La Legión Extranjera en Monterrey

Ahmed Valtier

 

Invadido por el ejército francés del emperador Napoleón III para establecer la monarquía del archiduque austriaco Maximiliano de Habsburgo, México se debatía en una lucha mortal entre republicanos e imperialistas

 

En 1865 el panorama para la causa republicana era bastante sombrío. Gran parte de México se encontraba ocupado por las fuerzas francesas y habían forzado al presidente Benito Juárez a buscar refugio en Paso del Norte (hoy Ciudad Juárez), Chihuahua, literalmente con la frontera a sus espaldas.

Lejos de sentirse derrotados, los patriotas mexicanos habían iniciado una guerra de guerrillas que proliferaba en todas partes y los franceses solo podían retener las ciudades que controlaban con su presencia, a pesar de contar con más de 30,000 soldados dispersos por el territorio nacional.

Monterrey había sido ocupada desde el verano de 1864, pero las fuerzas francesas al mando del general Pierre Jeanningros se vieron obligadas a partir hacia Monclova en noviembre de 1865, dejando en la plaza al coronel Julián Quiroga a cargo de tropas mexicanas que apoyaban al imperio.

Este movimiento dio la oportunidad al general Mariano Escobedo, comandante de los republicanos en el noreste de México, para intentar una audaz jugada para recapturar la ciudad. Escobedo poco a poco había conformado una de las fuerzas militares más eficaces del país, que se convertiría en el futuro en la clave de la derrota del imperio y la victoria final: el Ejército del Norte.

 

El ataque a Monterrey

Las patrullas guerrilleras mexicanas no tardaron en descubrir que el general Jeanningros y una fuerte columna francesa tomaban el camino hacia Monclova, dejando la plaza de Monterrey muy debilitada. Menos de mil hombres al mando de los coroneles Felipe Tinajero y Julián Quiroga quedaron para resguardar la ciudad.

Informado Escobedo en Matamoros, Tamaulipas, de inmediato se puso en marcha hacia Nuevo León con la brigada del coronel Francisco Naranjo, uniéndose en Cadereyta con la fuerza del coronel Jerónimo Treviño, quien ya estaba preparando el ataque a Monterrey. En su libro Reseña histórica de las operaciones del cuerpo de Ejército del Norte durante la Intervención francesa, el historiador y testigo de los acontecimientos Juan de Dios Arias comentó: “Toda la fuerza reunida era en igual número a la que guarnecía esta ciudad, y desde luego avanzó”.

El asalto comenzó el 23 de noviembre de 1865 con los combates en la entonces villa de Guadalupe, donde las tropas imperialistas salieron al encuentro. La resistencia fue tenaz, pero al ser atacados por ambos flancos, se comenzaron a desconcertar “y entonces Treviño con su irresistible caballería, la acuchilló y las puso en fuga precipitada, después de hacerles más de 80 muertos y unos 50 prisioneros”. En apurada, aunque ordenada retirada, los imperialistas se replegaron hasta los llamados fortines de Carlota y del Pueblo, en Monterrey, desde los cuales, gracias a su artillería, pudieron pronto contener el empuje de las columnas republicanas.

La oscuridad de la noche detuvo momentáneamente el combate, que continuaría al día siguiente. Fue un momento de descanso que los republicanos aprovecharon para reagrupar sus fuerzas y contabilizar sus bajas. “Se habían perdido 7 oficiales y más de 30 soldados”, relató Juan de Dios Arias.

En la mañana del 24 de noviembre, Escobedo organizó su nuevo plan de ataque. Tres columnas de infantería se abalanzarían sobre la ciudad. La primera, al mando de Francisco Naranjo, asaltaría el fortín de Carlota. La segunda, a cargo de Ruperto Martínez, apoyaría a Naranjo para llegar hasta la plaza. La tercera, comandada por el coronel Joaquín Garza Leal, atacaría el fortín del Pueblo. La caballería de Sóstenes Rocha actuaría como reserva.

A las tres de la tarde inició la batalla, precipitándose al ataque los rifleros republicanos con un increíble vigor, con una rápida y rudísima carga. Naranjo envolvió fácilmente el fortín de Carlota y penetró enseguida en la plaza, seguido por Martínez, al tiempo que Garza Leal tomaba el fortín del Pueblo.

La defensa imperial se derrumbó y sus tropas comenzaron a replegarse hacia la plaza principal, para luego huir sin control de la ciudad, hacia Santa Catarina y Saltillo. La caballería de Sóstenes Rocha salió a su persecución y tomó ochenta prisioneros armados. “Dos horas bastaron para penetrar en la plaza”, dice Juan de Dios Arias. “Así fueron de rápidos los movimientos”.

En la refriega, los coroneles Quiroga y Tinajero lograron refugiarse en el fuerte de la Ciudadela donde se encerraron con una considerable fuerza, bien provista de municiones y artillería. Por el momento, estaban a salvo tras los gruesos muros del fuerte.

Contento de su victoria y convencido de mantener los últimos remanentes de las tropas imperiales aislados en la Ciudadela, Escobedo ocupó optimista la ciudad, en conocimiento de que la toma de Monterrey representaba un gran éxito para la causa republicana. Confiado, estableció su cuartel general para pasar la noche en el Palacio de Gobierno.

 

La Legión contraataca

Desde la misma tarde del día anterior, 23 de noviembre, mientras se desarrollaban los primeros combates en los alrededores de la villa de Guadalupe, las noticias del ataque de los republicanos a Monterrey comenzaron a llegar a la vecina ciudad de Saltillo, en donde el 2° Batallón de la Legión Extranjera custodiaba la capital coahuilense.

Un mensajero lleno de polvo se presentó ante el mayor Alexis Hubert de la Hayrie y, de acuerdo con el historiador francés Pierre Sergent, el correo entregó una nota escrita a toda prisa por el coronel Julián Quiroga, en la que solicitaba el apoyo del destacamento francés ante el inminente ataque de Escobedo a Monterrey: “Las tropas del enemigo son tan numerosas que no podremos mantener la plaza y nos veremos obligados a encerrarnos en la Ciudadela”.

De la Hayrie, un bretón de cuarenta años conocido en el regimiento extranjero por su fuerte temperamento, decidió partir de inmediato en auxilio de sus aliados mexicanos, pero al carecer de suficientes caballos, no pudo abandonar completamente Saltillo. Entonces dejó la mayor parte de su batallón al mando del más antiguo de sus capitanes y marchó él mismo hacia Monterrey con todos los legionarios que pudo subir a los vagones de suministros que tenía a su disposición.

“Las carretas arrastradas con mulas, obviamente, no están diseñadas para este propósito”, comenta el historiador Sergent, “pero De la Hayrie es un oficial que no puede permanecer en Saltillo mientras el enemigo ataca Monterrey. A pesar de todos sus esfuerzos, solo logra que lo acompañen 150 hombres. Son muy pocos, pero no puede dejar pasar el asunto”.

La vanguardia fue confiada al joven teniente Louis Emile Bastidon, quien, con una sección de la 5ª Compañía, conducía la columna. De veintisiete años de edad, Bastidon era originario de la villa de Barjac, al sur de Francia. Graduado de la Escuela Militar de Saint-Cyr, tenía siete años en la Legión Extranjera, aunque solo año y medio de haber sido ascendido a teniente.

A las cinco de la mañana del 25 de noviembre, los legionarios arriban a las afueras de Monterrey. Bastidon detiene el convoy y el comandante De la Hayrie reúne a todos sus hombres y da las instrucciones. La ciudad duerme, completamente tranquila.

La batalla ha concluido apenas algunas horas antes y las tropas republicanas descansan sin esperar un contraataque, o al menos no tan pronto. A paso rápido de carga, los franceses penetran la ciudad, sorprendiendo completamente a la guarnición. En un espectacular golpe de mano, De la Hayrie llega hasta el Palacio de Gobierno, a la plaza principal y a casi todos los puestos y avanzadas republicanas del centro de Monterrey. La alarma suena. Hay confusión, fuego, gritos y tiroteos en muchas calles. El propio general Escobedo resulta milagrosamente indemne a pesar “de las descargas que le hicieron, casi a quemarropa”.

Escobedo queda momentáneamente separado de sus oficiales, pero los mexicanos se recuperan pronto de la sorpresa. Con cien rifleros a pie y 150 hombres a caballo, los coroneles Jerónimo Treviño y Sóstenes Rocha responden en la conmoción. “Los juaristas están furiosos de haber sido engañados”, escribe el historiador Sergent, “conscientes de que han sido víctimas de un número muy pequeño de enemigos. Y pasan al ataque”. Ahora son los legionarios los que están en dificultades.

Superados en número, el mayor De la Hayrie toma una rápida decisión. En lugar de quedar encerrado en la plaza, ordena replegarse hacia el cerro del Obispado, transformado en fortaleza, a tres kilómetros al oeste del centro de la ciudad, en el camino a Saltillo.

Los franceses calan bayoneta y suben por Padre Mier mientras los mexicanos los persiguen a balazos. Los oficiales de la Legión Extranjera hacen todo lo posible por mantener el orden en su marcha hacia el Obispado, expuestos al fuego.

 

El final de la batalla

A pesar del acoso y persecución de los franceses por las calles de Monterrey, la columna del mayor De la Hayrie logra llegar con éxito al Obispado. Los legionarios se ponen a salvo y toman posesión del edificio, atrincherándose en sus derruidos muros. Atrás solo quedan tirados los muertos en las calles y los heridos abandonados, como el teniente Bastidon.

Mientras tanto, el general Escobedo logra ponerse nuevamente a la cabeza de sus tropas republicanas y recupera la ciudad, pero en el fortín de la Ciudadela siguen atrincheradas tropas imperialistas bajo el mando de Quiroga y Tinajero, aparte de los legionarios franceses parapetados en el Obispado.

“Estaban dictándose las órdenes convenientes [para desalojarlos] –escribió Juan de Dios Arias–, cuando de los pueblos inmediatos se recibieron noticias de que Jeanningros, con ochocientos hombres, venía rápidamente en auxilio de la guarnición de la ciudad”.

Después de varios días de violentos combates, de ataques y contraataques por la captura de Monterrey, Escobedo juzga más prudente dejar la plaza, en vista de la considerable fuerza que se acerca. Las tropas republicanas evacúan la ciudad cuando los franceses se hallan a solo una legua de distancia.

El general Jeanningros arriba con horas de diferencia y rescata a las tropas imperiales en la Ciudadela y al destacamento de la Legión Extranjera del mayor De la Hayrie en el Obispado. La batalla ha concluido. La ocupación de Monterrey por el ejército republicano ha durado solo tres días.