El drama del progreso por el dominio del Papaloapan

Desplazamiento y modernización en Oaxaca en el siglo XX

Salvador Sigüenza Orozco

La escarpada región del Papaloapan en Oaxaca es una sucesión de montañas y ricas planicies, favorecidas por el descenso del poderoso río que le da nombre, bendición y amenaza permanente para las comunidades mazatecas que han vivido en sus márgenes por siglos.

 

Entre el 21 y el 23 de septiembre de 1944 las lluvias provocaron una inundación que destruyó buena parte de la ciudad de Tuxtepec, la más importante de la zona. El agua subió entre cuatro y nueve metros en las partes más bajas. “El lodo que quedó almacenado en las calles y en las casas tenía un olor a podrido bastante molesto. El piso era falso y atascoso. Había hoyancos por todos lados, lagunetas aquí y allá, lomos de tierra de más de un metro o dos de altura, hacinamiento de maderas y objetos, animales muertos ya en estado de descomposición, casas destruidas y a medio caer otras”, contó don Luis Lavalle Ávila sobre su experiencia al regresar a Tuxtepec luego de pasar varios días en un albergue.

 

La Comisión del Papaloapan

 

A mediados de octubre, cuando las aguas se habían retirado por completo, el presidente Manuel Ávila Camacho y el gobernador Edmundo Sánchez Cano visitaron la región devastada. La gira impulsó trabajos de reconstrucción y saneamiento, pero también fue el arranque para un ambicioso proyecto gubernamental que modificó la geografía y las formas de vida tradicionales.

 

La Comisión del Papaloapan (Codelpa) –antecedida por estudios técnicos en la zona desde 1943, un año antes de la gran inundación– fue creada por decreto presidencial en 1947 para prevenir nuevos desastres, sanear la cuenca y aprovechar su potencial económico. A semejanza de los trabajos efectuados en Estados Unidos por la Comisión del Valle de Tennessee, se esperaba que realizara “obras relativas a control de ríos, construcción de presas, electrificación, apertura de carreteras, creación de zonas de riego, promoción agrícola e industrial, así como establecimiento de escuelas, hospitales y centros deportivos”.

 

El principal objetivo fue construir la presa Miguel Alemán, con una superficie aproximada de quinientos kilómetros cuadrados, a fin de regular las aguas del río Tonto mediante la inundación de una superficie de bosques y de las mejores tierras agrícolas y para pastoreo. Los terrenos a inundar pertenecían a los municipios de San Miguel Soyaltepec, San José Independencia y San Pedro Ixcatlán, un activo centro ganadero y comercial que acaparaba la producción de la sierra. La obra desplazaría a cerca de veintidós mil personas de esas tres localidades.

 

La irrupción del progreso

 

La construcción de la obra empezó en 1949. En el proceso intervinieron el Instituto Nacional Indigenista (INI), el Instituto de Café y las secretarías de Educación y de Salubridad. Entre los mazatecos había incredulidad y escepticismo; muchos consideraban difícil que el poder humano pudiera contener con una pared la fuerza del río Tonto. “Algunos creían que los brujos podían hacer desaparecer la amenaza de la presa recurriendo a la intervención de lo sobrenatural. Cuando fracasó la magia para que se estropearan las máquinas y la propia base de la presa, los brujos dijeron que la presa, una entidad personal, ya había tomado 200 vidas en accidentes y en consecuencia era indestructible”.

 

En la época de mayor actividad de la obra llegaron a trabajar cuatro mil personas que laboraban las veinticuatro horas en actividades complejas y variadas. Los trabajos duraron de 1949 a 1955. El surgimiento de la presa provocó el crecimiento de Temascal, pequeño pueblo del municipio de Soyaltepec, donde se estableció un centro del INI que coordinó servicios médicos y educativos, buscó mejoras en el transporte y el comercio, e impulsó establecer el servicio de agua potable.

 

A finales de los sesenta casi la mitad de la población de Temascal había nacido fuera del estado de Oaxaca, en buena medida porque ahí encontraron trabajo muchas personas desplazadas. Entonces surgieron tiendas, hoteles, clínicas, astilleros, sitios de venta de hielo, de tractolina (derivado del petróleo), gas y aceite para cocinar; hubo la posibilidad de tener lanchas y que arribaran turistas. Además, el lugar se volvió un centro de comercio de cosechas, aves y otros animales.

 

El drama del desplazamiento

 

La Codelpa tenía una Sección de Antropología que contaba con brigadas de maestros, médicos y trabajadores sociales para ayudar a los futuros desplazados, por ejemplo, enseñándoles el español. Aunque su labor no fue suficiente. Un brigadista de Ixcatlán refirió: “Todo lo que hicieron fue dar aviso a los indios de su inminente traslado. Sin embargo, hubo muchos que no creyeron que sus tierras iban a ser cubiertas por las aguas, y a pesar de las advertencias se negaron a abandonar sus tierras hasta que la subida efectiva de las aguas los forzó a hacerlo”.

 

Al iniciarse la inundación, los campesinos y sus familias salieron precipitadamente y se encontraron, en varios casos, con que por problemas burocráticos la Comisión no había adquirido tierras suficientes para reubicarlos. El desplazamiento de la población fue violento y dramático.

 

Errores logísticos y burocracia aparte, se realizó un diseño institucional enfocado en reducir el impacto del desalojo. Además de las labores médicas y de alfabetización, a cada familia desplazada se le ofreció una indemnización en efectivo, una casa en un solar de mil cuatrocientos metros cuadrados, además de cien kilos de maíz para sus necesidades de alimentación; los mayores de dieciséis años que no tuvieran tierras, recibirían diez hectáreas de cultivo y cinco de reserva. También se buscó que los nuevos asentamientos tuvieran semejanza en cuanto a la composición de los pueblos indígenas (mazatecos, sobre todo, pero también chinantecos y mixes), para garantizar afinidades lingüísticas y culturales. Sin embargo, la Codelpa no siempre contó con recursos suficientes para garantizar estos objetivos.

 

Las zonas receptoras de desplazados fueron Santa María Chichicazapa, La Joya del Obispo, San Felipe Cihualtepec, Los Naranjos y Yogopi; estas dos últimas en territorio veracruzano. La gente de Chichicazapa se dedicó a trabajar en los ingenios azucareros. En La Joya la tierra resultó de muy baja calidad y a finales de los sesenta la tercera parte de la población la había abandonado por no poder subsistir. En Cihualtepec convivieron mazatecos, chinantecos, mixes y mestizos, bajo un esquema de integracionismo forzado por la escuela; ahí los mestizos controlaron el comercio. Entre 1954 y 1967 se ocupó la cuenca inferior de los ríos Lalana y Trinidad con la creación de colonias y ejidos, así como el establecimiento de pequeños propietarios en Nuevo Ixcatlán y Cihualtepec.

 

 

Esta publicación es sólo un resumen del artículo “El drama del progreso por el dominio del Papaloapan”, del autor Salvador Sigüenza Orozco, que se publicó íntegramente en la edición de Relatos e Historias en México, núm. 98.

 

 

El Papaloapan desde el aire. Un recorrido por la presa Miguel Alemán y el río Papaloapan, entre Oaxaca y Veracruz. Dé clic en la siguiente liga para ver el video: http://relatosehistorias.mx/galeria/el-papaloapan-desde-el-aire