La gloria efímera de Hernán Cortés

El amargo adiós del conquistador

Úrsula Camba Ludlow

 

Cortés pasó los últimos años de su vida entre pleitos legales, agobiado por las deudas y demacrado a causa de la disentería que lo afectaba.

 

Concluida la conquista, Hernán Cortés se dedica a organizar el nuevo gobierno de la ciudad. Desde Coyoacán, un pueblo de hermosos árboles y clima benigno, despacha órdenes rodeado de varias mujeres, entre ellas Malintzin, quien está embarazada y dará a luz a su primer hijo varón, aunque ilegítimo.

Allí, de improviso llega Catalina, la esposa de Cortés que había quedado en Cuba. Poco conocerá Ciudad de México, ya que, a escasos dos meses de arribar, una nochedespués de un banquete, sostiene un altercado con el conquistador. Los criados escuchan los gritos y luego a Cortés que pide auxilio porque su esposa ha muerto.

En aquellos momentos de contrición en su lecho de muerte, Cortés quizá haya recordado ese funesto episodio dispuesto a dar cuenta de sus actos en el juicio a su alma. O quizá no lo recordaría ya, pues habían pasado treinta años desde entonces y muchas muertes cargaba en su conciencia.

Habiendo dado diversas órdenes para la introducción y el cultivo de diversas plantas, así como de animales como cabras, ovejas, vacas y cerdos, además del trazado de las calles de la ciudad y la organización de las leyes, parece aburrirse pronto de esa poca acción.

 

Esta publicación es solo un fragmento del artículo "El fin de Hernán Cortés" de la autora Úrsula Camba Ludlow que se publicó en Relatos e Historias en México, número 122. Cómprala aquí.