De cuando la falda corta se puso de moda en México

Después de siglos, en los veintes se puso de moda enseñar más arriba de los tobillos

Edwin Alcántara

 

El debate sobre las faldas cortas hizo eco en la sociedad y hubo diferentes críticos a favor y en contra. Incluso, entre los conservadores se dijo que las jovencitas no perdieran su encantador aire juvenil y por ello no estaba mal que se atrevieran a mostrar un poco el tobillo.

 

En el México de los años veinte no solo había comenzado a cambiar la participación de las mujeres en la vida económica y social, sino que también el vestido y el estilo de vida femenino –al menos en algunos sectores de las clases medias y altas– experimentó importantes transformaciones. Si bien en 1916 las páginas dedicadas a las mujeres en el diario El Universal dictaban que la última moda de la primavera para las damas era pasar esa acalorada época con vestidos largos, cuellos altos y sombrillas, para en 1920 la Sociedad de Damas Católicas lanzó una campaña contra la falda corta y el escote, además de que pedía que no se permitiera la entrada a los templos a las mujeres que no se presentaran vestidas con “rigurosa honestidad”. Al parecer también en México la moda de los vestidos arriba de la rodilla que permitían a las mujeres bailar con más libertad foxtrot o charlestón y sentirse menos acaloradas y sobre todo con mayor movilidad y libertad corporal, incomodaba demasiado a los sectores tradicionalistas de la sociedad.

Como apunta el historiador Aurelio de los Reyes, tras la Revolución hubo “una ola de conservadurismo” como respuesta a “la creciente incorporación de la mujer a la vida pública, a la militancia de las feministas y al socialismo”, pero también tuvo lugar “una ola modernizadora, propiciada en mucho por el cine, fuente de introducción de cambios en costumbres y mentalidades; entre otras cosas, el pelo y los vestidos cortos, el maquillaje, la liberación de la mujer o medidas radicales como el control natal y eldisfrute de la sexualidad por la mujer, lo cual escandalizó a los sectores conservadores como la prensa capitalina en general, la Unión de Damas Católicas o los Caballeros de Colón”.

Aunque la libertad femenina en el vestido parecía haber ganado la partida en los años veinte, para 1929 el conflicto moral en torno al uso de los vestidos y faldas cortas estaba lejos de superarse y, por el contrario, la tendencia tradicionalista pareció volver a ganar terreno, con lo que se generó una interesante controversia que tuvo como escenario las páginas y crónicas de moda de los diarios e incluso el periodismo político y las publicaciones humorísticas.

 

“La falda larga no debe volver”

 

Durante la primavera de 1929, emergió una moda femenina que trató de regresar a la falda amplia y larga. Tanto El Porvenir de Monterrey como El Informador de Guadalajara dieron a conocer en abril, con grandes fotografías, los modelos de vestidos primaverales de Stein y Blaine, modistos de Nueva York, en los que sobresalían los vestidos largos en las telas de satén, muselina de seda y crepé. En el título de la imagen se resaltaba: “Las faldas son más amplias en los últimos modelos para la primavera”. Para el verano, nuevamente el diario tapatío proclamaba: “Vuelven a aparecer las faldas largas”, con lo que parecía elogiar que el buen gusto y la discreción retornaran a la moda. La fotografía mostraba a tres jóvenes, dos de ellas con vestidos de tafetán y seda china, del diseñador Henry Bendel, ciertamente bellos, juveniles y elegantes, cuyo largo llegaba casi al tobillo; otra modelo mostraba un vestido de chifón estampado de Lord & Taylor que llegaba un poco más debajo de la rodilla.

Esta suerte de campaña a favor de las faldas largas aparentemente estaba exenta de contenidos morales, pues se presentaba solamente como una tendencia de la moda en 1929 avalada por las firmas de los grandes modistos de Nueva York, una de las grandes capitales de la moda. La propaganda a favor de esta prenda era reforzada por las crónicas de moda, como las que escribía en exclusiva para El Informador desde París una periodista que firmaba sus textos como “Jacqueline”, quien desde principios de 1929 reseñaba la llegada de las faldas largas con cintura alta o con vuelo. Para el otoño, en la víspera del pánico en la bolsa de valores neoyorkina, la cronista recomendaba faldas de diseño discreto y sencillo. Y en pleno invierno, declaraba casi como airada: “Pues bien, la moda de las faldas cortas ha uniformado, por decirlo así, a niñas, jóvenes y señoras; no hay diferencia, o si se quiere una pequeña, en lo corto”, y afirmaba en tono victorioso, casi revanchista: “Pero he aquí que las faldas se alargan. Deben alargarse, indistintamente, para las personas mayores y las jóvenes”. Sin embargo, admitía que las “jovencitas” no perdieran “el encantador aire juvenil” y que no usaran las faldas demasiado largas antes de tiempo.

La tendencia hacia el regreso al estilo conservador de las faldas tuvo una contundente respuesta. A mediados de 1929, el 4 de julio, el cronista Cristóbal Colín escribió en Jueves de Excélsior un artículo cuyo título era en sí mismo un manifiesto: “La falda larga no debe volver”. Argumentaba que los sacerdotes se proponían emprender una cruzada contra las modas actuales que les parecían demasiado atrevidas, ya que pretendían que las faldas no fueran tan cortas ni los escotes tan bajos. Pero aseguraba que la campaña se toparía con obstáculos insuperables pues las “mujeres modernas” no estaban dispuestas a volver a las antiguas modas y, para probarlo, recogía las opiniones de varias jóvenes que opinaban sobre el tema.

Así, María Antonieta Palacios aseguraba que los grandes modistos de París habían hecho esfuerzos desesperados por imponer nuevamente la falda larga, para lo cual habían creado diseños de vestidos con cola, pero habían fracasado rotunda y definitivamente porque la falda corta no solo tenía el fin de exhibir los encantos femeninos, sino que tenía muchas ventajas y resultaba “extraordinariamente cómoda”. Martucha de la Fuente, “muchacha extraordinariamente bonita”, como la describía el periodista, confesaba  que las mujeres eran esclavas de la moda y afirmaba que por más propaganda que se hiciera en México contra la falda corta resultaría inútil mientras los figurines de Nueva York y París portaran esta prenda y solo algunas “venerables ancianas” barrerían con sus sayas el polvo de las calles. Por su parte, la joven Celia Estrada opinaba que: “El pudor de la mujer no peligra porque la falda se use más o menos larga: todo es cuestión de costumbre. Cuando vinieron los primeros modelos de este género, una sentía pena por mostrar el tobillo y los hombres no nos quitaban la vista; pero ahora mostramos tranquilamente hasta la rodilla y el sexo feo ni siquiera parece darse cuenta”; además, argumentaba que la falda corta resultaba higiénica, cómoda, económica y estética, pues daba gallardía y soltura a la figura femenina, por lo que llamaba a luchar por la subsistencia de esta prenda.

En lo que toca a la actividad femenina que ahora era más intensa en los distintos campos de trabajo, especialmente los relacionados con las tareas de oficina, en efecto, la falda corta resultaba más cómoda. En diciembre de 1929 la sección “Informaciones gráficas mundiales” de El Porvenir de Monterrey publicaba una fotografía a la que titulaba “Contra las faldas largas”, en la que aparecían dos mujeres jóvenes junto a un largo archivero desempeñando tareas de oficina. Una de ellas, que lleva falda corta –apenas un poco más arriba de la rodilla– busca documentos en un cajón superior del archivero, al tiempo que levanta su pierna izquierda para empujar con su rodilla un cajón inferior que se sugiere había abierto poco antes; la otra chica, con una libreta en la mano, se disponía a desplazarse a tomar dictado pero su falda larga, debajo de la rodilla, había quedado atrapada en el cajón que su compañera cierra con la pierna. En el pie de foto se lee: “Las muchachas oficinistas se han declarado ardientes enemigas de las faldas largas. Su uso, alegan, no es propio para sus labores. Véase una demostración práctica de uno de los muchos inconvenientes del retroceso a la moda de antaño”.

 

Medias finas de seda y faldas abreviadas

 

Los accesorios y productos de belleza femenina, así como sus respectivos discursos publicitarios, parecían jugar también en contra de la falda larga. En Jueves de Excélsior, en febrero de 1929, un anuncio de crema Hinds, elaborada con “miel y almendras”, mostraba la amplia fotografía de una sonriente joven espigada, de cabello corto y diadema, vestida con un elegante vestido corto con vuelo del que emergían sus piernas cruzadas. El texto que acompañaba la imagen era elocuente: “Medias finas de seda; faldas abreviadas; vientos de invierno…. ¡pobres rodillas que se agrietan! Pero ahí está crema Hinds para aliviarlas”.

En junio, El Informador, periódico que había pugnado por el regreso de las faldas largas, aparecía el dibujo de un anuncio de medias Holeproof que representaba a dos mujeres con faldas ligeramente arriba de la rodilla, zapatillas de tacón alto y con las pantorrillas cubiertas por medias con tobillo y raya de costura en la parte posterior. El texto tampoco dejaba dudas sobre la tendencia a lucir las piernas, pues apelaba a las lectoras: “¿Cuál prefiere? Usted puede elegir en encantadoras y finísimas medias Holeproof el novísimo talón en punta ‘Chic Ankle’ que hermosea el tobillo o el elegante talón cuadrado. También puede elegir en estas lindas medias de rica seda adorables colores y matices de moda creados por la famosa modista Lucile de París”.

 

Las mecanógrafas de falda corta y Vasconcelos

 

La falda corta daba ocasión también a expresiones periodísticas que asociaban la vestimenta con la moral y explotaban los prejuicios, creencias y percepciones sociales en torno a las mujeres. A fines de 1929, durante la campaña presidencial que enfrentaba a Pascual Ortiz Rubio y a José Vasconcelos, en el periódico El Nacional Revolucionario –de reciente creación, igual que el partido homónimo del que era vocero– un feroz artículo de Benjamín Vargas Sánchez descalificaba despiadadamente el movimiento vasconcelista y a sus seguidores arguyendo que los “antirreeleccionistas” forjaban “sus rebaños” con “juventudes estudiantiles” y “mecanógrafas pintarrajeadas”. Esta óptica sexista veía la participación de las mujeres en la campaña como una debilidad del candidato opositor y apuntaba que a Vasconcelos solo le quedaba el apoyo de “unos cuantos centenares de chiquillos inexpertos y cuarenta o cincuenta marimachos de falda corta y el rostro embadurnado de carmín”, con lo que no quedaba duda de que el autor apelaba a la virilidad del electorado tradicionalista usando una imagen distorsionada de las llamadas “pelonas”, mujeres independientes que vestían y pensaban con libertad representadas como perversas, superficiales y andróginas.

Visiones casi misóginas parecían ser de uso común en la prensa. Una columna también de El Nacional Revolucionario comentaba en septiembre de 1929 que, con motivo de ciertas irregularidades en las dependencias de la Secretaría de Hacienda, se buscaba sanear esas oficinas y solo se tomaría en cuenta la eficiencia de los empleados para contratarlos. El columnista dudaba seriamente de estas buenas intenciones y argumentaba que las firmas de las cartas de recomendación seguirían definiendo los empleos, en especial, decía, “una especie de cartas que no falla: las que usan falda corta y Rimmel”, con lo que atribuía a las mujeres falta de capacidad suplida solamente por sus encantos y lo corto de sus faldas.

 

Faldas que envían a los hombres a La Castañeda

 

En el caluroso abril de 1929, la revista humorística Fantoche, que hacía las delicias de sus lectores varones, un escritor que firmaba con el seudónimo de “Gazapo” dedicaba algunos versos a los cambios que traía consigo el clima en el paisaje social, donde tenían cabida los encantos de las mujeres que “van con la falda corta cantando a la primavera” y escribía:

 

“Los vestidos de las chicas

con su alegre transparencia

son un encanto a los ojos

de los ínclitos poetas

y tormento para mí

cuando miro alguna hembra

que va por calles y plazas

trasluciendo sus caderas

y mostrando algunas cosas

para volver a cualquiera

loco de atar y pedir

entrar a La Castañeda”

 

Al parecer, no terminaba de digerirse socialmente la discusión sobre las faldas que era explotada por el periodismo humorístico, pues también en Fantoche se publicó un artículo firmado por “J. C.” en el que el autor recordaba los tiempos en que en los teatros de revista las “tiples” permitían ver sus tobillos y causaban en el público rugidos desenfrenados pidiendo el “bis”. Pero en los últimos diez años, comentaba, las faldas habían reducido gradualmente su tamaño hasta ponerse en peligro de desaparecer o convertirse en una “mera teoría”: “Reduciendo la falda a su mitad y esa mitad a otra mitad, y así sucesivamente, se podrían obtener cantidades infinitesimales; pero no se llegará a la nada absoluta”.

 

Con las faldas… todos ganan

 

A fines de la década de 1920 estaban aún en disputa las concepciones sobre los roles y la identidad de la mujer, su inserción en la vida social y económica y especialmente, la imagen femenina y su significación cultural. En este ambiente de cambios y redefiniciones de lo femenino, la discusión sobre el largo de la falda hizo que todos los actores involucrados sacaran una ventaja. Las casas de moda, la industria del vestido y los grandes almacenes obtenían dividendos de las consumidoras que afirmaban su gusto en la elección entre moda tradicional o progresista.

La prensa encontró un jugoso y atractivo tema para sus lectoras en sus crónicas y secciones de moda, pues toda controversia vende y habría lectores interesados en dar seguimiento al alza o baja de tamaño de la falda como si fuese la bolsa de valores. Incluso algunos periodistas utilizaron la imagen de las mujeres que participaban en la política para desprestigiar al movimiento vasconcelista. Pero en 1929 importaba que las “revoluciones” en la vida cotidiana –para emular una expresión de Álvaro Matute– dieran nuevas perspectivas a las mujeres que quisieran escapar del concepto femenino que las confinaba al hogar o a la inactividad social, económica o política.