Tras la revolución de Independencia, la narrativa de la guerra en México se ha concentrado en el enfrentamiento entre dos posturas políticas para gobernar este territorio: la conservadora-monárquica centralista y la liberal-republicana-federalista. Lo cierto es que en ambas tuvo poca representación la mayoría de los habitantes del territorio en el siglo XIX: las comunidades indígenas.
Esto ocasionó que representantes de dichas ideologías intentaran ganarse para su causa, por las buenas o las malas, a los diferentes pueblos. En Sonora, por ejemplo, las fuerzas armadas continuaron con campañas “civilizatorias” para mantener dentro de las leyes emitidas desde la Ciudad de México a los indígenas yaquis y mayos. Al final, más que atraerlos, repudiaron lo que para ellos fue una continuidad del atropello impuesto por España durante los años del Virreinato. (véase Relatos e Historias en México, núm. 142, “El alzamiento de los indios del Fuerte”).
Por ello, cuando en 1865 emisarios franceses del emperador Maximiliano desembarcaron en Guaymas para solicitar el reconocimiento de los pueblos indígenas, estos no los desestimaron, sino que consideraron la oferta imperial como un gobierno dispuesto a escuchar sus demandas.
Uno de los personajes clave para atraer tanto a yaquis como a mayos fue José María Tranquilino Almada (1822-1866), conocido como el Chato. Oriundo de Álamos, Sonora, las fuerzas republicanas intentaron someterlo. No obstante, el general Antonio Rosales y sus hombres fueron insuficientes contra cientos de indígenas que ya encabezaba el Chato, por lo que sucumbieron el 24 de septiembre de 1865 al intentar apoderarse de Álamos.
Así, Almada conservó la región para la causa imperial, hasta el 7 de enero de 1866, cuando fue desalojado por el general Ángel Martínez y aproximadamente seiscientos hombres. Esta acción sobresalió por la feroz resistencia del Chato y sus hombres, quienes destacaron batallones pimas, yaquis y mayos.
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