Julio, el mayor de los hijos de don Domingo y doña Victoria, nació el 20 de octubre de 1847 y sobrevivió al cólera. Él recompensó el heroísmo de su padre al convertirse en ingeniero militar con el grado de coronel; además, fue director de la Comisión Geográfico-Exploradora, con sede en Xalapa, Veracruz, y dedicada a levantar la carta geográfica de la nación para conocer con precisión los límites del territorio mexicano –los cuales, en los tiempos en que su padre combatió, aún no se conocían con exactitud–, algo que había sido usado como pretexto para la invasión estadounidense.
El presidente Porfirio Díaz se mostró decidido a crear mapas precisos y confiables del país. Su propuesta planteó realizar una carta general de la República en fracciones, cartas de las entidades federativas, una carta de reconocimiento de algunas regiones de interés particular, cartas hidrológicas de poblaciones, cartas de población y cartas militares. En 1877 Díaz le pidió al secretario de Fomento, Vicente Riva Palacio, conformar una comisión para revisar el estado de la cartografía mexicana. Para el trazo definitivo de la frontera, Riva Palacio designó al ingeniero Agustín Díaz, coronel de ingenieros y quien contaba con la experiencia de haber participado en el levantamiento de los mapas de la frontera norte con la Comisión Mexicana de Límites con los Estados Unidos.
El propósito primordial de esa nueva Comisión Geográfico-Exploradora era el levantamiento de una carta general del país a escala de 1:100,000, con propósitos principalmente militares. Junto al ingeniero Díaz, se integró su amigo el oficial Julio Alvarado de la Peza, ambos profesores del Colegio Militar en el Estado Mayor. Ellos eran expertos en ingeniería constructiva, obras ferroviarias, mecánica y en todas las actividades cartográficas necesarias para cumplir con ese encargo.
En 1878 la Comisión Geográfico-Exploradora se instaló en Puebla para realizar el atlas topográfico local. El equipo lo integraban Agustín Díaz, Julio Alvarado, un ayudante y cinco escoltas rurales. Fueron dotados del siguiente equipo: un teodolito astronómico viejo, dos brújulas de campana, un sextante, un telescopio, un cronómetro, otros implementos y cinco mulas. Después, la Comisión se instaló en Xalapa, en el Antiguo Cuartel, en donde se elaboró la mayor parte de la cartografía. En esa capital también se hallaban los talleres zincográficos que imprimían los dibujos.
Sin embargo, no todo fue miel sobre hojuelas, ya que los expedicionarios que salían a hacer levantamientos de campo –entre ellos Julio Alvarado–, por ejemplo, en Veracruz, podían sufrir de paludismo y otras enfermedades de los climas tropicales. Además, en sus exploraciones en campo abierto tuvieron que confrontar la suspicacia de los dueños de múltiples predios, entre cerros y veredas.
En 1881, al robustecerse el presupuesto, se inauguró el edificio oficial de la Comisión Geográfico-Exploradora. El general Manuel González, entonces presidente de la República, recomendó reunir a dicho grupo con la Comisión Científica para cooperar en estudios relacionados con la arqueología, etnografía, lingüística, geología, flora y fauna, así como con enfermedades reinantes.
Legado a la patria
El ingeniero Agustín Díaz falleció en 1893, en Xalapa, por lo cual el coronel Alvarado de la Peza fue designado su sucesor. Así, continuó la elaboración de un mapa general, para lo que contó con presupuesto de la Secretaría de Guerra.
La obra realizada por la Comisión no sólo tuvo difusión en el país, sino también en el extranjero en las diversas exposiciones internacionales, para las cuales se prepararon cartas, fotografías, ilustraciones de plantas nativas, especímenes marinos, colecciones de aves disecadas y productos como tabaco y de los ámbitos de minería y textiles. Participó en las exposiciones universales de París de 1878 y 1889, así como en la Exposición del Congreso Geográfico Internacional de Londres, de 1895.
La Comisión también fue convocada para participar y respaldar la sección de estudios topográficos de México. En aquel entonces, los franceses se hallaban a la vanguardia en materia cartográfica. En ese contexto, la Comisión requirió una ampliación del presupuesto para cubrir gratificaciones e instrumentos científicos. Así, por ejemplo, le asignaron 50,000 pesos para el periodo de 1901 a 1902.
Mi abuela, en su casa de Xalapa, tenía aquellos instrumentos. Aun cuando desde pequeña vivió rodeada de libros, su padre le enseñó a visualizar el firmamento. Al anochecer, mi abuela nos llamaba a mi hermano y a mí para que viéramos la Vía Láctea. Ese fue el caldo de cultivo para que también mi hermano Luis E. Arochi dedicara gran parte de su vida a la investigación de la astronomía en Chichén Itzá, y a escribir su libro La pirámide de Kukulcán: su simbolismo solar.
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