A muchos mexicanos les cuesta trabajo aceptar que la abrumadora mayoría descendemos de indígenas y españoles principalmente. Y no hay que olvidar nuestra ascendencia africana. Las valoraciones éticas de la forma que adoptó la conquista no cambian aquel hecho. Tampoco es razón para idealizar a las sociedades indígenas del periodo prehispánico. Asumamos que llevamos con nosotros tanto al conquistador como al conquistado y que no hay razón histórica para identificarnos más con uno que con otro.
No somos los indígenas del periodo prehispánico, pero tampoco los españoles que llegaron en el siglo XVI. Somos una cultura diferente que se nutrió de la indígena, española y africana, y se alimenta actualmente de muchas otras. Los intercambios culturales son cosa corriente desde hace varios siglos, sin que destruyan necesariamente las identidades colectivas. Los purismos étnicos y culturales, además de absurdos, a menudo derivan en posiciones intolerantes y xenófobas.
Por otro lado, a menudo tendemos a simplificar procesos históricos sumamente complejos, atribuyéndolos a la acción y voluntad de hombres excepcionales. No es raro escuchar que la conquista de los pueblos indios en el siglo XVI la llevó a cabo Hernán Cortes. Él solo, sin ayuda de nadie. La exageración y el desatino histórico han llevado a muchas personas a creer la mentira, repetida hasta el cansancio, de que la nación mexicana surgió en el siglo XVI y que su creador fue Cortés. Como si las naciones fueran creaciones de individuos aislados. Cortés encabezó una conquista que puede ser juzgada como proeza militar, pero no actuó solo. Tampoco pueden ignorarse las condiciones culturales, tecnológicas, militares y políticas que la hicieron posible.
La afirmación de que Cortés fue el “conquistador de lo imposible”, la cual da título a una biografía escrita por el historiador francés Bartolomé Bennassar, es aceptable sólo como licencia retórica con fines comerciales. Cortés conquistó a los indios mexicas y a otros grupos porque era posible. Ello no significa que se regatee el mérito que le corresponde por tomar decisiones en momentos cruciales, como cuando decidió desobedecer a Diego de Velázquez, gobernador de Cuba, y dirigirse a las costas de tierra firme, luego novohispanas. Tampoco que se desconozca su capacidad política para aprovechar las diferencias y enconos entre mexicas y los pueblos que tenían sojuzgados. Sin embargo, la conquista fue posible gracias a que, parafraseando al filósofo español José Ortega y Gasset, concurrieron las circunstancias adecuadas con la voluntad de muchos hombres, en especial la de Hernán Cortés.
Tenemos una innegable herencia indígena, hispana y africana, pero eso no nos constituye como nación mexicana; es sólo una característica no exclusiva. Me explico: una particularidad de los seres humanos es que tenemos dos pies, pero eso no nos constituye como tales, pues existen otros animales con ese rasgo. Otros países hispanoamericanos tienen los mismos legados culturales que México, no obstante forman naciones distintas a la mexicana. Todas ellas se formaron en el siglo XIX, no en el XVI. Vale la pena hablar de este proceso con cierto detalle.
Esta publicación es un fragmento del artículo “Indigenismo e hispanismo” del autor Jesús Hernández Jaimes y se publicó íntegramente en la edición de Relatos e Historias en México, núm. 60.
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