La sonrisa del rey

Antonio Ibarra

“Tanto vale la confianza en el rey, como la ley y peso de su moneda”, o de cómo Felipe V y Carlos III envilecieron el peso de plata.

 

La tradición devaluatoria de la moneda es antigua. La universalidad de la moneda española, Utra Que Unum (cada uno) o columnaria, ya había sufrido envilecimiento por cercenamiento o baja ley, por lo cual se quiso enmendar su desgaste con nuevo cuño. Ya en 1728, Felipe V (1700-1746) había ordenado reducir la ley de la moneda de plata de once dineros y cuatro granos (930,5 milésimas) a once dineros (916,666 milésimas), poniéndose en operación en la Casa de Moneda de México en 1732.

La reducción obedeció al propósito de capturar más plata por cada cuño, sin modificar su peso (3,38 gramos) con aleaciones de otros metales. De esta manera, la rebaja en la ley en 13,333 miligramos de plata fina representó para la Real Hacienda un suplemento a los derechos cobrados por la amonedación (señoreaje, braceaje) relativamente imperceptible, pero sustantivo. El beneficio del truco estuvo probado.

Por otra parte, el retiro de la moneda antigua se justificó con el reemplazo de la imperfecta moneda conocida como macuquina, la cual circulaba en el Caribe y América del Sur, ya que se veía depreciada por la baja ley de la plata de Potosí y las sucesivas mutilaciones a que se recurría por falta de moneda fraccionaria, de reales y medios reales. Se mutilaba en proporción a la fracción de valor requerida. Pese a ello, como escribió el historiador Ruggiero Romano, siguió circulando “alegremente”, pero tomada por su peso metálico.

En 1772 Carlos III de Borbón (1759-1788), el monarca reformista, tomó la decisión de retirar de la circulación la bella y codiciada moneda columnaria, el peso de ocho reales de plata, que representaba el poder de compra global de la moneda hispanoamericana. Lo hizo mediante una muy reservada instrucción: rebajar ley, pero mantener el peso de la nueva moneda, con su real imagen y una sonrisa socarrona. Considerando que la producción de moneda novohispana en la ceca de México ascendió, entre 1733 y 1770, a más de 432,2 millones de pesos, la Corona ganó, entre la depreciación de Felipe V y Carlos III, más de 5.7 millones de pesos de plata.

Como lo ha explicado el historiador sevillano Ramón Serrera, la belleza de la moneda de busto, con la real efigie, se debía al diseño del artista salamantino Tomás Francisco Prieto, grabador general de la Real Persona y Casas de Moneda, además de que era el director de la Real Academia de San Fernando.

En la moneda acuñada en Nueva España, Carlos III ordenó que “tendrá” en el anverso mi real Busto vestido a la heroica, con clámide y laurel”, siguiendo con ello el modelo clásico, al estilo “heroica” de la Roma imperial. En dicha cara de la moneda se leía “Carolus III. Dei Gratia” (Carlos III, por la gracia de Dios), y agregaría el distintivo de la Casa de México.

Había que suplir el valor intrínseco (la ley de plata) con la belleza del grabado, mejorando la estampa del monarca y labrando el cordoncillo que impedía el cercén o mordedura, lo que implicaban una rebaja visible de su valor extrínseco, pero ocultaba la depreciación del valor intrínseco.

¿De qué se reía Su Majestad?

El valor de la moneda metálica descansaba en su cantidad de metal fino, así como en la confianza de su manufactura y peso, los cuales se revelaban a la vista. Con el ascenso de Carlos III a la Corona de Castilla, en agosto de 1759, agobiado por las deudas y gastos de la Guerra de los Siete Años (1756-1763), tomó la decisión de depreciar la moneda como primer paso de un reinado que fabricó su leyenda de modernizador. No fue el primero en devaluar, pero sí en convertirlo en una política monetaria global: el rey tenía problemas de caja y necesitaba refinanciar su deuda, por tanto, optó por una depreciación discreta que escondía el nuevo cuño.

La depreciación de la moneda de plata, desde Felipe V y hasta Carlos III, se había rebajado en su ley en 34,6 milésimas, algo así como el 3,77 por ciento, manteniendo su peso en 3,38 gramos. Solo Carlos III rebajó la ley 20,833/1000, ganando el 2,27 por ciento del valor intrínseco por peso y, dada la enorme cantidad de moneda acuñada en México, la Corona se embolsó una sustantiva cantidad de plata, bajo la sonrisa de una nueva moneda.

 

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