El final de Emiliano Zapata: la etapa de resistencia

Felipe Arturo Ávila Espinosa

 

Al comenzar 1919, el zapatismo estaba en franco declive. Su aislamiento y falta de recursos lo incapacitaban para sostener una campaña militar contra un gobierno carrancista cada vez más sólido, mientras Zapata se movilizaba entre diferentes pueblos para mantenerse a salvo.

 

 

Zapata y Villa perdieron la guerra contra Carranza y Álvaro Obregón en 1915. La revolución popular que encabezaban fue derrotada y el proyecto de nación que estaban empeñados en construir se vino abajo. A partir del segundo semestre, el líder suriano tuvo que atrincherarse en Morelos, librando una heroica resistencia los siguientes cuatro años contra la invasión del ejército constitucionalista. A pesar de la enorme superioridad militar de sus enemigos y del agotamiento de su ejército, ante la devastación y destrucción de Morelos por el constitucionalismo, Zapata no se rindió y mantuvo su desafío frontal contra el gobierno de Carranza.

 

El 20 de enero de 1917, cuando el Congreso constituyente reunido en Querétaro estaba en la recta final de la discusión y aprobación de la nueva carta magna, Zapata emitió un Manifiesto al pueblo de México en el que señaló que “la pesadilla del carrancismo, rebosante de horror y sangre está por terminar”. Acusó también a Venustiano de traidor:

 

“Por fortuna, el pueblo en masa ha acabado de comprenderlo […] [Carranza] no es un reformador, es un autócrata; no es un apóstol, sino un impostor, un tirano. Y en cuanto a los trabajadores de México, de Puebla, de Veracruz, de Orizaba, que por un momento creyeron en el socialismo de Álvaro Obregón, saben ya a qué atenerse; la lección la han recibido, y bien dura, en las últimas huelgas. El carrancismo no ha podido sostener la infame comedia; la trágica mentira ha quedado al descubierto. Carranza es para todos el traidor a la revolución y el enemigo de los hombres de honor y de vergüenza. La caída de ese gobierno es una exigencia nacional.”

 

Zapata resistía en las montañas de Morelos, Puebla y Guerrero en condiciones cada vez más difíciles. El Ejército Constitucionalista avanzaba inexorablemente contra los guerrilleros surianos, muchos de los cuales habían muerto en combate, habían sido ejecutados por traición a la causa zapatista y otros, pocos, se habían rendido al enemigo. Las comunidades estaban exhaustas después de siete años de guerra ininterrumpida. Muchos pueblos habían quedado abandonados; otros, habían sido destruidos; miles de habitantes de Morelos habían sido deportados o habían emigrado. La economía estaba destrozada. Las comunidades campesinas e indígenas apenas producían alimentos para sobrevivir.

 

A pesar de esas difíciles condiciones, Zapata no se rindió. Continuó desafiando al gobierno de Carranza, en quien focalizó sus ataques y denuncias, ubicándolo como el enemigo de la patria al que había que derrocar. El primero de mayo de 1917, el día en que Venustiano tomó posesión como presidente de la República, Zapata publicó una Protesta ante el pueblo mexicano en la que señaló:

 

“Carranza, el incorregible impostor, ha tomado posesión en esta fecha del alto cargo de Presidente de la República, que él mismo por su sola voluntad y haciendo sangrienta burla de la soberanía nacional, autocráticamente se ha conferido. Esa imposición cínica y brutal, no merece el nombre de elección, ni mexicano alguno que se respete, puede designarla con ese nombre.”

 

El final

 

En 1918 Zapata hizo denodados –e infructuosos– esfuerzos para tratar de unificar a algunos de los distintos grupos anticarrancistas que mantenían la rebeldía contra el gobierno. Después de la ejecución de Lorenzo Vázquez –nombrado gobernador de Morelos por los jefes zapatistas y luego expulsado por cobardía, después de lo cual fue apresado por apoyar el levantamiento del pueblo de Buenavista del Río en contra del Ejército Libertador–, y de su compadre Otilio Montaño –redactor del Plan de Ayala y a quien se implicó en ese levantamiento–, Zapata rebajó el radicalismo y maximalismo que había caracterizado sus pronunciamientos políticos desde 1911.

 

En sus manifiestos y proclamas de 1918 ya no hizo alusión al Plan de Ayala, ni a la lucha de clases de pobres contra ricos. El ala radical de sus asesores en el Cuartel General zapatista de Tlaltizapán fue hecha a un lado, al igual que los más aguerridos combatientes, como Genovevo de la O. Zapata comenzó a hacerle más caso al moderado Gildardo Magaña, quien desde su cuartel en Tochimilco (Puebla) fue el promotor de acercamientos con jefes carrancistas como Cesáreo Castro, Pablo González y el mismo Venustiano, a quien Magaña le propuso un acuerdo de paz que no fue contestado por el presidente. Sin embargo, ninguno de los intentos de aliarse con jefes carrancistas cristalizó.

 

Al comenzar 1919, el zapatismo estaba más débil que nunca. Los llamados del caudillo suriano para la unificación de los rebeldes anticarrancistas se quedaron en el aire; su aislamiento y falta de recursos para sostener su guerra eran apremiantes. Esa búsqueda de aliados externos para combatir a Carranza lo hizo vulnerable. El siempre cauteloso y desconfiado líder del Ejército Libertador, en su búsqueda desesperada por conseguir aliados, recursos, armas y municiones, bajó la guardia mientras mantenía un furibundo discurso anticarrancista.

 

El 1º de enero de 1919, acusó al presidente de haber aplastado a la oposición legislativa a su gobierno. Denunció que estaba reformando con un sentido contrarrevolucionario la Constitución de 1917, limitando el derecho a huelga y estableciendo un régimen autocrático y personalista. Lo acusó también de haberle vuelto la espalda a los países Aliados en la Primera Guerra Mundial y haber apoyado a Alemania, ocultándose bajo una falsa neutralidad.

 

El 17 de marzo de ese año, en el que sería su último manifiesto público, emitió una carta abierta a Carranza en la que lo acusó no solo de ser el responsable del desastre en que se encontraba el país, sino del aislamiento de México en el concierto de las naciones:

 

“Usted gobierna saliéndose de los límites fijados al Ejecutivo por la Constitución; usted no necesita de presupuestos aprobados por las Cámaras; usted establece y deroga impuestos y aranceles; usted usa de facultades discrecionales en Guerra, en Hacienda y en Gobernación; usted da consignas, impone gobernadores y diputados, se niega a informar a las Cámaras; protege al pretorianismo y ha instaurado en el país, desde el comienzo de la era “constitucional” hasta la fecha, una mezcla híbrida de gobierno militar y de gobierno civil, que de civil no tiene más que el nombre. La soldadesca llamada constitucionalista se ha convertido en el azote de las poblaciones y de las campiñas.

 

Usted, con sus desaciertos y tortuosidades, con sus pasos en falso y sus deslealtades en la diplomacia, es la causa de que México se vea privado de todo apoyo por parte de las potencias triunfadoras, y si alguna complicación internacional sobreviene, usted será el único culpable.”

 

Carranza y el jefe de la campaña militar contra Zapata, Pablo González, quien tenía aspiraciones de suceder a su jefe en la presidencia de la República, decidieron dar el golpe final al Caudillo del Sur, quien cayó asesinado el 10 de abril de 1919 en la hacienda de Chinameca. Su asesinato fue un crimen de Estado, decidido y orquestado desde el más alto nivel. El presidente sabía que no podía acabar con la resistencia zapatista si no se ultimaba a su líder. Mientras el de Anenecuilco viviera, el zapatismo no podría ser extinguido. Lo que no sabía Carranza, González ni sus demás enemigos era que, después de la muerte de Zapata, este se convertiría en un personaje histórico nacional, cuya influencia y legado permanecerían con mucho más arraigo y reconocimiento que los de quienes lo eliminaron.

 

 

Esta publicación solo es un extracto del artículo "¿Por qué fue asesinado Emiliano Zapata?" del autor Felipe Arturo Ávila Espinosa que se publicó íntegramente en Relatos e Historias en México número 128