A las primeras horas de la mañana del 23 de febrero de 1978, un telefonazo interrumpió la calma que imperaba en la oficina de la Dirección de Salvamento Arqueológico del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH). Al otro lado de la línea, una voz femenina y anónima alertaba a los arqueólogos sobre un hallazgo en el cruce de las calles de Guatemala y Argentina, donde una cuadrilla de trabajadores de la Compañía de Luz y Fuerza cavaban una bóveda para enterrar un transformador eléctrico. La mujer aseguraba que lo que habían encontrado los trabajadores era un importante monolito e instaba a los arqueólogos a que se presentaran en el lugar de los hechos pues, según ella, se corría el riesgo de que alguien robara o rompiera aquella piedra.
Después, el ingeniero Felipe Curcó Bellet (encargado de la obra de la Compañía Luz y Fuerza) y el arqueólogo del INAH, Raúl Martín Arana, acordaron una cita para presenciar el supuesto hallazgo esa misma noche. Ambos se presentaron en el cruce de Argentina y Guatemala a eso de las 23:00 horas. Ya en el lugar, el arqueólogo y el ingeniero descendieron al cavado socavón de aproximadamente dos metros de profundidad. Arana se quedó boquiabierto: entre un lodazal de arcilla logró entrever una abultada y tallada piedra de cantera que, bajo la intensa luz de la luna, emergía de las entrañas del inframundo. Impaciente, el ingeniero Curcó Bellet espetó al arqueólogo: “¿Vale la pena esta piedra? ¿Es importante el hallazgo? ¿Vamos a poder seguir trabajando?”. Entonces, Arana le contestó: “Ingeniero, creo que usted no se ha percatado de la magnitud e importancia de lo que han descubierto sus hombres”.
Por la mañana, Arana informó a Ángel García Cook, jefe de Salvamento del INAH, acerca de lo que había observado esa misma madrugada. A su vez, García Cook le notificó al director del INAH, Gastón García Cantú, y este último hizo lo propio con el presidente de la República, José López Portillo. “Hemos hallado una piedra tan importante como el ‘Calendario Azteca’”, comentó Cantú al presidente. Sobra decir que la obra que emprendían los trabajadores de la Compañía de Luz y Fuerza fue suspendida y que aquella esquina jamás volvió a ser la misma.
Pronto se supo que se trataba de una piedra circular, de más de tres metros de diámetro, perteneciente a la gran escultórica azteca. Los expertos concluyeron que era una representación de la Coyolxauhqui, divinidad lunar. Y pronto, también, se comenzó a difundir, entre broma y broma, que la mujer que había llamado días antes, para avisar del hallazgo, había sido la propia Coyolxauhqui. A los pocos días, y con la tierra aún humeante, el presidente José López Portillo se apersonó para conocer a la renacida diosa lunar. En ese momento, el presidente tomó la polémica decisión de expropiar varios predios aledaños al sitio del descubrimiento, para ampliar las excavaciones del Templo Mayor.
En el verano de 1980, la prensa sensacionalista afirmó que los arqueólogos habían encontrado el Trono de Moctezuma, bruñido en oro resplandeciente. La falsa noticia llegó a oídos del presidente y al día siguiente se presentó en el Templo Mayor. Quería sentarse en el trono del tlatoani (que en realidad era una banqueta) para saber qué se sentía.
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