The Clash, el punk que tomó Latinoamérica

Marco A. Villa

El verano de 1956 en la moderna Ciudad de México fue el momento en el que el niño John Graham Mellor tuvo su primer encuentro con nuestro país. El menor, de apenas cuatro años, llegaba para radicar en la capital nacional junto con su hermano mayor y sus padres, dado que su mentor trabajaba para los Asuntos Exteriores británicos. Su edad y los escasos once meses que permaneció en dicha urbe quizá fueron insuficientes para que alcanzara a ver, tras los cristales del flamante Cadillac en el que se desplazaba su familia, un atractivo cúmulo de postales que se alojaran en su mente siquiera como vagos recuerdos. Pero el nombre de México sí le resonaría por décadas e incluso influiría en el multifacético sonido de su icónica banda londinense The Clash.

 

Formada a mediados de los setenta con Graham Mellor –que para entonces ya había adoptado el pseudónimo de Joe Strummer– en la voz, The Clash irrumpió en una época en la que la conocida anarquía, sencillez y nihilismo de las bandas de la primera ola del movimiento punk difícilmente abordaba, en las letras de sus canciones, temáticas como las revoluciones, armas nucleares, racismo, derechos humanos, brutalidad policiaca, entre otros, y mucho menos que explorara geografías tan diferentes a Reino Unido como Latinoamérica, las Antillas o España. Tanto Joe como Mick Jones, Paul Simonon, y después Topper Headon, los otros integrantes en la época de mayor éxito de The Clash, tuvieron claro que el suyo debía ser un punk comprometido con las causas sociales, político, idealista y honesto, aspectos que les dieron gran fama y popularidad en México y otros países latinoamericanos, donde muy poco se conocía el movimiento punk.

A fin de cuentas, el punk solía tener un origen “más instintivo que intelectual”, pero con The Clash se difuminó por completo esta idea. Musicalmente, los rasgueos tradicionales del género, tocados a gran velocidad, fueron trastocados por Strummer, Jones y compañía, quieres ahora presentaban composiciones que mezclaban ritmos como el jazz, rock, ska, rockabilly, funk y sobre todo reggae, entre cuyas notas sonaron también versos en español. Para algunos, esto los alejaba de las bases musicales del punk y por ello eran criticados; pero, para otros, las letras contestarias, su energía y actitud irreverente revitalizaban al movimiento.

Ante ello, el éxito fue abrumador desde el primer disco de 1977, llamado también The Clash (que significa “el conflicto”). Este material incluyó los hits I’m so Bored with the USA, White Riot y Police & Thieves. Al año siguiente llegó Give ’Em Enough Rope, un álbum calificado como puntilloso y poco espontáneo por el bajista Paul Simonon, pero que también los llevó a otros confines del mundo gracias a temas como Safe European Home, English Civil War y Tommy Gun, e incluso al elocuente mensaje contra el consumismo de su portada (página anterior). Para 1979 llegaría su obra maestra materializada en un álbum doble: London Calling, la cual puso en la órbita del mundo temas como el que da nombre al título, Spanish Bombs (sobre la Guerra Civil española), Revolution Rock, Lost in the Supermarket, entre varias más que a la fecha siguen reproduciéndose incesantemente en diversas plataformas.

“Dilo si quieres y dilo sinceramente; luego ponle un ritmo”, como decía John Lennon, fue la premisa que siguieron al pie de la letra los integrantes originales de The Clash durante los años que se mantuvieron juntos (1976-1983), aunque en 1980 lanzaron el que quizá fue su último trabajo trascentental: el álbum triple Sandinista!, y en 1982 el sencillo Rock the Casbah, que criticaba con sarcasmo la prohibición del rock en Irán. En todos, fue tal su convicción y fuerza, que al pasar de las décadas aún persiste entre fanáticos, críticos y especialistas la idea de que son “la única banda [del punk] que importa”. Impuesta por su discográfica CBS, esta etiqueta se refiere a que el grupo mantuvo firme su esencia durante su corta pero intensa existencia.

 

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