El México surrealista de André Breton

Extranjeros perdidos en México

Ricardo Lugo Viñas

Diego Rivera y sus allegados hicieron sentir a Breton como en casa. Le proporcionaron hospedaje y le mostraron parte del México que desconocía, pero que quizá le cautivaba por lo que le contaban.

 

A mediados de 1936, André comenzará a planear su visita a nuestra nación. En septiembre, ante su “inminente viaje a México”, le envía una carta a su amigo y también poeta Luis Cardoza y Aragón, en la que amablemente le solicita “una vista panorámica del arte entre nosotros”. Aunque Cardoza y Aragón es guatemalteco, llevaba varios años exiliado en nuestro país y era, como él mismo solía presentarse, “el más mexicano de los extranjeros”.

Aragón atiende la petición y le escribe una carta de respuesta –publicada al mismo tiempo en el periódico El Nacional– en la que se plantea la tarea de “bosquejar a México apresuradamente”. Aquí están algunas pinceladas de dicho bosquejo: “México es, poéticamente, como un inmerso parque teológico, con sus dioses sueltos, con sus fuerzas sueltas, siempre aclimatados y alertas”; “Todo es imprevisto y nuevo y permanente como el cielo. Su orden es renovado cada día y siempre con algo de inaudito”; “la tierra de la belleza convulsiva, la patria de los delirios comestibles”.

La descripción que de nuestro país hace el poeta guatemalteco a André, hace crecer aún más la ya de por sí imagen mitificada que se habían hecho los surrealistas sobre México; como la de “una tierra inaudita, una tierra de sueño”, incluso, ¿por qué no?, una tierra surrealista. Artistas como Arthur Cravan o Antonin Artaud, que antecedieron a Breton en su visita a México, también abonaron a esta idealización mediante la publicación de sus experiencias mexicanas.

Por su parte, Guillaume Apollinaire, a quien los surrealistas consideraban su maestro, también abonó al mito mexicano, a partir de la publicación de su celebrado poema visual Lettre-Océan, en el que hace sugerentes alusiones a México (ver Relatos e Historias en México, número 154). Es probable que Breton haya conocido, previo a su viaje, alguna de estas referencias.

A bordo del Orinoco

El imponente buque Orinoco arriba al puerto de Veracruz procedente de Cherburgo, Francia. André Breton y su esposa, Jacquelin Lamba, vienen a bordo. Son las primeras horas de la mañana del 18 de abril de 1938. Han pasado dos años desde que André comenzó a idear su viaje a nuestro país. Finalmente logró ser invitado a México bajo el auspicio del Quai D’Orsay, el ministerio de Asuntos Exteriores de Francia, y los buenos oficios de Isidro Fabela, en su calidad de delegado de México ante la Sociedad de las Naciones. La misión es dictar una serie de conferencias sobre literatura y arte.

En tierra, una modesta comisión espera a la pareja para darles la bienvenida. Se trata del representante del embajador de Francia en México, Henri Goiran, y de su asistente. No es el recibimiento que André esperaba. Primer chasco. Pero el segundo, raya casi en la ofensa: el impotente diplomático le informa que no se tiene nada considerado para su estancia y alojamiento en nuestro país. Por un momento, Breton está a punto de dar media vuelta y retornar a Francia.

La prensa mexicana ya había anticipado su llegada: “El poeta André Breton, jefe de la nueva escuela vanguardista francesa, salió rumbo a la República Mexicana”, se podía leer en el diario Novedades del 3 de abril de aquel año. Algunas galerías de arte y el Palacio de Bellas Artes ya tenían en sus agendas la participación de Breton. ¿Alguna fuerza oscura estaba detrás de esta descortesía? Hacía muy poco que André había sido expulsado del Partido Comunista Francés.

Entonces aparece Diego Rivera. Había viajado al puerto para recibir a Breton, quizás sospechando que un escenario así se podía presentar. Le ofrece al francés ser su anfitrión, resolver todo lo concerniente a su estadía en México, y algo sumamente atractivo: encontrarse con el exlíder del Ejército Rojo exiliado en nuestro país: León Trotski.

André acepta y agradece encantado. Se dirigen a Ciudad de México.

André en la ciudad

A su llegada, en México se sabía poco –y se entendía todavía menos– acerca del movimiento surrealista. Algunos poemas de poetas surrealistas como Philippe Soupault, Paul Éluard y el propio Breton, se habían publicado aisladamente en revistas mexicanas como Contemporáneos, Sur o Revista de Occidente. Quizás el único mexicano que entonces logró entender cabalmente lo que planteaba el surrealismo bretoniano fue el poeta Jorge Cuesta, que lo conoció personalmente en París, en el verano de 1928, por intermediación del cubano Alejo Carpentier.

Los primeros días en Ciudad de México, André y su esposa fueron hospedados en el departamento de la modelo y novelista Lupe Marín, en la calle de Mixcalco. Posteriormente, les fue acondicionada la Casa Estudio de Rivera y Kahlo, en San Ángel, donde pasaron la mayor parte de su estancia en la capital del país. Su primera aparición pública fue el 22 de abril, en una galería de arte en la calle de Donceles número 11.

La presencia de Breton en territorio mexicano causó una fuerte polémica. Levantó apasionantes reacciones, tanto de adhesión como de rechazo, por parte de la esfera intelectual y política que, en ese tiempo, como en muchas otras partes del mundo, se movía dentro de un imperante pensamiento comunista. Se discutía acaloradamente sobre cuál debía de ser el papel político del arte, sobre producir poesía “a la altura de los tiempos”; arte de prédica que sostiene una causa.

El surrealismo no estaba exento de dicho debate. De hecho, planteaba una clara postura con respecto a la relación entre arte y política: “un movimiento de liberación total”. Es decir, que el arte no podía estar al servicio de una causa política. Debía conservar su independencia. La poesía es en sí misma revolución, pero no está al servicio de esta.

Estos planteamientos no se entendieron del todo, o no gustaron en nuestro país. El Partido Comunista Mexicano (PCM) intentó boicotear la visita de André mediante argumentos aparentemente estéticos, aunque en el fondo guardaban una dimensión meramente política. Por otro lado, las reacciones xenófobas no se hicieron esperar: ¿qué nos venía a decir este francés sobre surrealismo a nosotros los mexicanos, que somos más surrealistas que el surrealismo?

Además de esto, André cometió lo que fue considerado una afrenta mayúscula por parte de los comunistas mexicanos: visitar a Trotski. Y peor aún, escribir con él un Manifiesto.

 

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