatoria en el Instituto Científico y Literario de esa ciudad. Desde entonces mostró ser una mujer brillante; en su expediente quedaron registrados los numerosos premios y reconocimientos que recibió por su empeño. En la sección de química biológica era justamente donde se preparaban los sueros y las vacunas para vencer enfermedades como la difteria, neumonía, peste, tuberculosis y tétanos. Los medicamentos resultantes eran eficaces y más baratos que los que se habían importado hasta entonces.

En el IBN, además, se hacían investigaciones básicas sobre diferentes microorganismos. En un informe de 1909 señalaron que habían hecho un estudio de la acción del pulque sobre el bacilo de la tuberculosis. A los investigadores les preocupaba que los tlachiqueros enfermos pudieran contaminar el aguamiel y que los consumidores adquirieran la enfermedad. Después de realizar distintos análisis descubrieron que, efectivamente, el bacilo podía encontrarse comúnmente en el aguamiel, pero desaparecía a los tres días de fermentación, de manera que pudieron hacer recomendaciones para evitar el contagio. De acuerdo con éste y otros informes, hasta entonces habían estudiado los parásitos encontrados en ranas, iguanas y ratas por la posibilidad de que éstos pudieran infectar también a los seres humanos.

La cura del tifo

Uno de los estudios que se realizaron desde el principio de la existencia de la institución fue el del tifo. En muchas partes del mundo se hacían intentos por descubrir el microorganismo que provoca este mal terriblemente contagioso y para tratar de encontrar una cura. Los investigadores del IBN durante varios años trataron de detectarlo, pero no lo lograron, en parte por la dificultad de encontrar animales de laboratorio en los cuales hacer sus estudios. Algunos investigadores, tanto en México como en otros países, se habían atrevido a realizar experimentos con seres humanos, lo que el personal del IBN no consideraba correcto, de manera que debían buscar animales sensibles a la enfermedad para poder trabajar.

Charles Nicolle, el investigador que descubrió que los piojos son los transmisores de la bacteria, utilizó chimpancés. En el IBN probaron con especies de primates de México y Centroamérica, como Ateles vellerosus, Mycetes villosus Cebus hypoleucus, logrando transmitirles la enfermedad. Sin embargo, conseguir estos animales era muy caro, por lo que probaron también con el perro, el conejo, el cerdo y el asno, sin que éstos manifestaran ningún síntoma del mal.

 

Esta publicación es un fragmento del artículo “Cazadores de microbios” de la autora Consuelo Cuevas Cardona y se publicó íntegramente en la edición de Relatos e Historias en México, núm. 60