En las sesiones de la Cámara de Diputados no hubo reclamos al presidente Gustavo Díaz Ordaz –que desde el principio asumió la responsabilidad- argumentando que había cumplido con su deber- no obstante la gravedad de los hechos ocurridos.

Oriana Fallaci estaba ese día en la plaza de las tres culturas, la noticia de la masacre invadió los teletipos de todo el mundo; no había duda: los de guante blanco se habían mezclado entre los manifestantes, el Comité de Huelga estaba arriba, en el Chihuahua. En aquellas horas circularon distintas versiones, algunos sostuvieron que los primeros disparos fueron hechos por francotiradores desde el lado opuesto al que ocupaban los soldados, las descargas alcanzaron a miles de jóvenes que en medio de la confusión no encontraron refugio.

El percance sufrido por la fotógrafa italiana invadió los cintillos de los periódicos de aquí y también de su país. Era un testimonio  innegable. Después vino un largo silencio. Era la época en la que no había defensores de los derechos humanos, o eran tan pocos que su voz no se escuchó. Sólo basta ver los titulares de los periódicos de aquellos días para darse cuenta del control   que se ejerció sobre la prensa. En las sesiones de la Cámara de Diputados no hubo reclamos al presidente Gustavo Díaz Ordaz –que desde el principio asumió la responsabilidad- argumentando que había cumplido con su deber- no obstante la gravedad de los hechos ocurridos. Una Mirada al pasado recinete permite ver que Tlatelolco, la infamia má sonada en la historia de México y parteaguas en la lucha por la democracia, no fue una excepción, el régimen político nacido de la Revolución Mexicana ya había rubricado otras escenas dolorosas…

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