1824 en México y en el mundo

Luis A. Salmerón

 

El 10 de octubre de 1824, el general Guadalupe Victoria prestó juramento como primer presidente de los Estados Unidos Mexicanos, con lo que nuestro país inició la vida republicana que tanto trabajo costaría consolidar. Su gobierno fue el único de paz interior y continuidad institucional que vivió México desde su nacimiento como nación independiente en 1821, hasta la expulsión de los franceses en 1867.

 

Victoria nació en Tamazula, en el actual Durango, en 1786, con el nombre de José Miguel Ramón Adaucto Fernández y Félix. Pasó una infancia de privaciones, pero pudo cursar estudios de derecho, los cuales interrumpió en 1811 para unirse al ejército insurgente de José María Morelos. En pocos años alcanzó el grado de general y cambió su nombre: Guadalupe en honor a la patrona de México convertida en bandera de los patriotas que luchaban por la independencia nacional, y Victoria por el deseado triunfo insurgente.

 

En 1815, tras la muerte de Morelos, la causa insurgente decayó notablemente, pero hubo jefes que no cejaron, entre ellos Victoria. De esa manera, mantuvo vivo el ideal de la independencia y contribuyó a su realización en 1821, aliándose momentáneamente a Agustín de Iturbide, pues siempre se opuso a la idea imperial.

 

Victoria fue un implacable defensor del ideal republicano y participó activamente en la rebelión que en 1823 logró la proclamación de la república, de la que fue el primer presidente. Después de su mandato, se retiró a la vida privada y, aunque en 1833 regresó a la política, a diferencia de tantos caudillos de la época no ambicionó volver al poder presidencial ni promovió movimiento alguno en favor de su persona, sino que respaldó enérgica y constantemente nuestras frágiles instituciones durante los veinte años que vivió tras entregar pacíficamente el cargo al general Vicente Guerrero.

 

El mismo año en que México comenzaba la vida republicana al ser nombrado el primer presidente del país, en Viena, la capital musical de Europa, era esperado con enorme expectación el 7 de mayo, ya que el gran compositor Ludwig van Beethoven aparecería en público por primera vez luego de doce años de ausencia. Este día se estrenaría en el Teatro Imperial su Sinfonía n. 9 en re menor, op. 125. A levantar tal interés ayudaba el hecho de que todo el mundo sabía que Beethoven estaba completamente sordo.

 

El público escuchaba embelesado lo que la mente del genio imaginaba. Al finalizar el concierto, los atronadores aplausos y la ovación del público conmocionado por lo que había escuchado no lograron sacar al compositor de su concentración. Mientras los presentes gritaban y agitaban pañuelos y sombreros, el gran músico seguía escuchando en su interior las notas del coro que acompañaba el movimiento final, hasta que una de las solistas se acercó y, tocándole el hombro, lo hizo volverse para recibir, por última vez, la ovación de los presentes, quienes sabían que habían sido testigos de uno de los momentos más importantes de la historia de la música y de la última aparición pública del magnífico compositor que de esta manera se retiraba, con 53 años y una frágil salud a cuestas.

 

La extraordinaria Novena, como se le conoce coloquialmente, incluye un último movimiento en el que cuatro solistas y un coro interpretaban el poema Oda a la alegría de Friedrich Schiller. Es una de las piezas musicales más trascendentales de la historia. Baste para ejemplificar su importancia el hecho de que los actuales discos compactos tienen una capacidad de reproducción de 74 minutos, los mismos que dura la obra excelsa de Ludwig van Beethoven. Además, es el himno oficial de la Unión Europea.

 

 

Esta publicación es sólo un fragmento del artículo "1824 en México y en el mundo " del autor Luis A. Salmerón que se publicó en Relatos e Historias en México, número 123Cómprala aquí