Libros y bibliotecas rurales en 1928

Las misiones culturales en Chiapas

Ana Karla Camacho Chacón

Si bien la labor editorial emprendida por José Vasconcelos durante su gestión en la SEP fue criticada porque se pensaba que los libros “clásicos” que publicó eran ajenos a las necesidades de la sociedad mexicana, poco después se siguieron distribuyendo e incluso autores como Tolstoi y Tagore llegaron hasta las comunidades rurales de Chiapas.

 

Durante su gestión como secretario de Educación Pública, entre 1921 y 1924, José Vasconcelos priorizó la edición de libros “clásicos” que a su parecer eran “tesoros del saber humano”. En total se editaron diecisiete de ellos: de Homero, La Ilíada (dos volúmenes) y La Odisea; de Esquilo, Tragedias; de Eurípides, Tragedias; de Dante, La divina comedia; de Platón, Diálogos (tres volúmenes); de Plutarco, Vidas paralelas (dos volúmenes); los Evangelios; de Romain Rolland, Vidas ejemplares; de Plotino, las Enéadas; de Tolstoi, Cuentos escogidos; de Tagore, Obras escogidas, y de Goethe, Fausto.

A pesar del reconocido valor literario de cada uno de los escritores citados, la publicación y divulgación de los “clásicos” fue duramente criticada. Sus detractores opinaban que era un despilfarro de fondos públicos, ya que las obras eran de difícil lectura, no tomaban en cuenta las necesidades del pueblo mexicano y carecían de aplicación práctica. Una de las más fuertes críticas vino desde el Congreso y del diputado federal por Chiapas, Luis Espinosa López, quien en febrero de 1921 expuso la “inutilidad” de esos textos:

 

“¿Qué objeto práctico puede tener la intención del licenciado Vasconcelos, al pretender difundir estos conocimientos clásicos en el pueblo mexicano? Ninguno. […] ¿Qué tienen que ver los clásicos con nuestro medio ambiente cultural? Es un manjar que el pueblo no puede digerir, que no puede servirle para nada.”

 

Ante ese panorama, la siguiente administración se inclinó, al menos en los discursos, por los libros “populares”. Acorde con las polémicas surgidas en 1925 (en las que se decía que la cultura y la literatura tenían que ser “del pueblo y para el pueblo” y que había que descartar a los clásicos latinos, griegos, franceses e italianos), el secretario Puig Casauranc sostuvo que el Departamento de Bibliotecas se encargaría de difundir los elementos de “cultura popular”.

Sin embargo, para 1928 se seguían remitiendo los “clásicos” editados durante la gestión vasconcelista. De forma que en los tres municipios de Chiapas se encontraron volúmenes de Rabindranath Tagore con Morada de paz y Obras, Romain Rolland y sus Vidas ejemplares, los Cuentos de León Tolstoi y los Evangelios, además de que las obras Esquilo, Eurípides, Plutarco y Goethe también formaron parte de alguna de las tres bibliotecas instauradas en los municipios mencionados. Destacan los casos de los libros de Tagore y Tolstoi, pues, por lo menos en estas poblaciones de Chiapas, pudieron llegar al público al que originalmente estaban destinados: campesinos, indígenas, pobres y marginados, contrario a lo que ha señalado el historiador Fabio Moraga.

La razón por la cual dichos libros continuaron enviándose para acompañar las misiones culturales parece estar relacionada con el número de tiraje y su reserva. Cada uno de los volúmenes de “clásicos” contó con entre 20,000 y 25,000 ejemplares. De acuerdo con Claude Fell, de 1921 y 1924 se repartieron en bibliotecas, escuelas y centros educativos entre 130,000 y 140,000 copias, lo cual no representó ni siquiera la mitad del número total de impresos. De forma que en 1924 había en almacén 113,853 volúmenes de los “clásicos”. La moderada distribución de libros por el país, debido a las condiciones geográficas, sociales y económicas, así como los cambios burocráticos en la SEP, pudieron haber sido los causantes de ese almacenamiento.

Empero, contrario al despilfarro supuesto por Fell o a que los “clásicos” se hayan “enterrado en el olvido” –como mencionó Guadalupe Quintana–, los libros sí fueron utilizados posteriormente: en el régimen de Plutarco Elías Calles (1924-1928) permanecieron en los paquetes enviados a las bibliotecas rurales a través de las misiones culturales.

 

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