El asombroso caso de los espías japoneses

La conspiración que se descubrió en Navojoa
Manuel Hernández Salomón

El 7 de diciembre de 1941, durante la Segunda Guerra mundial, se desencadenó el ataque japonés a la base naval estadunidense de Pearl Harbor, en Hawái. Para Japón, el sur del estado de Sonora, con su extenso litoral de playas de bajo fondo y un mar de aguas calmadas, ofrecía el espacio ideal para instalar una cabeza de puente con el fin de internarse en el país más industrializado del mundo. Los agentes japoneses encubiertos, residentes en Navojoa, tenían todo preparado, pero sus radiotransmisiones clandestinas fueron detectadas por el Ejército mexicano. Muchos de ellos fueron arrestados, excepto el misterioso doctor Yeda, cuya presencia en el pueblo todavía es recordada por mucha gente.

 

Una tarde invernal de algún día, tras el ataque a Pearl Harbor, como a las seis, Ildefonso Castillo Lira, telegrafista llegado de Coahuila, se encontraba encrespado en su oficina porque no podía retransmitir los mensajes a la Baja California; dichas fallas eran frecuentes y su enojo era por desconocer las causas para corregirlas. Se impulsó hacia atrás en el respaldo de su silla, estiró las piernas y colocó las manos sobre la nuca; dirigió su vista al techo y miró el foco que estaba parpadeando. Creyó que era una falla más de la vieja planta generadora de la empresa de electricidad, pero aquel pestañeo tenía ritmo; quedó asombrado porque pronto se dio cuenta de que, de su titilar, emanaban letras telegráficas, signos del alfabeto internacional morse.

Salió con rapidez a la oficina principal para comunicar a su superior, don Manuel Cruces Maldonado, jefe de la estación telegráfica en Navojoa, que estaban ‘sintonizados’; ésa era la causa de las fallas de trasmisión rumbo a occidente. Alguien estaba utilizando las frecuencias y horarios reservados para uso exclusivo del gobierno mexicano de acuerdo con las normas de comunicación establecidas internacionalmente.

Aquel afortunado incidente le hizo recordar al telegrafista Ildefonso Castillo la ocasión en la que, estando en la bahía de Yavaros junto con algunos compañeros de trabajo, al igual que don Manuel Cruces, recibieron la invitación del doctor L. K. Yeda para que visitaran el barco nodriza donde todos sus navíos pesqueros descargaban los productos marinos que luego eran conducidos al Japón.

Aceptada la invitación, abordaron el barco y siguieron los pasos y explicaciones de las características del navío ofrecidas por el médico anfitrión, administrador de la flota pesquera japonesa que operaba en el golfo californiano. Pero Ildefonso no prestó mucha atención a las observaciones del doctor; a él le interesaba más el sistema de comunicación del barco luego de advertir la altura de las antenas.

Mayor sorpresa se llevó al distinguir los equipos de comunicación que el barco nodriza operaba telegráficamente, por lo que no dudó en hacer la observación al médico japonés de que con ese equipo tan potente se podían comunicar fácilmente a Japón al descender el sol asimilado por el horizonte, reiterándole que observó que trabajaban con ondas cortas y largas. El doctor Yeda lo negó rotundamente, sosteniendo que con esos aparatos únicamente podían comunicarse a una distancia no mayor a 500 kilómetros. Ante esa posición, Castillo Lara y Cruces Maldonado prefirieron mantener reserva, sin insistir, por respeto al anfitrión.

Tras el descubrimiento, don Ildefonso y un grupo de telegrafistas se reunieron para dilucidar cómo los japoneses pudieron sintonizar la frecuencia en la que operaban. Uno de ellos recordó la vez en que el doctor Yeda envió un telegrama a Japón desde la oficina local, utilizando la frecuencia mexicana hacia occidente; de esa manera los japoneses captaron la frecuencia y el horario de trasmisión.

 

 Esta publicación es un fragmento del artículo “El asombroso caso de los espías japoneses” del autor Manuel Hernández Salomón y se publicó íntegramente en la edición de Relatos e Historias en México, núm. 68.

 

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