Herida de muerte al virreinato

Los 13 días que cambiaron la historia

Juan Ortiz Escamilla

Fue tan violenta, tan devastadora la revolución acaudillada por Hidalgo, que siempre nos embarga la sorpresa al recordar que sólo cuatro meses estuvo al mando efectivo de la hueste. En el increíblemente corto espacio de ciento veinte días, aquel teólogo criollo, cura de almas pueblerinas, galante, jugador y dado a músicas y bailes: gran aficionado a la lectura y amante de las faenas del campo y de la artesanía, dio al traste con un gobierno de tres siglos de arraigo, porque is la vida no le alcanzó para saberlo, no hay duda de que fue él quien hirió de muerte al Virreinato. (Edmundo O’Gorman)

 

¿Qué pensarías si te dijeran que el cura Hidalgo no iba  a ser el Padre de la Patria y que la sangrienta guerra civil de 1810 tampoco formaba parte del proyecto original de los libertadores de México? Los conspiradores habían planeado un levantamiento coordinado por juntas de gobierno locales encargadas de almacenar armas, de recolectar fondos y de comprometer a las personas dispuestas a luchar por la causa. Antes del 15 de septiembre ya existían juntas secretas en ciudades como Guanajuato, México, Valladolid (hoy Morelia), Querétaro, San Luis Potosí, Guadalajara y Zacatecas. Los sediciosos se había propuesto acabar con el ilegítimo gobierno virreinal resultado del golpe de estado de 1808, por el que los españoles más ricos de México se habían hecho del poder. En esa ocasión, los peninsulares, encabezados por Gabriel Yermo, destituyeron del cargo al virrey José Iturrigaray.

De alguna manera este suceso tenía relación con la invasión napoléonica a España, con el vacío de poder generado por la abdicación de los reyes borbones y con la imposición de José Bonaparte como el nuevo monarca. Los conspiradores de 1810 consideraron que la independencia nacional sólo podía alcanzarse con el arresto de todos los españoles –para luego expulsarlos del país- y con la confiscación de sus bienes en nombre de la nación.  Luego, los Americanos más notables ocuparían los cargos públicos y entre todos formarían un gobierno nacional por medio de una junta con representantes de los ayuntamientos del virreinato y con el apoyo de las milicias provinciales americanas. Era así como los líderes  insurgentes pensaban “restablecer el orden legal” roto desde 1808.

Cinco días antes de que se hiciera pública la noticia de que en la ciudad de Querétaro existía una conspiración para derrocar al virrey, las autoridades militares ya tenían una relación pormenorizada de todas las personas involucradas en el plan. Sin embargo, los arrestos se pospusieron ante la certeza de que en breve llegaría a esa ciudad el principal cabecilla, el capitán Ignacio Allende.

Entre los sospechosos destacaba la esposa de Corregidor, doña Josefa Ortiz, a quien un jefe realista calificó de ser otra “Ana Bolena” por atreverse a desafiar la autoridad del rey. “Se ha expresado y expresa con la mayor locuacidad contra la nación española […] el torrente de esa señora ha conducido a los depravados fines que he anunciado y no tiene empacho a concurrir en juntas que forman los malévolos”.

 

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