¿Sabían que una sorprendente elefanta llegó de Asia a Nueva España en 1800?

Marco A. Villa

 

Juan Sebastián Ignacio de Jesús sería el nombre con el que aquel asiático sería reconocido a partir de entonces en Nueva España. El joven había pedido su conversión a la religión católica, misma que le fue concedida. Con fecha del 24 de febrero de 1801, la Gazeta de México daba la noticia: “movido de la gracia ocurrió al señor don Joseph Arias de Villafane […] solicitando se le instruyese en los puntos de religión para recibir el Santo Bautismo”. De inmediato se le otorgó el sacramento en “la casa del oratorio de los padres felipenses”.

 

Pero ¿quién era este recién catequizado proveniente de las lejanísimas tierras orientales, ya para entonces muy bien conectadas con Nueva España a través de las largas travesías transoceánicas? Después de andar por el mar Caribe y luego bambolearse por algunos días sobre las aguas del golfo de México, el susodicho echó anclas en el puerto de Veracruz a bordo de un navío que traía un portento natural que la gran mayoría de los novohispanos nunca había visto: una elefanta. Al paso las semanas, ambos llegarían hasta la capital virreinal, acompañados de un perro que a la vista servía para ponderar la grandeza de la paquiderma. Venían de haber montado espectáculos en Estados Unidos y Cuba.

 

El colosal animal bien pudo causar temeridad entre quienes lo apreciaron, pero su docilidad le quitaría la etiqueta de monstruoso, como solía pensarse de los especímenes desconocidos, raros, curiosos, deformes y hasta humanos de los que se llegaba a dar noticia. ¡Eso sí!, varios eran dignos de exhibición y por ello desfilaron por los distintos foros y carpas novohispanos durante buena parte del siglo XVIII, lo cual se sumaba a otros medios de difusión como los gabinetes naturales, tratados, libros y publicaciones sobre historia natural y seres extraordinarios que se daban a la tarea de divulgar todo cuanto fuera posible acerca de los reinos mineral, animal y vegetal, así como el conocimiento científico que caracterizó al llamado Siglo de las Luces; en América, sobre todo, en su segunda mitad.

 

Lo anterior también era una manera de informar sobre la llegada al territorio de ciertos animales, o sobre su descubrimiento. Así, la Gazeta de México avisó que la exposición de la elefanta sería “a la vista del público, mediante el pago de dos reales, en la casa número 5 de la calle puente de Colorado y esquina del callejón de la Danza”. Esta información se completaba con la que daba cuenta del descubrimiento de “más osamentas que al parecer pertenecían a animales de esta especie en las inmediaciones del Santuario de la Virgen de Guadalupe de la Ciudad de México y en Aguascalientes en los años de 1784 y 1799, animales que no se producían en el reino”.

 

Es posible que el enorme animal haya pasado varios años más en exhibición dada la longevidad que alcanzan los elefantes, pero de ello no conocemos más noticias en las siguientes décadas. Lo cierto es que la atención sobre la elefanta quizá vino a menos conforme fueron llegando más espectáculos de ese tipo, como el del cerdito erudito que arribó apenas unos meses después, proveniente de Londres. Pero esa es otra historia.

 

 

El artículo breve "La sorprendente elefanta que vino de Asia" del autor Marco A. Villa se publicó en Relatos e Historias en México número 126. Cómprala aquí