La odisea de Estebanico

En tierras de cristianos: entre el Yaqui y Tenochtitlan

Antonio Rubial García

Eran los primeros días de enero de 1536. A la altura del río Yaqui, los cuatro viajeros comenzaron a hallar rastros y señales de donde habían estado los cristianos: estacas clavadas en tierra para amarrar caballos y los excrementos de estos, árboles cortados con hachas de hierro, trozos de camisas y de ropa española.

Una mañana se les presentaron sus mensajeros y les dijeron que no habían hallado a ningún indio en toda esa tierra, pues andaban por los montes, escondidos, huyendo de esos hombres que los hacían esclavos. Contaron también cómo la noche anterior, escondidos detrás de unos árboles, habían visto a los cristianos llevando a varios indios encadenados. Al oír esto, muchos de los que venían con Álvar Núñez se alteraron y se regresaron a sus pueblos para dar aviso de la llegada de los blancos; a otros, Esteban los convenció de que no habían de temer mientras anduviesen con el capitán, quien los protegería.

El encuentro con rastros que mostraban la presencia de cristianos los animó a apresurar el paso. Una noche, los cuatro compañeros se reunieron para planear lo que harían. Por los informes de sus guías, calcularon estar a tres días de camino de la base de operaciones de sus compatriotas. Álvar Núñez se ofreció como adelantado; llevaría por compañía al indispensable Esteban y a once indios.

Siguiendo los rastros que los españoles habían dejado a su paso, y después de tres días de caminata, el pequeño grupo encontró a cuatro cristianos a caballo. Sin poder decir una palabra, se quedaron mirando atónitos a ese español extrañamente vestido de pieles, acompañado por un negro y por varios indios casi desnudos. Álvar Núñez rompió el silencio y les pidió que los llevasen adonde estaba su capitán, quien, al verlos, con altivez dijo llamarse don Diego de Alcaraz y les exigió comida para sus hombres.

Acostumbrado al trato afable de sus compañeros, a Esteban la altanería de ese hombre debió parecerle insoportable. Álvar le dijo que a diez leguas de ahí otros dos españoles venían con mucha gente y alimentos, y Alcaraz envió a tres hombres a caballo a buscarlos. Los acompañaban cincuenta guerreros indios amigos, posiblemente yaquis, y Esteban se ofreció para guiarlos. Cinco días después, llegaron Andrés Dorantes y Alonso del Castillo con los que habían ido por ellos; traían consigo más de seiscientas personas portando maíz y carne de venado.

Después de comer, Alcaraz y sus hombres comenzaron a tramar la manera de hacer esclavos a los indios que venían con Dorantes y Castillo. Cuando los descubrió, Álvar Núñez se disgustó mucho, pero no podía contrariarlos, por lo que les ofreció las turquesas, esmeraldas, corales y pieles de bisonte que llevaba a cambio de que los españoles dejaran a los indios amigos regresar a sus pueblos. Esteban fue el encargado de convencerlos de huir de inmediato; les dijo que el capitán no los podría proteger y, de quedarse, los esclavizarían.

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