La Secretaría de Educación Pública

De Justo Sierra a José Vasconcelos
Javier Garciadiego Dantán

Una de las decisiones más lúcidas y trascendentales en la historia del siglo XX fue la creación de la Secretaría de Educación Pública. Al término de la fase armada del proceso revolucionario se fundaron nuevas instituciones y comenzó a definirse otra cultura nacional, procesos íntimamente ligados al nacimiento de la secretaría en octubre de 1921, frente al grave rezago en la educación nacional.

 

 

El derrocamiento de Carranza a mediados de 1920 por los revolucionarios sonorenses dio lugar a que volvieran al país los exiliados anticarrancistas. Uno de ellos fue José Vasconcelos, a quien se invitó a ser rector de la Universidad Nacional. 

 

Vasconcelos se enfrentó a una compleja situación para llevar a cabo su tarea. Con la colaboración de gente como Ezequiel Chávez, el positivista Enrique O. Aragón, su compañero del Ateneo Mariano Silva y Aceves, el escritor, bibliógrafo y funcionario Genaro Estrada, y los jóvenes Alfonso Caso, Manuel Gómez Morin y Alberto Vázquez del Mercado, miembros del grupo de “Los siete sabios”, formó un equipo plural y ecléctico que lo ayudó a proponer la creación de la Secretaría de Educación Pública.

 

Resulta difícil sintetizar uno de los proyectos más ambiciosos de la historia mexicana del siglo XX, ya que implicaba una reorganización de todas las instancias educativas, integrándolas bajo un solo mando, y una modernización radical de la enseñanza. El proyecto de Vasconcelos daba gran importancia al fomento de la lectura, con la creación de un complejo sistema bibliotecario nacional,[1] y a los asuntos culturales y artísticos. Como creación posrevolucionaria, la principal diferencia entre la secretaría de Sierra y la de Vasconcelos fue su abierto compromiso social reflejado no sólo en su “cruzada” alfabetizadora, también en la prioridad que asignó a la educación rural e indígena, así como a la educación primaria. Para Vasconcelos, la educación era la mejor forma –y acaso la única– de conseguir el ascenso y la uniformidad social. Otro rasgo distintivo era su amplitud geográfica, para lo cual se comprometió a no intervenir en la administración de las escuelas locales,[2] aunque a nivel nacional controlaría ideológica y pedagógicamente la enseñanza, fomentaría y coordinaría las actividades culturales, respetando el control de las autoridades locales sobre las instalaciones educativas; más aún, no contemplaba que éstos abandonaran sus responsabilidades previas. De otra parte, propuso que la sociedad participara en el proceso con la constitución de Consejos de educación tripartitos, integrados por docentes, autoridades y padres de familia, organizados en orden ascendente, del nivel local al nacional, pasando por los Consejos distritales y estatales. Vasconcelos confiaba en que si estos Consejos funcionaban “de una manera rigurosa y atinada, muy pronto llegaría el día en que ejecutarán todas las facultades y se habrá logrado independizar la educación pública, poniéndola en manos de los Consejos que, por su carácter, estarán mejor capacitados que el poder ejecutivo para atenderla”.[3]

 

Previsiblemente, no faltó quien considerara “utópico” el proyecto de Vasconcelos. Fiel a su personalidad, contestó que esas críticas provenían de “espíritus apocados”, y consciente de la envergadura del proyecto, reconocía que se trataba de una obra “de construcción paulatina”. En efecto, además de controlar los asuntos instructivos y pedagógicos, se trataba de que el proyecto “sentase las bases para una nueva política cultural”, que en realidad tuviera como objetivo último la integración –redención, la llamaría Vasconcelos– “de los sectores de la población más desheredados y numerosos”.[4]

 

La mecánica fundacional se inició el 22 de octubre de 1920, menos de cinco meses después de haber asumido la rectoría, cuando Vasconcelos sometió a la consideración de la Cámara de Diputados su “Proyecto de ley para la creación de la Secretaría de Educación Pública Federal”. Finalmente, el proyecto fue avalado por el Congreso y las legislaturas locales, y la Secretaría de Educación Pública inició funciones el 10 de octubre de 1921.[5]

 

 

Esta publicación es un fragmento del artículo “La Secretaría de Educación Pública” del autor Javier Garciadiego Dantán y se publicó íntegramente en la edición de Relatos e Historias en México, núm. 38.

 

 

[1] Al respecto, véase el ensayo del autor Vasconcelos y los libros: editor y bibliotecario (en prensa); consúltese también Enrique Krauze, “Vasconcelos: libros, aulas, artes”, en Letras Libres, México, núm. 139, 2010, p. 40-45.

[2] Sin duda, el mejor análisis de la labor educativa de Vasconcelos es el de Claude Fell, José Vasconcelos, los años del águila (1920-1925). Educación, cultura e iberoamericanismo en el México posrevolucionario, México, UNAM, 1989.

[3] Claude Fell, op. cit., p. 61.

[4] Ibid., p. 61-62.

[5] La designación del presidente Obregón en favor de Vasconcelos fue hecha el día 10, aunque la toma de posesión fue el día 12. Lamentablemente fue una ceremonia escueta, sin un gran discurso por parte de Vasconcelos. Cfr. El Demócrata, 11 y 13 de octubre; El Universal, 11 y 13 de octubre, y Excélsior, 13 de octubre de 1921. Antes, el 30 de junio Obregón había firmado el decreto que reformaba parte de los artículos 73 constitucional y 14 transitorio. Cfr. Diario Oficial, 4/agosto/1921. Tres meses después, el 29 de septiembre, firmó el decreto que creaba la Secretaría de Educación Pública.

 

 

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