Entre marzo de 1803 y febrero de 1804, el naturalista alemán Alexander von Humboldt realizó, junto con su compañero Aimé Bonpland, diversas expediciones por el centro y sur del virreinato, orientadas especialmente a visitar las principales zonas mineras. El resultado de esas expediciones fue el Ensayo político sobre el reino de la Nueva España, obra que constituye un compendio del saber de su tiempo, tanto en el campo de las ciencias naturales como de las sociales.
La mayor parte de la información la obtuvo de estudiosos novohispanos con los que tuvo contacto, aunque algunos de los datos ahí incluidos fueron aportaciones propias, como las observaciones astronómicas, las mediciones termobarométricas llevadas a cabo en distintos sitios, el cálculo de la altura de los picos más elevados, el análisis de ciertos minerales y la valoración de algunos centros mineros, entre otros. Editado en 1822, el Ensayo político sobre el reino de la Nueva España fue un libro de consulta obligada para todos los viajeros cultos que llegaron a estas tierras durante el resto del siglo XIX, a la vez que fuente de inspiración para quienes escribieron diarios, cartas y libros.
Otra obra de Humboldt que influyó a los viajeros que llegaron a América después que él fue el atlas gráfico Vistas de las cordilleras y monumentos de los pueblos indígenas de la América, publicado en 1810 y que incluye descripciones y grabados de la naturaleza, especialmente de vistas de las cordilleras y el desarrollo minero de distintas regiones del continente. Algunos pintores tomaron como modelo láminas como las dedicadas a los prismas de Santa María Regla, a los picos de los volcanes Popocatépetl e Iztaccíhuatl, o a las descripciones de los centros mineros de Real del Monte y Guanajuato.
Tras la consumación de la independencia en 1821, las fronteras de México se abrieron para recibir a una gran cantidad de visitantes, misma que se incrementó notablemente a partir de la década de 1840 gracias al descubrimiento del ferrocarril y del vapor, inventos que facilitaron y agilizaron los traslados, amén de volverlos considerablemente menos peligrosos. Los viajeros, procedentes principalmente de Europa y de Estados Unidos de América, formaban un variopinto grupo de aventureros, negociantes, políticos, especuladores, cazadores de fortuna, militares, artistas y científicos. La mayoría eran hombres, pero también hubo mujeres, algunas de ellas muy notables, como se verá a lo largo de este escrito.
Como era la costumbre en aquella época, los viajeros que recorrieron amplias zonas del país y tuvieron la oportunidad de conocer múltiples y diversos aspectos de la realidad mexicana, llevaron diarios, hicieron memorias de viajes, escribieron cartas, realizaron dibujos y tomaron fotografías para mantener sus impresiones en la memoria o para compartir sus experiencias con sus familiares y allegados. De regreso en sus países de origen, muchos de estos escritos, así como los testimonios pictóricos y fotográficos, se publicaron y, amén de haber contribuido en su momento a mantener viva la curiosidad por el país, constituyen hoy importantes fuentes de conocimiento histórico, y en muchos casos las únicas referencias sobre la temática que abordan.
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