La mujer mexicana, en la búsqueda de la equidad de género

Jaime Olveda Legaspi

Al ingresar México a la etapa independiente, la mujer no gozó de la misma libertad que el hombre, ni de iguales derechos, sino que inició cargando sobre su espalda toda la herencia cultural del Virreinato, que la había condenado a permanecer en un círculo muy cerrado, el cual le impidió desenvolverse con plenitud. La libertad de expresión, de reunión, de imprenta y otras prerrogativas a las que se hizo acreedor el género masculino y que consagraron las posteriores constituciones, no favorecieron de igual manera a la mujer. La Iglesia católica reforzó esta tendencia al predicar y exigir la observancia de las viejas costumbres para conservar la tradición.

 

Los nuevos tiempos

El advenimiento de una época distinta a la anterior exigió cambios, adaptaciones y reacomodos a los nuevos ciudadanos, pero esos ajustes que implicaron la desaparición de muchos rasgos del periodo anterior y la redefinición de otros para promover el surgimiento de una nueva sociedad no afectaron igual a hombres y mujeres. En esa nueva realidad, los varones reafirmaron su papel predominante en las esferas pública y privada, pero fue preciso redefinir la función que debía ejercer la mujer y cómo debía ser su comportamiento dentro del contexto republicano. En las reflexiones derivadas del análisis que hizo la prensa en el siglo XIX prevalecieron los viejos criterios; de entrada, se marcó su diferencia con el hombre: ella era un ser inferior que requería de la protección del varón y no de una educación formal, sino de una orientada, principalmente, al cuidado del hogar y a la crianza de los hijos. Entre las cualidades que debía cultivar figuraban la resignación, la humildad, la paciencia y la abnegación; y el papel que debería desempeñar, según la tradición, se reducía a hacer feliz al esposo y acatar sus órdenes.

El ritmo lento de los cambios políticos y de las transformaciones de las estructuras mentales de las primeras décadas independientes poco influyó en cambiar la imagen de la mujer. Los gobiernos, al calor de los constantes pronunciamientos militares, fueron aplicando lentamente reformas políticas y económicas marcadas por los países más avanzados con el propósito de alcanzar la modernidad; pero desde el punto de vista social, los cambios fueron menos perceptibles. Aun la reforma liberal que impulsó Benito Juárez poco ayudó a modificar la imagen femenina.

No obstante el peso de la tradición, desde 1821 surgieron las primeras demandas, reclamos o peticiones para que las mujeres rompieran ese círculo tan estrecho y pudieran ejercer otras funciones, tanto en la esfera pública como en la privada. El primero en impulsar ese cambio fue Joaquín Fernández de Lizardi, mejor conocido como el Pensador Mexicano, cuando en vísperas de la convocatoria para elegir diputados al primer Congreso constituyente de 1822, propuso que también las mujeres fueran electas representantes de la nación. Naturalmente, en ese año tan cercano al periodo anterior, la propuesta fue ridiculizada y reprobada por el periódico poblano El Farol, en su edición del 16 de diciembre de 1821, y por otros de la Ciudad de México.

La idea generalizada de que la mujer pasó los días de su vida dentro del hogar, sin tener mayor contacto con el exterior, ha sido exagerada. De una manera u otra intervinieron en las cuestiones políticas, económicas y militares. En el convulsionado siglo XIX desempeñaron un papel importantísimo. En los constantes pronunciamientos “ellas caminaban –puntualiza Salado Álvarez en sus Episodios nacionales– precediendo a la tropa, siempre alegres, siempre atareadas y presurosas”; eran como ángeles guardianes del soldado. Arriesgaban su vida entre las balas y por las noches recorrían el campo de batalla para desvalijar a quienes habían caído muertos.

En medio de la agitación política que cubrió al siglo XIX, los periódicos dedicaron, de vez en cuando, algún espacio para comentar la situación en la que se encontraban las mujeres. El 19 de julio de 1845, El Siglo Diez y Nueve publicó el artículo “Un pensamiento sobre las mujeres”, en el que señaló que la legislación de todo el mundo había impuesto severas restricciones que las privaban del derecho al voto porque las consideraban seres incapaces y frágiles. Pero, aunque esta imagen seguía prevaleciendo, el periódico resaltó sus encantos naturales con los que cautivaban a los hombres, quienes a pesar de verlas como seres inferiores, finalmente quedaban bajo el poder de ellas.

Algunos poetas destacaron los atractivos femeninos. Uno de ellos escribió en El Diario del Hogar del 20 de octubre de 1885:

 

Nos encadena con su sonrisa;

perlas sus lágrimas del cielo son;

llore o sonría, cautiva el alma

con misteriosa fascinación.

Infame el hombre que la calumnia,

que sus virtudes niega, ¡traidor!

Amante, esposa, madre o hermana

quien mujer dice, nos dice ¡amor!

 

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