El romance entre Mariano Arista y la esposa de “Gonzalitos”

Edwin Alcántara

 

El affaire que provocó un escándalo político en 1852

 

 

La mujer a la que Arista robó el corazón

 

En sus memorias, el escritor Guillermo Prieto evocaría muy gratamente a Mariano Arista –en cuyo gobierno fue ministro de Hacienda– al describirlo como un hombre madrugador, en extremo aseado, pues se afeitaba y peinaba cuidadosamente, buen jinete, hábil en el manejo del sable; aunque lo consideraba ignorante y brusco, era bastante honrado y capaz de “apearse de su burro” al discutir con sus ministros. También recordaba que, hacia 1850, Arista fue blanco de la crítica de los partidos, en particular “de los tiros” del conservador que, decía, echó mano de la calumnia y la injuria y no perdonó “ni su fortuna, ni sus antecedentes militares, ni su vida privada”, en la que se incluía la relación que tuvo en Monterrey con una mujer casada.

 

Prieto se refería a la relación del militar potosino con Carmen Arredondo, hija del coronel realista Joaquín Arredondo y esposa del apreciado José Eleuterio González, conocido como Gonzalitos, a quien ella abandonó en 1842 para vivir al lado de Arista en su hacienda Mamulique, cercana a Monterrey, cuando el militar se desempeñaba como comandante general en las campañas del norte contra los rebeldes texanos.

 

La vida privada de Arista dio bastante de qué hablar en su periodo presidencial (1851-1853) y provocó algunas controversias. Se le criticó por haber abandonado a su esposa Guadalupe Martel, viuda de Isidro Barradas, el militar que encabezó la expedición de reconquista española en 1829, combatida por Santa Anna. Aunque al parecer Guadalupe estuvo presente en la toma de posesión de Arista, este también se exhibía con otras mujeres que lo frecuentaban en Palacio Nacional y para las cuales –se ha dicho– mandó hacer la puerta Mariana. No obstante, su relación con Carmen prevaleció hasta que Arista salió al exilio tras su caída como presidente de México, en abril de 1853.

 

¿El romance contribuyó a su caída?

 

El romance entre Arista y Arredondo dio origen a un episodio que tuvo fuertes implicaciones políticas y causó un breve aunque encendido escándalo a principios de 1852, cuando el 24 de febrero, el diputado conservador Francisco Villanueva se atrevió a hablar en tribuna, de manera indirecta aunque bastante obvia, sobre el affaire del presidente. Tres días después, el capitán del ejército Ángel Buenabad retó a duelo al legislador en nombre de Arista y de la “señora” cuyo honor fue ofendido, pero al ver frustrada su intención le dio una golpiza a Villanueva en plena Plaza Mayor –frente a Palacio Nacional–, en un suceso en el cual resultaba evidente, aunque nadie se atrevió a decirlo salvo el propio diputado, que la agresión había sido ordenada por el presidente.

 

El 28 de febrero, El Siglo Diez y Nueve publicó el alarmante encabezado: “Atentado contra un representante del pueblo”, mientras que, bajo el título de “Atentado escandaloso”, el diario conservador El Universal también informó del ataque a Villanueva. Ambos periódicos coincidían en calificar el suceso como “inaudito”, pues un legislador había sido ultrajado por usar un derecho constitucional.

 

La agresión fue el tema de ese día en una agitada Cámara de Diputados que de inmediato pidió la comparecencia del ministro de Justicia, José Urbano Fonseca, y del ministro de Guerra, Manuel Robles Pezuela, para que informaran del caso. Villanueva tomó la palabra en la tribuna para denunciar con vehemencia los hechos. Aseguraba que “el desgraciado que me ofendió, baja y traidoramente”, había actuado bajo orden del presidente. Agregaba que la agresión fue en la Plaza Mayor para complacer a Arista, quien presenció los hechos desde su balcón de Palacio. Reconocía que el suceso se había ocasionado por sus declaraciones contra el mandatario, pero se defendía con el argumento de que él solo había descorrido un “velo de gasa transparente que dejaba entrever a todo el mundo lo que quise enseñar. Yo no hice más que decir en público lo que el público dice en secreto”.

 

El legislador constató la alusión a la relación que Arista mantenía con su amante Carmen al recurrir a una comparación histórica: “Recordad, señores, las lecciones que nos da la historia; ella me da razones que apoyan mi conducta. […] Las liviandades de Luis XV, prepararon ese lago de sangre que inundó a Francia y a la Europa y causaron el grande cataclismo de que nació el coloso que cambió la faz del mundo”. Villanueva invocaba al fantasma de la Revolución francesa para advertir sobre las consecuencias que podría traer la conducta disoluta de los gobernantes, pues dicho rey fue famoso por tener numerosas amantes, así como por integrar a su corte como duquesa a su favorita, Madame de Pompadour.

 

Este fugaz pero intenso capítulo trajo diversas consecuencias que afectaron a Arista y a su régimen: aumentó la tensión en la ya de por sí complicada relación entre el presidente y el Congreso, en particular con el grupo conservador. Cabe recordar que, ya desde 1851, los diputados conservadores y la comisión de Hacienda encabezada por Lucas Alamán le habían negado facultades extraordinarias al gobierno para rescatar las finanzas públicas y contratar nuevos préstamos.

 

Por otra parte, es posible pensar que Arista tuvo que ver con la agresión al legislador, pues ya había mostrado su falta de tacto para manejar asuntos relacionados con la prensa cuando, como ministro de Guerra del presidente Herrera, hostilizó o puso en prisión a personajes que lo criticaron, como Antonio de Haro y Tamariz, Juan Suárez y Navarro, José Guadalupe Perdigón Garay y el entonces joven Francisco Zarco.

 

La relación entre Mariano Arista y Carmen Arredondo fue un affaire que abonó a la frágil estabilidad que signó su régimen y socavó no solo su relación con las élites sociales y económicas de Ciudad de México –como lo señaló acertadamente el historiador Michael P. Costeloe–, sino con buena parte de la clase política –conservadores, puros, moderados, santannistas–, lo que lo convirtió en un presidente solitario que no tuvo más alternativa que renunciar al poder en enero de 1853 y dejar el paso a su viejo rival: Antonio López de Santa Anna.

 

Después de partir al exilio y establecerse en España, la salud de Arista se agravó y moriría aquella noche del 7 de agosto de 1855 a bordo del vapor Tagus.

 

 

Si quieres saber más sobre esta historia, busca el artículo completo “El affaire de Mariano Arista y Carmen Arredondo”, del autor Edwin Alcántara que se publicó en Relatos e Historias en México número 118Cómprala aquí.