¿Sabían que en 1955 se quemaron revistas de desnudos en el zócalo?

Marco A. Villa

 

Como llamados por las campanas de la Catedral Metropolitana en uno de los días y hora favoritos en que los feligreses católicos se arremolinan para escuchar la misa matutina, aquel sábado 26 de marzo de 1955 todo estaba listo para que cientos de estudiantes universitarios capitalinos guiados por algunos profesores y centinelas de la educada moral se adjudicaran la autoridad de redimir a las consciencias perturbadas, castigar a los “editores indecentes” y extinguir con la llama de lo que había de ser correcto aquella pila de publicaciones “pornográficas”, como la famosa Vea, que desde varios días antes habían arrebatado de peluquerías, puestos y otros negocios hasta sumar miles de ellas.

 

Eran las diez de aquella mañana de primavera cuando los primeros integrantes de la Federación de Estudiantes Universitarios comenzaron a congregarse en la plaza de Santo Domingo para minutos después enfilarse rumbo al Zócalo y consumar el acto. Marcharon por Brasil y Monte de Piedad en apenas unos minutos, pero el escándalo que provocaron fue mayúsculo, de acuerdo con lo dicho en los diarios al día siguiente. Las frases en los carteles eran convincentes y las arengas vehementes: “Salvemos a la niñez”, “La familia mexicana merece respeto”.

 

Entre los detalles expuestos en su crónica sobre el suceso, El Universal narró que un profesor gritó, desde lo alto de un automóvil: “¡La pornografía provoca disolución familiar y degeneración en los individuos!”, y otro personaje, representante del Consejo de Profilaxis Social, remató: “Estos jóvenes han logrado en un par de semanas lo que en muchísimos años no habíamos logrado hacer los padres de familia”.

 

De hecho, esta era la segunda pira, pues dos días antes ocurrió un acto semejante cerca de la Lotería Nacional. La movilización llevaba fraguándose hacía algunas semanas y la aversión a los retratos de desnudos –que iba en ascenso a la par que recobraba su aire inquisidor– contaba con la anuencia de la policía, la Iglesia y hasta de alguno que otro sindicato obrero y magisterial, así como de la Asociación Nacional de Actores. Es más, la prensa capitalina misma no solo narró lo sucedido, sino que se sumó a la condena y aplaudió lo hecho, como Novedades, que trajo a cuento las leyes contra la inmoralidad, las cuales no se aplican por las “sórdidas complicidades” que existen.

 

Estos mandatos a las que hacía alusión Novedades era el artículo 200 del Código Penal, que estipulaba las sanciones para “el que fabrique, reproduzca o publique libros, escritos, imágenes u objetos obscenos, y al que los exponga, distribuya o haga circular”. Sin embargo, las acciones persecutorias en torno al artículo 200 estaban a la vez apostadas en la campaña moralizadora de Ernesto P. Uruchurtu, regente del Distrito Federal, quien en ese 1955 se dio a la tarea de extinguir a como diera lugar el desfogue popular que quedaba del alemanismo.

 

Pero la quema de la Vea y otras revistas tenía su propia historia. Para endurecer las sanciones estipuladas en el 200 o acabar con las publicaciones definitivamente, unos meses antes la Comisión de Gobernación del Consejo Consultivo de la Ciudad había hecho llegar al presidente Adolfo Ruiz Cortines, vía el Regente de Hierro –como llamaban a Uruchurtu– una iniciativa en ese sentido, además de solicitar que no se les proveyera más papel, pues el Estado mexicano controlaba la distribución de la materia prima.

 

Por su parte, la Secretaría de Educación Pública brindó su apoyo a dicha comisión y preparó una denuncia contra los “editores pornógrafos”, a quienes además el poder judicial les negaría el amparo en caso de solicitarlo. La andanada contra las revistas “inmorales” de parte de las fuerzas del orden, asociaciones empresariales, comerciales e industriales, así como otras instancias político-religiosas que fortalecían el veto sistemático, no podía ir más en serio.

 

La industria de las publicaciones para adultos atravesó una importante crisis de la que más adelante pudo recuperarse para seguir siendo un negocio lucrativo, como lo es hasta hoy. En cuanto a la revista Vea, que por décadas circuló en la capital del país, alcanzando más de quinientas ediciones con portadas en las que aparecían primero tiples y bailarinas y después actrices y hasta figuras del espectáculo y el arte como Tongolele y Nahui Olin, la quema del 26 de marzo de 1955 fue el principio del fin. Pero esta es una historia que habrá de contarse en otro momento.

 

 

Esta publicación es sólo un fragmento del artículo "Arderán en el infierno" del autor Marco A. Villa que se publicó en Relatos e Historias en México, número 123Cómprala aquí