Agustín I

Ramiro Cardona Boldó

El atribulado Fernando VII, no quiso que nadie de su familia viniera a estas tierras a gobernar en su nombre y la designación fue para Agustín de Iturbide.

 

Los tiempos fueron propicios para que las diferencias se limaran, o al menos, hicieran un alto en el camino y se pensara en los rumbos de esa pequeña abstracción que significaba la patria. Ya los grandes caudillos de la gesta de independencia habían abonado con su sangre el fértil campo de la nación y las desmoralizadas fuerzas insurgentes, atomizadas y mal pertrechadas, luchaban porfiadamente contra el dominio colonial, cuando apareció en la escena Agustín de Iturbide. Se había distinguido como uno de los más pertinaces perseguidores de la causa insurgente. El antiguo dragón de la reina y capitán de los ejércitos del centro, se alió con su antiguo enemigo Vicente Guerrero, para, reunidos en Iguala, declarar la Independencia de México el 24 de febrero de 1821. Entraron a la ciudad de México como el ejército de las tres garantías (religión, independencia y unión) y dijeron que la lucha había cesado, que alguien de la casa reinante de España vendría a gobernar como emperador a México y que se instalaba la Regencia del Imperio. Aún así, nada estaba claro, porque según los tratados de Córdoba, el trono de México era para Fernando VII o para su hermano el infante don Carlos o para el infante don Francisco de Paula o el infante don Carlos Luis o… el que las Cortes del Imperio designasen… Pero el atribulado Fernando VII, no quiso que nadie de su familia viniera a estas tierras a gobernar en su nombre y la designación fue para Agustín de Iturbide.

No se sabe si Pío Marchá presionó al congreso con los sargentos, cabos y la soldadesca agreste paseándose por las calles de la capital al son de “Agustín primero, el emperador”; si todo era un ardid del antiguo dragón de la reina para hacerse con el poder, son cosas que no se pueden probar. Lo cierto es que con setenta votos a favor y quince en contra, el Congreso le dio el título de Emperador. Después del 19 de mayo de 1822 vendría el gran boato, los nombramientos y la conformación de una corte que nada envidiaba y nada pedía a la de Madrid. Vendría también el caos. Pero nadie lo veía, nadie lo quería ver. En esos días todos querían ser “ayudantes de su Majestad”.

 

“Agustín I” del autor Ramiro Cardona Boldó se publicó íntegramente en la edición de Relatos e Historias en México, núm. 3.

 

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