En 1940, en el último año del sexenio de Lázaro Cárdenas, el reconocido doctor Leopoldo Salazar impulsó la legalización de ciertas drogas, aunque la presión de Estados Unidos frenó esa política gubernamental.
Tras su prohibición nacional en 1920, la marihuana comenzó a ser un objeto común de contrabando. En la prensa mexicana las notas que hablaban del tráfico de esta especie aumentaban considerablemente. “Decomisan 2 toneladas de la maléfica yerba”; “Queman cientos de kilos de la droga que enloquece a la población”; “Detenido cuando intentaba ingresar dos mil cigarrillos de marihuana a la penitenciaría”, son algunos ejemplos del tono con el que la prensa mexicana abordaba el comercio de esta planta. Y efectivamente, algo de razón tenían esas notas: el tráfico de marihuana se sumaba al de otras drogas prohibidas, como la cocaína, el opio, la morfina y la heroína, dando pie a la formación de grupos delictivos cada vez más organizados y que al lucrar con estas drogas aumentaban su poderío económico.
El contrabando de marihuana no solo se limitaba a abastecer la demanda dentro de México, sino que su tráfico también se dirigía hacia Estado Unidos. La prensa estadounidense y las autoridades de las ciudades fronterizas (especialmente en los estados de Texas y California) daban cuenta de lo que ocurría y señalaban que los migrantes mexicanos eran culpables de que hubiera una epidemia de la yerba en EUA. “Mexican killer weed” o “Loco weed” eran dos maneras de referirse a la planta en esas notas. En la prensa se utilizaban argumentos racistas contra una comunidad mexicana acusada de degenerar a la población blanca, especialmente a mujeres jóvenes que supuestamente acababan prostituyéndose para conseguir droga.
En esa misma línea sensacionalista, dentro de los espacios médicos y detrás de los primeros intentos por prohibir la planta en EUA, se desprestigiaba la marijuana o la mexican killer weed, enfatizando su origen: se afirmaba que era el opio mexicano y que estaba destruyendo diversas sociedades no solo en Norteamérica, sino en todo el mundo. Por ejemplo, en un debate entre médicos estadounidenses que buscaban prohibirla en la década de 1930, se dijo incluso que “cuando un peón en el campo traga unas bocanadas de esa cosa se figura que acaba de ser elegido presidente de México, así que les da por ejecutar a sus enemigos”. En ese diálogo se enfatizaba que esta droga era un motor de violencia y también se afirmó que después de “un par de chupadas de marihuana”, a los mexicanos, además de matar gente, les da por alucinar y por hacer todo tipo de cosas maniacas, como por ejemplo “representar peleas de toros imaginarias”.
Expansión y penalización
Conforme avanzaba la primera mitad del siglo XX, el uso de la marihuana se esparció en diversos estratos sociales. Dejó de ser una droga propia de sectores marginales. En México ya no era exclusiva de presos, soldados y miembros de segmentos sociales desfavorecidos, sino que comenzaba a fumarse en las ciudades, era comprada por clases medias, e incluso se podía ver en las altas esferas de la sociedad. En Estados Unidos ocurría lo mismo: dejó de ser una droga usada por inmigrantes mexicanos, para ser ampliamente consumida por otros grupos sociales de aquel país, destacando en un primer momento los afroamericanos, después todo tipo de artistas e intelectuales en las grandes ciudades, y ya en las décadas de 1950 y 1960 una juventud de clases medias y altas que acabaría por ser señalada como hippie y rebelde. Incluso podría afirmarse que la marihuana se volvió el signo contracultural por excelencia de aquella juventud insubordinada ante los ojos de las élites gubernamentales.
Conforme el uso de la marihuana aumentaba, las leyes eran más duras. En México se incluyó el uso de la planta como un delito de orden criminal en el Código Penal Federal de 1931, en el que se castigaba con hasta diez años de cárcel. Las penas aumentaron con las reformas al Código Penal en 1947 y también aquellas de 1968, en un contexto de reclamo juvenil que también se hacía sentir en suelo mexicano.
Por su parte, en EUA su prohibición nacional se promulgó en 1937 con la llamada Marijuana Tax Act y a partir de ese momento el brazo duro del gobierno norteamericano se atizó contra esta planta y sus usuarios, aumentando las penas gradualmente hasta que, en las décadas de 1960 y 1970, el presidente Richard Nixon declaró la “guerra contra las drogas” y la marihuana fue duramente castigada por su vínculo con una juventud que despreciaba al gobierno en general y la Guerra de Vietnam en particular.
Como puede observarse, contrario a lo que muchos piensan, México fue pionero en la prohibición de la marihuana a nivel mundial con una medida que se ubica en 1920 y que se consumó con la criminalización de los usuarios a partir del Código Penal de 1931. Es decir, la prohibición de la marihuana en México se erigió casi dos décadas antes de que EUA promulgara la Marijuana Tax Act y prescribiera el uso de esta planta en su territorio.
Sin embargo, la influencia de EUA puede percibirse directamente en un contexto distinto al de la prohibición del cannabis.
Intervención estadounidense
Durante el sexenio de Lázaro Cárdenas, el médico Leopoldo Salazar Viniegra, quien ocupó altos cargos en el sistema de salud nacional, convenció a la presidencia de cambiar su política y su legislación en materia de drogas. El argumento que Salazar Viniegra puso sobre la mesa radicaba en que, después de solo unos cuantos años de prohibición, el tráfico ilegal de sustancias ya era un problema visible que crecería en los siguientes lustros. Además, consideraba que la salud de los usuarios de drogas se veía gravemente dañada si estos la conseguían en el mercado ilegal, pues no había ningún tipo de regulación en la venta, tampoco controles de calidad. Solamente se buscaba tener más y más adictos.
Ante esto, el gobierno de Cárdenas decidió monopolizar la venta de las drogas derivadas del opio (heroína y morfina) para controlar su calidad y quitarle el negocio al crimen organizado. Este plan entró en vigor a principios de 1940, el último año de Cárdenas en el gobierno, pero solamente estuvo en vigor seis meses. Según muestran expedientes diplomáticos, el gobierno de EUA se opuso frontal y descaradamente a esta medida, amenazando de varias maneras al gobierno mexicano y vulnerando con ello directamente la soberanía nacional.
El peso de las potencias mundiales
Al iniciar la segunda mitad del siglo XX, los tintes clasistas y racistas que descalificaban el consumo se entremezclaron con el estigma que provocaba el tráfico de drogas en general y de marihuana en particular. Cultivar, poseer, fumar o vender marihuana fueron consideradas actividades criminales propias de los sectores anormales y desviados de la sociedad mexicana. En ese contexto, la propaganda y los medios de comunicación advertían sobre la necesidad de proteger a la sociedad –particularmente a la juventud– de esos peligros. La cruzada contra las drogas era ya un asunto de política pública y, al parecer, más allá de sus resultados (que desde entonces, en sus orígenes, son negativos), los negocios detrás de esa estrategia han enriquecido a cientos de personajes en la historia contemporánea de México.
El notable incremento en el consumo juvenil, tanto en el ámbito marginal como en las clases medias urbanas, ocurrió también en muchos otros países durante la década de los sesenta. No solo se pudo percibir el aumento del consumo de marihuana en México y EUA, sino en decenas de países a nivel mundial. Al final, los tratados internacionales en materia de drogas (firmados desde 1912 y consolidados por la Convención sobre Estupefacientes de 1961 y por la Convención sobre Psicotrópicos de 1971) avalaban legalmente las prohibiciones nacionales y la estigmatización de todo aquel que tuviera que ver con la marihuana.
Con estos tratados internacionales de 1961 y 1971 firmados por México y vigentes hasta el día de hoy, el régimen global de control de drogas, más allá de las raíces morales, sensacionalistas e incluso racistas y clasistas que tuvo desde sus inicios, evidenció que se trataba ante todo de un complejo sistema de control social.
Los tratados internaciones vigentes muestran hasta hoy que el régimen prohibicionista y represor funciona a partir de varias dinámicas geopolíticas donde las restricciones y los castigos más estrictos se impusieron a sustancias orgánicas de origen natural, como las hojas de coca, la adormidera, el opio y la planta de la marihuana, las cuales suelen ser usadas y vienen de tradiciones ancestrales propias de naciones colonizadas y oprimidas.
De manera contraria, las drogas que provienen de otro tipo de países, occidentales, industrializados y hegemónicos, no fueron concebidas como drogas peligrosas, sino que fueron entendidas como productos culturales que debían regularse y normalizarse. Se trata de las provenientes de aquellos países poderosos económicamente y que, al haber dominado la agenda política internacional durante el siglo XX, estuvieron detrás de la elaboración y la firma de los tratados internacionales. En específico, el tabaco, el café, el alcohol y decenas de sustancias químicas y sintéticas patentadas por la industria farmacéutica fueron producidas por esas naciones y no fueron contempladas por los tratados internacionales. Estas drogas quedaron sujetas a regulación, en lugar de prohibición y criminalización.
De acuerdo con el discurso prohibicionista y los tratados internacionales, las drogas criminalizadas son aquellas que presentan mayores peligros para la humanidad. Sin embargo, en el caso de la marihuana, la evidencia científica muestra que es más benigna y menos peligrosa que muchas de las drogas permitidas. En función de esta evidencia científica, el estatus legal del cannabis comienza a cambiar en el mundo. Primero fue Holanda en la década de los setenta, que permitió su consumo en Coffe Shops. Después vendría una oleada de países que descriminalizaron su consumo recreativo y permitieron el uso medicinal de la planta.
En la última década, varios estados dentro de la Unión Americana fueron más allá, permitiendo no solo el uso medicinal y descriminalizando el recreativo, sino que retomaron el modelo holandés y regularon todo uso de esta planta. Primero fueron California, Colorado, Oregón y Washington; ahora la lista ya abarca más de diez estados. Uruguay y Canadá hicieron lo mismo a nivel nacional.
En México, actualmente se discute y está a punto de aprobarse una ley que regularía la producción, cultivo, venta y consumo de marihuana, quitando este negocio al mercado negro y poniéndolo en las manos de la fiscalización del Estado. En tiempos tan complicados como los que estamos viviendo, no parece mala idea.
El artículo "De la marginalidad a la legalización de la marihuana" del autor José Domingo Schievenini es sólo un extracto del dossier del número 140 de Relatos e Historias en México.
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