La escritora Katherine Anna Porter en el México posrevolucionario

Extranjeros perdidos en México
Ricardo Lugo Viñas

 

En noviembre de 1920 un tren atestado de soldados, soldaderas y sus hijos arriba a Ciudad de México procedente de Ciudad Juárez. Del armatoste de metal también desciende una hermosa mujer, bajita de estatura, piel blanca y ojos esmeralda. Se trata de Katherine Anne Porter. Nacida en 1890, en la pradera texana de Indian Creek, será un eximia escritora estadounidense, ganará el premio Pulitzer en 1966 y será nominada en varias ocasiones al Nobel de Literatura. México, con sus intelectuales y su cultura, constituirá un peldaño fundamental en su carrera.

 

Con apenas treinta años, Porter llegó a nuestro país por recomendación de tres amigos mexicanos: el músico oaxaqueño Ignacio Ferrnández Esperón, Tata Nacho; el jovencísimo artista Miguel Covarrubias y el connotado coreógrafo y pintor Adolfo Best Maugard. Los había conocido un año antes en Nueva York, donde trabajaba como periodista. Ellos la persuadieron de que México, por encima de muchos países europeos, sería un escenario propicio y formativo para su proceso de creación, y lo que estaba por suceder en nuestro país, en términos políticos y culturales, no tenía parangón en el orbe.

 

Así, miss Porter entrará a México por la puerta grande, en parte también a que dominaba el español (había crecido entre mexicanos-estadounidenses y su padre pasó su juventud en este país), lo que le permitió abrevar del rico ambiente artístico, político e intelectual posrevolucionario.

 

Una semana después de su arribo a la capital del país, fue invitada a la toma de protesta del presidente Álvaro Obregón, el 1 de diciembre de 1920. Años después narrará con picardía “lo borracho que se hallaba el presidente en esos momentos” y la suntuosa ceremonia que sucedió al acto. Pronto conocerá a una pléyade de intelectuales mexicanos: a Manuel Gamio, de quien aprenderá de arqueología; al caudillo Felipe Carrillo Puerto, que intentaría enamorarla, la llevaría al Lago de Chapultepec y al Salón México para enseñarle a “bailar al estilo mexicano”; al pintor Jorge Enciso que le presentaría a David Alfaro Siqueiros y a Tina Modotti, con quienes trabaría una profunda y fructífera amistad; a Diego Rivera, al que acompañaría a Texcoco cuando este trabajaba en los murales de la escuela de agricultura en Chapingo; al fotógrafo en ciernes Manuel Álvarez Bravo, que la retrataría en varias ocasiones; entre muchos otros personajes.

 

De 1920 a 1930, miss Porter vivirá a caballo entre México, Europa y Nueva York. En 1931, gracias a la beca Guggenheim, se instala en una bella casona del barrio capitalino de Mixcoac. La mayoría de sus primeras obras aluden a la experiencia mexicana. Quizá el mejor caso de ello sea su cuento María Concepción o sus ensayos sobre la Revolución Mexicana: The Mexican Trinitti. El poderoso estilo narrativo de Anne impactará en los trabajos de escritores nacionales como Carlos Fuentes, Rosario Castellanos o Juan Rulfo. Se dice que la canción posrevolucionaria La norteña, escrita por el poeta José F. Elizondo y musicalizada por Eduardo Vigil, está inspirada en ella.

 

Muchos años después, en su casa de Maryland (EUA), Katherine recordaría en una entrevista a su “amada segunda patria”: “México ha significado para mí algo más, y no puedo explicarlo, así como no puedo explicar cómo se enamora uno”. Murió a los noventa años, en pleno reconocimiento de su carrera literaria.

 

 

El artículo "Mi amada segunda Patria" se publicó en Relatos e Historias en México número 129. Cómprala aquí