Leandro Valle, el héroe de la República muerto por la espalda

Luis A. Salmerón

“¡Descansa en paz, sublime mártir de la libertad republicana! Los pendones enlutados de la patria sombrearán tu sepulcro en son de duelo, y el libro de la historia guardará tu nombre en esa página reservada a los mártires y los héroes”, expresó el escritor y periodista Juan A. Mateos en el Libro rojo (1871).

 

El último combate

El triunfo liberal en Calpulalpan le presentaba a Leandro Valle un futuro brillante. Al restaurarse los poderes en la capital de la República, fue nombrado comandante militar del Distrito Federal y diputado por Jalisco al Congreso de la Unión. Además, contaba con una gran popularidad entre los soldados y los seguidores del partido liberal. Varios de los conservadores derrotados tenían sobradas razones para estar agradecidos con él, baste el ejemplo del general Ignacio del Valle, quien en la batalla de Calpulalpan cayó herido de gravedad y estaba a punto de ser ultimado por los soldados liberales cuando Leandro apareció en el campo y ordenó que lo protegieran, curaran sus heridas y garantizó después su traslado seguro a la capital. Amigos y enemigos veían en su carrera sin mancha uno de los principales ejemplos del honor militar tan apreciado en aquellos años.

Sin embargo, 1861 no sería un año fácil para los liberales. El 3 de junio se recibió en la capital la noticia del asesinato del ideólogo liberal Melchor Ocampo, perpetrado por órdenes del general Leonardo Márquez, quien se negaba a rendirse y lideraba las guerrillas rebeldes junto a Félix Zuloaga. En el célebre Libro rojo (1871), el poeta Juan A. Mateos se refiere al papel de Leandro Valle en aquel día aciago para la República:

 

El pueblo se sintió herido por aquel rudo golpe, y se lanzó a la cárcel de reos políticos en busca de víctimas: entonces Leandro Valle se apresuró a contener el desorden, habló al pueblo en nombre de su honra sin mancha, de la gran conquista que acababa de alcanzar en su gran revolución de reforma, y de su porvenir. La tempestad se calmó; pero de aquellas olas inquietas todavía se desprendió una voz fatídica como la de un agorero: “Cuando el general Valle caiga en poder de los reaccionarios, no le perdonarán”.

 

El 4 de junio, el Congreso de la Unión promulgó un decreto poniendo fuera de la ley y de toda garantía en sus personas y propiedades a Félix Zuloaga, Leonardo Márquez, Juan Vicario, Manuel Lozada, Tomás Mejía, José María Cobos y Lindoro Cajiga, y designaron al general Santos Degollado jefe del destacamento para salir en persecución de los asesinos de Ocampo. El día 15 siguiente, Degollado fue derrotado y ejecutado en Llano de Salazar, Estado de México, por el coronel Ignacio Buitrón. Leandro Valle, que quería y admiraba a don Santos, pidió al Congreso licencia para salir a vengar a los dos prominentes liberales.

El 21 de junio, por solicitud del general y ministro de Guerra Ignacio Zaragoza, el Congreso le concedió licencia para que se hiciera cargo de una brigada para enfrentar a los hombres encabezados por Márquez, conocido como el Tigre de Tacubaya, la cual estaría formada por tropas de los batallones 2º Ligero de Zacatecas y Moctezuma, llevando además cinco piezas de artillería de montaña.

En las primeras horas del día 22, Valle salió de la Ciudad de México al frente de sus hombres con rumbo a Toluca, no sin antes despedirse de su madre, la Sra. Ignacia Martínez, en su domicilio de Tacubaya. Al calor de la cotidiana discusión entre madre e hijo, ella no le permitió salir sin colgarle al cuello un relicario, quizá presintiendo algo funesto. Así, parte a la caza de un enemigo cada vez mejor organizado, Leonardo Márquez, cuya capacidad militar iba a la par de su crueldad, y por Zuloaga, quien al partir Miramón al exilio representaba la cabeza política de la resistencia conservadora.

El último combate de Leandro Valle fue narrado a detalle por varios periódicos de la época y por algunos escritores contemporáneos que se encargaron de escribir su biografía. Entre estos relatos destaca el de Juan A. Mateos en el citado Libro rojo:

 

Estamos en la mañana del 23 de junio de 1861: las nubes se arrastran entre los pinares del Monte de las Cruces, y una lluvia menuda cae en el silencio misterioso de aquellos bosques [...] Ni un viajero cruza por aquellas soledades, reciente teatro de una catástrofe. El huracán de la revolución tiene yermos aquellos campos.

Repentinamente aquel silencio se turba; grupos de guerrilleros comienzan a aparecer en todas direcciones, posesionándose de las montañas y desfiladeros, indicando el movimiento de una sorpresa.

Unos batallones se sitúan en la hondonada de un pequeño valle, en actitud de espera. Pasan dos horas de expectativa, cuando se dejan ver las primeras avanzadas de una tropa regularizada; se oyen los primeros disparos, y comienza a empeñarse un combate parcial; los soldados de Valle se extienden por las laderas, desalojando a los reaccionarios y con el grueso de sus tropas hace un empuje sobre las del llano, que resisten a pie firme unos minutos y comienzan después a desordenarse. Los guerrilleros de la montaña pierden terreno y se repliegan a su campo.

Valle debía obrar en combinación con las fuerzas del general [José María] Arteaga que se le reunirían en aquel campo; pero alentado con el éxito de su primer movimiento, cree alcanzar, sin auxilio, una fácil victoria, y se lanza con arrojo sobre el enemigo que huye en desorden.

Una coincidencia fatal viene a arrebatarle su conquista.

Márquez llega al campo enemigo accidentalmente, con fuerzas superiores a las de Valle, le sorprende en ese desorden que trae consigo la victoria, y alcanza a derrotarle completamente.

Valle hace esfuerzos inauditos de valor; sus oficiales le quieren arrancar del campo; pero él prefiere la muerte a presentarse prófugo y derrotado en una ciudad que le aguardaba victorioso.

El joven general cae prisionero después de disparar el último tiro de su pistola.

El Tigre de Tacubaya, la hiena insaciable de sangre, tiene una víctima más entre sus garras y no la dejará escapar.

 

Muerto por la espalda

Las noticias del combate llegaron poco a poco a la capital. El periódico El Siglo XIX publicó el 25 de junio: “Se dice que el general D. Leandro Valle no se salvó en el desastre de antes de ayer, que cayó prisionero, fue presentado a Márquez y este lo mandó fusilar en el acto y colgó el cadáver de un árbol. No tenemos pormenores. Los buscamos en el periódico oficial, que hoy como siempre, se refugia en un mutismo desesperante”.

Al día siguiente el mismo periódico confirmó la terrible noticia: “Conmueven profundamente las circunstancias que acompañaron este trágico acontecimiento. El joven Valle ha sucumbido como un héroe, dando pruebas de valor hasta su último instante”. El periódico El Movimiento publicaba el mismo día: “Los enemigos de la humanidad han cometido un nuevo crimen el denodado joven D. Leandro Valle, que con un arrojo digno de mejor suerte se batió a la cabeza de sus leales tropas, fue prisionero de la insaciable hiena de Tacubaya y fusilado pocos momentos después”.

Los pormenores de la muerte de Valle ocuparon varios días los periódicos de la capital y eran en general coincidentes. El joven general capturado fue condenado a muerte por Leonardo Márquez, quien ordenó que se le comunicara que tenía media hora para prepararse a lo que, aseguran algunas crónicas, contestó Valle: “Hace bien Márquez, yo no le hubiera dado ni tres minutos”. Después pidió papel y pluma y escribió a sus padres y hermanos: “En el Monte de las Cruces, Junio 23 de 1861. Papá y madre queridos; hermanos todos. Voy a morir, porque ésta es la suerte de la guerra y no se hace conmigo más que lo que yo hubiera hecho en igual caso; por manera que nada de odios, pues no es sino en justa revancha. He cumplido siempre con mi deber; hermanos chicos, cumplan ustedes, y que nuestro nombre sea honrado como el que yo he sabido conservar hasta ahora”.

También escribió a su prometida y se dio tiempo aún para preguntar los pormenores del combate en el que había sido derrotado. Después le comunicaron que sería fusilado por la espalda, como traidor, a lo que replicó: “¡Por la espalda! Yo no soy traidor, seguí siempre una bandera”. Aunque en este punto las crónicas coinciden en que Márquez fue inflexible, a lo que el resignado joven general replicó sonriente: “Lo mismo da morir por delante que por detrás”.

Se despidió de sus soldados y, según algunos testigos, efusivamente del general conservador Miguel Negrete –que después sería uno de los héroes en la defensa del 5 de mayo de 1862 contra los invasores franceses–, quien se apeó de su caballo para dar un abrazo al joven militar. También regaló sus botas de montar, pidió que devolvieran el relicario a su madre y solicitó una gracia más que esta vez sí fue concedida: dar el mismo la orden de su ejecución y escoger el lugar de la misma, eligiendo un árbol tronchado donde recargó su cabeza y sonriendo, con voz clara y sonora, dio el grito de ¡fuego! que segaría su breve vida. Luego Márquez ordenó que el cadáver de Valle fuera desnudado y colgado de un árbol en el camino de México a Toluca. Se le añadió un letrero en sus pies en el que se leía la escueta nota: “Jefe del Comité de Salud pública”.

 

 

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