Un decálogo de Luis González

para un nuevo enfoque de la historiografía mexicana

Javier Garciadiego

Hace poco más de veinte años, en diciembre de 2003, falleció Luis González y González, el historiador que propuso un nuevo enfoque, auténticamente innovador, a la historiografía mexicana, para hacer historia matria en lugar de la canónica historia patria. Esto es, la historia del terruño, del pueblo nativo, rigurosamente documentada pero narrada con calidez y, en momentos, hasta entrañablemente, en tanto que se trata de algo cercano, incluso amado.

Con el nuevo enfoque propuesto por Luis González, llamado “microhistoria” desde entonces, aparecerían nuevos protagonistas de la historia, gente común o notables de las localidades, y ya no los tradicionales héroes nacionales. También se modificaba la consabida cronología tradicional, pues la de muchos pueblos no coincide con el supuesto proceso nacional de Independencia, Reforma y Revolución.

Luis González propuso también una nueva forma de escribir historia, recuperando el género de la narrativa, que se perdió con la obsesión del rigor cientificista de la historiografía que ha dominado la disciplina desde finales del siglo XIX y principios del XX. En efecto, propuso que la historia se escribiera con ritmo y ligereza, con desenfado, con el menor número de términos teóricos, por lo general ampulosos y conceptuosos.

Luis González fue un historiador prolífico que escribía con facilidad y soltura. Sus novedosas y estimulantes ideas historiográficas se encuentran, sobre todo, en dos obras, muy diferentes entre sí, pero ambas consideradas “clásicas”. La primera es Pueblo en vilo, aparecida en 1968; es la historia de su natal San José de Gracia, en Michoacán. Sin duda, debe ser considerado el libro fundador de toda una corriente, la llamada “microhistoria”, que dio lugar a que muchos pueblos fueran historiados, aunque también dio pábulo al desarrollo de los estudios históricos sobre regiones concretas. Desgraciadamente, no todos los libros surgidos a partir de Pueblo en vilo están escritos con la misma gracia ni están tan bien documentados.

El otro libro es El oficio de historiar, publicado en 1988 como obvio producto del curso “Teoría y método de la Historia”, que durante varios años impartió en El Colegio de México. Una primera lectura lo podría definir como un manual metodológico; sin embargo, se trata más bien de unas reflexiones, sin didactismo alguno, en el tono de los consejos que un consumado maestro puede dar a un aprendiz. Es un libro que permite aprender de las experiencias de Luis González. Más que la frialdad de las prescripciones metodológicas, campea la afectuosa transmisión de un oficio y de toda una sabiduría humana y académica.

El mismo Luis González traza los factores que definieron su experiencia formativa: en ausencia de hermanos, creció entre adultos y ancianos, todos memoriosos y buenos conversadores; por rechazo a la educación “socialista”, su educación primaria fue “casera”, pero su educación media la hizo con los jesuitas en Guadalajara y luego estudió un par de años en la conservadora Universidad Autónoma de Guadalajara. Dado que su vocación profesional era clara en favor de los estudios históricos, en 1946 se trasladó a la capital del país para estudiar en el recién fundado Colegio de México, con varios españoles exiliados y bajo la dirección de Silvio Zavala.

Posteriormente hizo estudios de especialización y posgrado en París, con profesores tan notables como el hispanista Marcel Bataillon, el historiador de la antigüedad Henri Marrou e incluso con el célebre Fernand Braudel. Al regresar a México, se incorporó al seminario que elaboraría la Historia moderna de México, bajo la dirección de don Daniel Cosío Villegas, lo que resultó una experiencia decisiva para su formación como historiador, en la cual le correspondió redactar la parte de la historia social de la República Restaurada. Luego hizo varios trabajos “en equipo” y “por encargo”, como los volúmenes dedicados a Libros y folletos en Fuentes para la historia de México, o la edición de los informes presidenciales.

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