Las mujeres Serdán

Una historia poco conocida de la Revolución mexicana

Patricio Eufracio Solano

 

Francisco I. Madero convocó a la insurrección armada para el 20 de noviembre de 1910, desde su exilio en San Antonio, Texas. Supuso que habría levantamientos en todo el país, pero los enfrentamientos se dieron en forma aislada en distintos poblados, excepto en Chihuahua. Y en Puebla, la anticipación de la policía a los hechos derivó en la refriega del 18 de noviembre que terminaría con la aprehensión de las mujeres Serdán y la muerte de Aquiles y su hermano Máximo.

 

 

Las madres-hermanas Serdán

 

La existencia de los Serdán Alatriste entre 1881 y 1909 debió haber sido común y ordinaria, como la de los casi 1 100 000 habitantes que tuvo el estado en esos años. De ahí la ausencia, casi completa, de datos veraces sobre ellos para ese tiempo. Sin embargo, hay una condición que, a pesar de no estar documentada, es muy probable que se gestara ineludiblemente: el liderazgo de las mujeres al interior de la familia. Esta condición no tiene más fundamento y razón que la supervivencia y la arraigada tendencia maternal que muchas mexicanas han presentado en circunstancias de apremio como las vividas por los Serdán y cuando los hijos son menores que las hijas. De este modo, Carmen y Natalia se transformaron en madres-hermanas de Aquiles y Máximo.

 

Debo señalar que la educación que estas mujeres impartieron a los hombres Serdán no fue la de la sujeción a sus faldas o comportamientos ñoños ante la apabullante realidad del México porfiriano. Al contrario, con su liderazgo familiar, las Serdán forjaron a sus hermanos como personajes públicos capaces de comprometer, literalmente, hasta la vida misma en favor de un futuro distinto a lo vivido durante las tres décadas que pervivió el porfirismo. Treinta años durante los cuales los Serdán forjaron una unidad familiar que los llevaría –como único ejemplo entre las luchas libertarias mexicanas– a enfrentar juntos al destino nacional entre 1909 y 1910, cuando se implantaron con sangre los cimientos ideológicos de los gobiernos revolucionarios del sufragio efectivo y la no reelección.

 

Preámbulo de la Revolución

 

Los datos fehacientes de la participación de los Serdán Alatriste en el movimiento antirreeleccionista encabezado por Madero, se encuentran en los legajos del juicio a que fueron sometidas tanto Carmen como su madre María del Carmen y Filomena. Sí, ellas, primero que todos los demás.

 

El contenido de estos expedientes judiciales muestra dos aspectos sobre la lucha antirreeleccionista poblana: uno, que desde 1909 eran vigilados los movimientos de los clubes políticos afines a Madero y, dos, que el creciente liderazgo público de Aquiles era apoyado y alentado por toda su familia; no siempre con la misma vehemencia o entusiasmo en algunos de los actos, pero siempre esperanzado y no pocas veces aprehensivo y realista en su cotidianeidad.

 

El relato de estos hechos consignados en los juicios lo abordaré en tres momentos: uno, la preparación y desarrollo de la etapa poselectoral del antirreeleccionismo de Aquiles Serdán y sus correligionarios; dos, la batalla del 18 y los hechos del 19 de noviembre, y tres, las consecuencias judiciales y vitales de los sobrevivientes de la familia Serdán al inicio de la Revolución en Puebla.

 

La batalla del 18 de noviembre de 1910

 

La casa de los Serdán se encuentra en la calle de la Antigua Portería de Santa Clara número 4, hoy en el Centro Histórico poblano. En noviembre de 1910 la habitaban tres familias: los Serdán Alatriste (María del Carmen Alatriste, viuda de Serdán; Carmen y Máximo, ambos solteros); los Serdán del Valle (Aquiles, su esposa Filomena, embarazada, y sus hijos Aquiles y Héctor); y los Sevilla Serdán, que se formaban por Natalia Serdán viuda de Sevilla, dueña de la casa y madre de cinco niños: Manuel, Manuela, Natalia, Carlos y Germán.

 

El acecho final a los antirreeleccionistas poblanos comienza el 14 de noviembre de 1910, cuando la policía efectúa el cateo de la casa de los hermanos Rafael, Antonio y Benito Rousset, responsables en esos días de un embarque de armas desde la capital del país, fletadas como herramientas para uso en su fábrica de muebles. La crónica del diario El País señala:

 

“Puebla, 16 de noviembre.- Anteayer, como a la una de la tarde el jefe de la policía de esta ciudad, don Miguel Cabrera, acompañado de cuarenta policías, se presentó en la casa del señor Benito Rousset, ubicada en la calle de los Loros, con objeto de practicar allí un cateo, pues según instrucciones que llevaba el Subcomisario don Luis G. Barragán, que vino expresamente de Méjico a este negocio, en la citada casa marcada con el número cuatro, se encontraba un cargamento de armas destinado a una revuelta contra el Gobierno Mejicano […] Los señores Rousset, así como todas las personas de su familia, señoras, señoritas y niños, fueron detenidos con objeto de investigar el paradero de las armas de los maderistas.”

 

Al final, el cateo resulta infructuoso pues no encuentran las armas y la exagerada fuerza exhibida por la policía (como vimos, arrestan hasta a los niños) despierta la animadversión de la sociedad. Ello obliga al comandante de la policía a buscar la reivindicación pública mediante un acto espectacular: aprehender a Aquiles Serdán. Con esta acción Miguel Cabrera confiaba granjearse de nueva cuenta la simpatía de los poblanos, pero no lo consigue, ya que en dicha acción, efectuada el 18 de noviembre, terminará muerto.

 

La batalla inicial de la revolución antirreeleccionista poblana costó la vida a diecisiete personas, entre antirreeleccionistas, policías y paisanos. Quedaron cuatro vivas, mujeres todas, de la familia Serdán: María del Carmen, Carmen, Natalia y Filomena. A excepción de Natalia, fueron apresadas y en los interrogatorios iniciales señalaron su participación en los hechos. En dichas declaraciones se trasluce el papel que las mujeres tenían en la familia, así como su temple:

 

“Carmen Serdán Alatriste: […] que aunque Aquiles les instó antes de que llegara la policía a que se salieran de la casa, ellas [Carmen, Filomena y María del Carmen] no quisieron hacerlo porque tenían la esperanza o de que no llegaran por fin a verificar el cateo o que sus hermanos y demás hombres que les acompañaban no resistieran por fin a la policía.

 

María del Carmen Alatriste viuda de Serdán: […] que ella supo, porque lo vio, que sus hijos recibieron armas y parque, pero ignora quién se los remitió y de dónde les fueron enviados; también supo que el propósito de sus referidos hijos y de otras personas que estaban de acuerdo con los mismos, era pronunciarse contra el Gobierno, mas no sabe quiénes sean esas personas. […] contestó que si alguna culpa tiene es la de haber acompañado a sus hijos Aquiles y Máximo hasta el último momento de la lucha.

 

Filomena del Valle: […] que dos días antes [16 de noviembre], recibieron su esposo y cuñado dos cajas que después vio contenían armas y parque, las cuales abrieron horas antes de que llegara la policía, seguramente para resistirla y aunque la deponente trató de disuadir a su esposo de que no se metiera en esas cosas, siempre le contestó que era preciso hasta sacrificar la vida por la causa que defendía.”

 

Ellas permanecieron cinco meses en prisión y serían liberadas en mayo de 1911, pocos días antes de la renuncia de Porfirio Díaz, y de inmediato se reincorporaron a la lucha. La primera acción de Filomena del Valle fue promover un juicio contra el gobierno federal, acusándolo de asesinar a su esposo. Carmen fundará o participará en diversas Juntas Revolucionarias. María del Carmen aglutinaría a su vera a los sobrevivientes de la familia. Natalia, por su parte, emprendería un juicio en el que demandó el resarcimiento de los daños a su casa, motivados por la batalla.

 

Sin monumentos

 

Esta realidad evidencia, por un lado, la incultura histórica que arrastramos en México desde la invención del panteón heroico basado en el nacionalismo revolucionario, y, por el otro, la endémica tara nacional de no acertar en cómo reconocer y honrar a las mujeres mexicanas notables.

 

Por ello y ante ello, resumiré brevemente los dos últimos años, cuando los Serdán, todos, aún eran una familia completa, con la única intención de reflexionar sobre nuestras acepciones de héroe y heroína y apuntar una posible respuesta a las preguntas iniciales de este texto.

 

Nada indica que después de la muerte de Manuel Serdán Guanes, la vida de su esposa haya sido fácil y regalada. María del Carmen quedó viuda con 35 años y enfrentó la realidad de alimentar, vestir, educar y proteger a cuatro hijos, entre los ocho y los dos años de edad. No hay datos fehacientes de una solvencia económica desahogada, por lo que es presumible que hubo de trabajar y, por ende, dejó en manos de otros, al menos parcialmente, el cuidado de sus hijos. En esa época, ante una situación trágica como la que enfrentaron los Serdán, los niños dejaban de serlo rápida e irremediablemente. Por lo anterior, lo probable es, como apunté al inicio, que las niñas-mujeres Serdán se transformaran en las madres-hermanas de los niños Serdán. Asimismo, nada indica que esta relación haya tenido grandes cambios a través de los siguientes treinta años.

 

Ahora bien, ¿procurar a sus hermanos podría llevar al grado de considerar heroínas a las Serdán? ¡Seguramente no!, pero, resulta que la labor de las mujeres no se circunscribió únicamente a cuidarlos y educarlos, sino que, a la hora de enfrentar la decadencia porfirista, los acompañaron efectivamente. Los dos pasajes siguientes, ambos relatados por Filomena del Valle, demuestran lo dicho.

 

El primero describe el valor de las mujeres Serdán que quedaron vivas después de la balacera y resalta el temple de Carmen:

 

“A las once de la mañana del mencionado día 18 de noviembre, mi casa fue ocupada por individuos de tropa que entraron en ella disparando sobre las personas que se encontraban, sin parar atención en si hacían resistencia o no. Mi madre política, la señora doña Carmen Alatriste Vda. de Serdán, mi hermana política la señorita doña Carmen Serdán y yo, estuvimos a punto de ser víctimas de ellos, no obstante que procuramos que nuestra actitud no pudiera inspirar ningún temor a la tropa que entraba, salvándonos tan solo la actitud resuelta de mi cuñada.”

 

 

Esta publicación es sólo un fragmento del artículo "Las mujeres Serdán" del autor Patricio Eufracio Solano, que se publicó íntegramente en Relatos e Historias en México número 114