Columbus: la guerra que no fue

Javier Villarreal Lozano

La inminente entrada de Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial (1914-1918) jugó en favor de la diplomacia mexicana, ya que obligó a los vecinos del norte a acelerar su salida del país y normalizar las relaciones con el gobierno de Carranza.

 

 

El ataque a Columbus, Nuevo México, efectuado por los hombres de Francisco Villa en marzo de 1916, sin ser el único de los numerosos incidentes violentos ocurridos en la frontera norte después de la firma del Tratado de Guadalupe Hidalgo en 1848, condujo a un punto crítico las relaciones de México con Estados Unidos.

 

En el 48, el término de la invasión norteamericana costó a nuestro país la mitad de su territorio y corrió cientos de kilómetros hacia el sur la línea divisoria entre dos naciones con historias, lenguas y religiones diferentes. Este rediseño geopolítico resultó ser fuente de discordias que frecuentemente se dirimieron con las armas en la mano.

 

Sin embargo, el desastroso episodio de Columbus, donde murieron diecisiete civiles estadounidenses y más de un centenar de villistas, se dio en condiciones que lo volvieron explosivo: no medió ninguna provocación, las relaciones entre ambos países transitaban hacia la normalidad y México luchaba por dejar atrás una larga y cruenta guerra civil cuyos rescoldos no acababan de apagarse.

 

Sin otra explicación creíble, parece claro que la incursión a Columbus fue simple y sencillamente un meditado acto urdido bajo falsas premisas. Un intento fallido de que el gobierno de Estados Unidos hiciera lo que Villa y la División del Norte no pudieron hacer: acabar con Venustiano Carranza. El historiador Manuel Plana apunta los posibles beneficios inmediatos que los atacantes pudieron haber considerado.

 

Cercana a la frontera y a pesar de ser una población pequeña, Columbus “era un centro de abastecimiento de los ganaderos de la zona y tenía un banco, además de una unidad de caballería del ejército estadounidense”. Los villistas pensaban procurarse caballos y armas, mercancías y el dinero del banco. En todo caso, ese botín, que no obtuvieron, sería un beneficio secundario, no el motivo principal.

 

En la lógica del Centauro del Norte, la caída de Carranza sucedería de una de dos maneras: ante el clamor indignado de la prensa y el Congreso estadounidenses, el presidente Woodrow Wilson ordenaría una nueva invasión militar de México, o bien se convencería de la riesgosa incapacidad del gobierno de Carranza para poner orden a su vecino del sur, empujándolo a desconocerlo y propiciar su caída.

 

Pancho Villa tuvo buen cuidado de envolver tales maniobras en la atractiva bandera del nacionalismo, al denunciar un pacto secreto entre el carrancismo y el gobierno de Estados Unidos. Algunos historiadores consideran que tenía buenos motivos para sospechar de la existencia del pacto. Sin embargo, este nunca existió y, finalmente, la salida del país de la Expedición Punitiva lo comprobó.

 

Washington reacciona; Carranza, también

 

Presionado por la prensa, el Congreso y la iracunda opinión pública, el 10 de marzo, apenas veinticuatro horas después de lo sucedido en Columbus, el presidente Wilson anunció el envío de una fuerza militar al mando del general John J. Pershing para perseguir a Villa, cuidándose de aclarar que la movilización se haría con respeto a “la soberanía de México”. Ese mismo día, en Guadalajara, Carranza fue informado del anuncio de Wilson por Andrés G. García, cónsul constitucionalista en El Paso, Texas.

 

Horas después, en Irapuato, escala de su viaje a Querétaro, Carranza ordenó al comandante constitucionalista en Chihuahua, Luis Gutiérrez, perseguir a Villa. Al mismo tiempo telegrafió a Plutarco Elías Calles y a Manuel M. Diéguez para ordenarles impedir “en lo posible” la entrada de tropas norteamericanas a Sonora. El general Agustín Millán, en Xalapa, recibió instrucciones similares en caso de presentarse un desembarco por Veracruz.

 

Luego respondió a una nota de Robert Lansing, secretario de Estado norteamericano, para comunicarle haber dispuesto que sus tropas buscaran a Villa y reforzaran la línea divisoria para evitar episodios semejantes al de Columbus. También propuso considerar vigente el acuerdo firmado en 1884, mediante el cual, previo consentimiento de ambas naciones, fuerzas de uno y otro lado de la frontera podían cruzarla en persecución del indio Vitorio.

 

En una decisión unilateral, flagrante acto de prepotencia, las tropas de Pershing, divididas en dos columnas, entraron a México el 16 de marzo y se acantonaron en Colonia Dublán, hoy Nuevo Casas Grandes, Chihuahua. La Expedición Punitiva estaba en marcha.

 

Forzada cautela

 

El ya citado Manuel Plana expone los motivos por los cuales don Venustiano se vio orillado a actuar con cautela ante los acontecimientos: “En realidad, Carranza no pidió el retiro de la expedición inicialmente, pues tenía muy presentes las dificultades en que se hallaba, y en su percepción, en lo que concierne al terreno de las relaciones bilaterales, tuvo influencia con toda probabilidad el precedente de la ocupación de Veracruz y su prolongada conclusión […] tampoco podía olvidar la ventaja adquirida con la autorización estadounidense del paso de las tropas constitucionalistas a través del territorio tejano hacia Agua Prieta a finales de 1915, para combatir a Villa; en aquel momento se trataba de llegar a una solución diplomática”.

 

Al espinoso asunto internacional se sumaban los problemas domésticos. Las acciones de las gavillas de exvillistas en Chihuahua y el desconcierto provocado por la Expedición Punitiva fueron interpretadas por algunos como signo inequívoco de la debilidad del régimen carrancista. Ya desde febrero de 1916, Félix Díaz, entonces radicado en Nueva Orleans, se había lanzado contra Carranza. Esta nueva intentona del “sobrino de su tío” (Porfirio Díaz) de asaltar el poder halló eco en Coahuila. Rosalío Hernández, jefe villista que había aceptado la amnistía un año antes, se unió a los felicistas y operó cerca de Piedras Negras.

 

La entrada de Pershing a territorio nacional y la consecuente incertidumbre abonaban a la rebelión. El cónsul estadounidense en Piedras Negras, William P. Blocker, informaba que un grupo de gente armada al mando de los villistas Mauricio Sandoval y Gregorio Silva se internó en México entre Del Río y Langtry. Este puñado de hombres, “bien armado y con disponibilidad de moneda estadounidense”, se fue engrosando hasta formar una fuerza de medio millar de hombres autonombrada Ejército Reorganizador Nacional felicista. Sandoval imitaría a Villa al atacar con doscientos seguidores el pueblo de Glenn Springs, ubicado a unos treinta kilómetros de la frontera; un niño de nueve años y tres soldados norteamericanos resultaron muertos.

 

La incursión, calificada por el cónsul Blocker como “otro Columbus raid [ataque]”, unida a los hechos ocurridos en Parral, donde el ejército estadounidense enfrentó el rechazo de la población, tensaron al límite las relaciones binacionales. La respuesta de Estados Unidos no se dejó esperar: bloqueó el paso de armas y maquinaria para fabricar cartuchos destinados al gobierno carrancista. La porosa frontera facilitó también el ataque de un puñado de rebeldes a Boquillas del Carmen, Coahuila. Al tener conocimiento de este asalto, el 7 de mayo, dos cuerpos de caballería se internaron en territorio mexicano en persecución de Sandoval y sus hombres. Avanzaron alrededor de 150 kilómetros por terrenos semidesérticos despoblados. La nueva versión en miniatura de la Expedición Punitiva regresó el 21 de mayo a la frontera sin siquiera haber divisado a los villistas.

 

Los continuos incidentes hacían de la franja fronteriza un barril de pólvora. En la primavera de 1916, seguidores del movimiento autonomista Plan de San Diego, lanzado el año anterior y entre los que había norteamericanos de origen mexicano, atacaron varias poblaciones de Texas, algunas cercanas a Brownsville. Soldados estadounidenses cruzaron la frontera persiguiéndolos, mientras el gobierno de su país desplazaba fuertes contingentes militares en las inmediaciones de la línea divisoria, lo que a juicio de un historiador parecía “el preludio de una posible intervención en México”.

 

Para tensar aún más las relaciones, en El Carrizal, Chihuahua, el 21 de junio se registró un enfrentamiento de tropas mexicanas y estadounidenses. El saldo fue de setenta víctimas nacionales, entre muertos y heridos, doce norteamericanos muertos, diez heridos y alrededor de veinte prisioneros.