Por muchos conocido es el papel de México durante la Guerra Civil española (1936-1939) al apoyar al bando republicano. También que el gobierno federal de Lázaro Cárdenas se negó a reconocer el Pacto de No Intervención impuesto por Gran Bretaña y Francia en la Sociedad de Naciones, lo que implicó dejar a su suerte a la causa contra el franquismo. El envío de armas a los republicanos, o aquel grito de “¡Viva la República española!” que el mandatario dio ante la multitud reunida en el Zócalo en 1936, durante los festejos por la Independencia, fueron algunas muestras de esta postura.
Nuestro país fue además uno de los territorios que más refugiados acogió, entre quienes hubo miles de niños y adolescentes que lograron dejar los puertos mediterráneos en 1939 con la ilusión de una nueva vida en América, lejos de la guerra. Sin embargo, hubo otros cientos que, convocados por el gobierno republicano de Manuel Azaña un año antes, tuvieron que batirse en batalla. Es el caso de la popularmente conocida como Quinta del Biberón, conformada por miles de jóvenes de 17 o 18 años, por lo general, quienes acudieron a las batallas finales, como la acontecida en las inmediaciones del río Ebro en 1938.
Sobre ellos da cuenta la película Ebro, de la cuna a la batalla, la cual orilla a reflexionar en torno a la obligación de los niños y jóvenes, en distintas partes del mundo, de acudir al llamado de sus gobiernos para engrosar las tropas militares que habrán de batirse en los frentes. En México, por ejemplo, los revolucionarios se sirvieron de infantes, lo mismo que el ejército federal u otros contingentes. “La Revolución era despiadada”, como refirió el político poblano y escritor Luis Cabrera; así que el destino de los menores mexicanos durante este acontecimiento fue con frecuencia fatídico.
Sin importar qué tan equipados estuvieran, la inexperiencia era un factor determinante, como nos lo ha evidenciado la historia, de la misma forma en que nos ha mostrado que la llegada forzosa de estas poblaciones a los frentes obedece al aniquilamiento de las tropas. En el caso de la Guerra Civil española –en donde igualmente hubo menores del lado franquista–, algunos de los que sobrevivieron a los bombardeos u otros hechos bélicos resultaron exiliados o tuvieron que cumplir tareas en campos de concentración o prisiones, por lo que el supuesto fin de la guerra hacia 1939 no les representó una vuelta inmediata a la libertad.
Ebro, de la cuna a la batalla refleja de alguna manera otro problema común que los ejércitos de menores republicanos debían enfrentar: la escasez de organización, uniformes, armamento y municiones, lo cual se acentuaba ante el despliegue armamentístico –bombas, ametralladoras, ataques aéreos y otros recursos vanguardistas– de sus enemigos, apoyados por el nazismo y el fascismo italiano. Por ello, la lucha en el Ebro significó un choque abismalmente desigual que la convirtió en una de las más cruentas de la Guerra Civil española.
En México, algunas de las tropas revolucionarias fueron las que padecieron tal desventaja. Por otra parte, aún existe poca información en torno a cuántos menores participaron; pero, dada la población infantil y adolescente referida en los censos de aquella década de 1910-1920, poca pudo ser ajena al movimiento porque además la gran mayoría vivía en el campo, aunque no todos llegaron a batirse en batalla. Y a diferencia de lo relatado en la película española sobre la batalla de Ebro, en México muchos de estos niños y adolescentes fueron por voluntad propia, sin que ello aminore los riesgos.
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