“Y.O. soy México, mujer, india fatal”

Ricardo Lugo Viñas

 

La travesía por México de la costarricense Yolanda Oreamuno, 1944-1956

 

 

Una mañana de 1956 dos personas conversan sentadas en una banca de la Alameda Central, en Ciudad de México, bajo la resolana que les proporciona el manto de un árbol. Se trata de la escritora Yolanda Oreamuno (aunque enferma, se encuentra como siempre: alabastrina, sagaz y bella) y del escultor Francisco Zúñiga (en barbas, rotundo y pensativo). Son compatriotas, ambos de origen costarricense. Llevan largo rato hablando. Ella le cuenta, con clara emoción y orgullo, que recientemente estuvo en Morelia apoyando al expresidente Lázaro Cárdenas en sus proyectos educativos y agrarios que desarrolla en el estado. Aquella será la última charla de estos dos compañeros de batallas y andanzas.

 

Ella firmaba sus textos como “Y.O.” y, según José Emilio Pacheco, fue una de las primeras escritoras hispanoamericanas en emplear el monologo interior, el elogio al individualismo, alejándose del costumbrismo o el realismo social imperante de la época. Moriría en julio de ese 1956, con tan solo cuarenta años a cuestas, en el departamento de otra paisana suya, la poeta Eunice Odio, en la calle Río Neva, cerca de Paseo de la Reforma.

 

Yolanda Oreamuno Unger llegó a México en 1944. Aquí esperaba hallar nuevas posibilidades para pensar y trabajar literaria y políticamente los tópicos que siempre le interesaron: el exilio, la relación entre los sexos, la marginación, las mujeres, las revoluciones. En el país será recibida por el escritor Ermilo Abreu Gómez y el poeta nicaragüense Salvador de la Selva.

 

Su amigo y coterráneo Joaquín García Monge, editor de la prestigiosa revista hispanoamericana Repertorio Americano, donde Yolanda publicó por vez primera, le había dirigido una misiva a Alfonso Reyes hablándole del talento de Oreamuno y de sus planes de exiliarse en México. Alfonso la acogió con gusto y deferencia, incluso escribiría un prólogo para una novela sobre este país que Yolanda tenía en el tintero: Dos tormentas y una aurora; pero el manuscrito de esta obra se extravió y jamás fue publicada.

 

Pese al buen cobijo que recibió en México, su obra no relumbró en el panorama literario de la época sino hasta varios lustros después de su muerte. Oreamuno fue niña genio (su primera obra, un ensayo sobre los derechos de las mujeres, la publicó a los dieciséis años), incomparable lectora de Marcel Proust y William Faulkner, pionera en el movimiento feminista en su país y una vanguardista de las formas narrativas.

 

Durante los últimos años de su vida encontró en México nuevas motivaciones, recursos y paisajes poéticos: se perdió miles de veces, gustosa, por las calles de la capital del país; le escribió a los mercados, los mariachis (“obreros con muchas manchas y remiendos de miseria”), a la “industria mexicana del tejido, del bocadillo o ‘antojo’ vendido por la india en la calle”, a los indios “hombres de barro”, y concibió a nuestra nación en femenino: “México siempre está dispuesta a andar, a detenerse, a correr, a tenderse, solo no está dispuesta a morir”. Relatos como “México es mío”, “Valle alto” y su novela corta De su oscura familia dan cuenta del país que Oreamuno encontró y que tomó como suyo.

 

Fue sepultada en el panteón francés de San Joaquín, en Ciudad de México, sin lápida de identificación, y exhumada en 1961 para ser trasladada un cementerio de San José, Costa Rica.

 

 

El artículo breve “Y.O. soy México, mujer, india fatal” del autor Ricardo Lugo Viñas se publicó en Relatos e Historias en México número 126. Cómprala aquí