Las tropas de Miguel Hidalgo ocupan Guadalajara

Jaime Olveda Legaspi

El cura rebelde decidió ir a ese lugar no precisamente por la invitación que le hiciera el Amo Torres, sino por otras razones de mayor peso.

 

Después de la derrota que sufrieron los insurgentes en Aculco (hoy en Estado de México) el 7 de noviembre de 1810, Ignacio Allende propuso a Miguel Hidalgo separarse con la tropa que cada uno dirigía con el fin de que el cura fortificara Valladolid, mientras que él haría lo mismo en Guanajuato. El plan de Allende consistió en conservar ambas plazas para asegurar el control militar de San Luis Potosí y Zacatecas, porque eso permitiría el apoderamiento de Querétaro y de la ciudad de México.

Según la versión difundida por la historia tradicional, estando Hidalgo en Valladolid decidió trasladarse a Guadalajara para atender la invitación que le hizo José Antonio el Amo Torres, quien se había adueñado de esta plaza el 11 de noviembre, con el propósito de que resolviera un conflicto de autoridad que se había suscitado entre los cabecillas que allí se encontraban.

En varias cartas que Allende envió a Hidalgo le comentó que no era conveniente que se trasladara a Guadalajara porque su presencia en esta ciudad sólo ocasionaría desórdenes, y porque eso podría dar lugar a que el comandante realista Félix María Calleja recuperara Guanajuato. Incluso, llegó a sospechar que lo que en realidad buscaba era acercarse a San Blas para ponerse a salvo y dejar abandonados a su suerte al resto de los insurgentes.

El cura rebelde decidió ir a ese lugar no precisamente por la invitación que le hiciera el Amo Torres, sino por otras razones de mayor peso: porque allí circulaba mucho dinero, lo que podía aprovechar para resolver el problema financiero de la insurrección; porque había una imprenta que deseaba utilizar para dar a conocer el ideario de la rebelión; porque de esta ciudad partían los caminos hacia el noroeste del virreinato, a donde quería extenderla; y porque existía la posibilidad de apoderarse de un puerto (San Blas) para comunicarse con el exterior.

Haciendo a un lado las recomendaciones de Allende, Hidalgo abandonó Valladolid y llegó a la villa de San Pedro Tlaquepaque el 26 de noviembre, en donde fue recibido por los miembros del Ayuntamiento de Guadalajara, del cabildo eclesiástico, de la Audiencia, así como por los representantes de otras corporaciones civiles y eclesiásticas, y por Torres y otros cabecillas insurgentes. Aquí se le ofreció un banquete y por la tarde entró a Guadalajara en medio de una gran muchedumbre que se congregó en las calles del centro para conocer al iniciador de una rebelión que empezaba a derrumbar los cimientos del orden colonial. La euforia popular creció con el alegre repique de las campanas de la catedral y de los demás templos, así como con la música de los grupos filarmónicos que estaban distribuidos a lo largo del trayecto que recorrió hasta llegar a la catedral.

Durante mucho tiempo se interpretó esta “calurosa bienvenida” que se le dio a Hidalgo como un apoyo de los habitantes de la ciudad a la insurrección. Lo que en realidad sucedió es que tanto las autoridades civiles y eclesiásticas como las familias que integraban la élite lo recibieron de esta forma para halagarlo y evitar la matanza de españoles que había ordenado Hidalgo en Guanajuato y Valladolid, por lo que no debe interpretarse como una muestra de respaldo a la rebelión. 

 

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