La historia del animal salvaje que atemorizó a la Ciudad de México a finales del siglo XIX

El misterio de la fiera de San Cosme

Consuelo Cuevas-Cardona

El 1 de noviembre de 1889, en el periódico La Voz de México, se publicó que una fiera rondaba por el Distrito Federal y que por el rumbo de San Cosme habían aparecido destazados varios animales de corral.

 

Unos días después, el 19 de diciembre, se dio la noticia de que los vecinos de Tacubaya estaban muy alarmados porque por las noches habían escuchado potentes rugidos. También se señaló que el sábado anterior, aproximadamente a las ocho de la noche, el señor Jesús López, carretonero del rancho de Anzures, caminaba en compañía de su esposa y de su cuñada por el rumbo de Chapultepec cuando oyeron un rugido que les heló la sangre y vieron debajo del Arco Chato a una gran pantera que movía la cola de un lado a otro. Después de unos minutos, el félido1 volvió a rugir y emprendió la fuga rumbo al rancho de Los Morales.

En el periódico El Partido Liberal del 3 de enero de 1890 se narró que, en la madrugada del 28 de diciembre anterior, un arriero que regresaba de Tepotzotlán con un pequeño atajo de burros cargados de carbón vio a la fiera en la hacienda de La Lechería. Para entonces, varios de los vecinos de San Cosme ya habían decidido dejar sus casas por el temor, mientras que otros de Santa María la Ribera y de los ranchos y pueblecillos cercanos lamentaban las pérdidas frecuentes de sus aves y de los animales de sus establos. ¿Qué félido era y de dónde llegó?

¿Habitante de los bosques?

En nuestro país habitan seis especies de félidos salvajes: el jaguar (Panthera onca), el ocelote (Leopardus pardalis), el tigrillo o margay (Leopardo wiedii), el jaguarundi (Puma yagouaroundi), el puma (Puma concolor) y el gato montés (Lynx rufus). Aunque en las narraciones proporcionadas por los periódicos de aquella época no hubo descripciones para definir de qué especie era la llamada fiera de San Cosme, varias personas aseguraron que escucharon rugidos potentes. La capacidad de emitir estos sonidos la tienen solamente los félidos del género Panthera (leones, tigres, leopardos y jaguares). De estos, el jaguar es el único que vive en América; los demás son habitantes de África y Asia, por lo que –si se trató de un animal salvaje– podría decirse que era un jaguar.

Los jaguares pueden habitar en ecosistemas diversos, desde bosques templados hasta desiertos, selvas tropicales y manglares. En el pasado se encontraban desde Sonora y Tamaulipas hasta el sur y el sureste del país. Sin embargo, la destrucción de su hábitat ha restringido sus poblaciones y actualmente se les encuentra en las costas del Pacífico y del golfo de México, en la Sierra Madre Oriental y en la Occidental, así como en la península de Yucatán.

Algunos especialistas indican que el jaguar nunca ha habitado el centro de México, lo que haría dudar respecto a que la fiera de San Cosme proviniera de algún bosque cercano a la Ciudad de México. Sin embargo, un estudio publicado en 2008, en el que se tomaron fotografías con cámaras ocultas y se registraron otro tipo de huellas, mostró la existencia de por lo menos un jaguar macho en la sierra de Nanchititla, Estado de México,2 lo que confirmaría la posibilidad de que el de finales del siglo XIX era un animal silvestre o salvaje.

Estos félidos recorren grandes extensiones. De acuerdo con diferentes estudios, un jaguar macho tiene un área de actividad de 700 km2, y una hembra de 160. En ambos casos se trata de zonas muy grandes. La distancia que hay del Ajusco a Chapultepec (en la Ciudad de México), por ejemplo, es de solo 35 km.

La destrucción de su hábitat y de sus presas lleva a que los félidos, en general, se acerquen a poblaciones humanas, pues el ganado y los animales de granja les ofrecen alternativas de alimentación. En 2017 aparecieron varias reses muertas en la parte montañosa del municipio de Actopan, estado de Hidalgo. Las autoridades ambientales colocaron cámaras para detectar qué estaba pasando y así se pudo observar la presencia de un puma macho. Rápidamente se hizo un llamado a la población para que no lo mataran y se echó a andar una campaña de concientización para que se supiera que los pumas no atacan a las personas y son elementos esenciales para la conservación de los ecosistemas. Por fortuna, el programa fue exitoso y con ayuda de pobladores, investigadores y funcionarios se estableció un santuario y corredor biológico en el que hasta la fecha continúa viviendo el macho, al que después se vio acompañado de una hembra y dos cachorros.

Pantera que no era de circo

Algunos periodistas sospecharon que la temible fiera de San Cosme había huido del circo Orrin. En efecto, en los programas de algunas temporadas de ese lugar se había anunciado como uno de los espectáculos al domador Ferris, que presentaba un acto con leones y leopardos. Sin embargo, esta posibilidad fue desmentida inmediatamente. El 5 de noviembre de 1889, en La Voz de México, el representante de los hermanos Orrin afirmó categórico que era verdad que el circo había tenido algunos “felinos”, pero que para entonces solamente quedaban dos leonas, mismas que estaban en sus jaulas, como podía constatarlo cualquiera que fuera a verlas a los establos de la calle de Mina.

La confirmación de que el animal no pertenecía al circo es evidente también por la siguiente anécdota, publicada también en La Voz de México del 19 de diciembre de 1889. El director de la orquesta del circo Orrin, Antonio Herrera, caminaba tranquilamente una madrugada de diciembre por el jardín de San Fernando. Pensaba en una actriz a la que acababa de ver en el Teatro Nacional, de apellido Guidotti, cuando vio dos ojos centelleantes que lo miraban y pertenecían a un animal enorme, según dijo. Con mucha precaución, dio unos pasos hacia atrás y después echó a correr, sin que el animal lo siguiera. Luego se encontró con un guarda nocturno, a quien pidió que lo acompañara a ver de qué animal se trataba:

“Nos acercamos con cautela y a diez pasos de distancia volvimos a ver aquella enorme cabeza con sus ojos de lumbre. Era una pantera que azotaba sus ijares con su cola y se ponía en guardia como para resistir un ataque. Quise disparar mi revólver sobre la fiera; pero el guarda me hizo una observación muy juiciosa, que acabó de ponerme los pelos de punta: —No le tire señor, porque he oído decir que estos animales sintiéndose heridos van sobre el agresor y lo devoran. […] La fiera volvió grupas y lentamente se alejó de nosotros, atravesando el jardín, tomando sobre la calle de San Hipólito y entrando por el callejón de Sombrereros, en donde la perdimos de vista.”

Obviamente, si el animal hubiera pertenecido al circo, el músico lo hubiera sabido y, en vez de acudir al guarda nocturno, habría ido por alguno de los hermanos Orrin, los dueños, para que lo rescataran.

 

Si desea leer el artículo completo, adquiera nuestra edición #160 impresa o digital:

“La lucha de los Seris”. Versión impresa.

“La lucha de los Seris”. Versión digital.

 

Recomendaciones del editor:

Si desea conocer más historias sobre la vida cotidiana, dé clic en nuestra sección “Vida Cotidiana”

 

Title Printed: 

El misterio de la fiera de San Cosme