Las estrellas de cine que causaron sensación en Oaxaca en 1961

Toshiro Mifune en Tlacolula

Fernando Mino

 

El gusto popular por el cine a veces se sale de los márgenes de la pantalla y las filmaciones llegan a involucrar a la comunidad entera de un lugar. De ello da muestra la breve historia de un día de grabación de la película Ánimas Trujano en Tlacolula de Matamoros, Oaxaca, en mayo de 1961. Las instantáneas del acontecimiento fueron tomadas por Beatriz Robles Monterrubio, una fotógrafa de la localidad.

 

 

Según el cineasta Ismael Rodríguez (1917-2004), su interés por adaptar la novela La mayordomía (1951) surgió cuando se la recomendó el escritor Juan Rulfo. Se trataba de la tercera obra de Rogelio Barriga Rivas (1912-1961), un abogado oriundo de Tlacolula, Oaxaca, que había publicado otras dos novelas –Guelaguetza (1947) y Río humano (1948)–, todas integradas a la que por entonces se llamaba narrativa indigenista, pues sus personajes están profundamente anclados en la identidad racial y los conflictos derivados de la desigualdad que padecen.

 

Barriga Rivas no consiguió ver terminada la adaptación de su novela –rebautizada en el cine como Ánimas Trujano–, pues falleció el mismo año en que fue filmada: 1961. Seguramente le habría gustado ver el revuelo que causó la filmación en su pueblo natal. Tlacolula era en esos años una próspera localidad de poco más de 7 500 habitantes y centro comercial a unos cuantos kilómetros de la capital de Oaxaca, beneficiado por ser la puerta de entrada a los Valles Centrales, punto de reunión de comerciantes y ganaderos del istmo y de las sierras que cubren casi todo el estado.

 

Las novelas de Barriga pueden ubicarse dentro de la tradición costumbrista, pues el autor recupera “las historias contadas en la sobremesa o escuchadas de pasada en el corredor de la casa paterna, cultivando en su prosa el provincionalismo agudo”. Esa mirada entre bucólica y esencialista le hizo ganar en dos ocasiones el premio Miguel Lanz Duret del periódico El Universal, reconocimiento célebre en la época por destacar a las mejores novelas de corte nacionalista.

 

Todo un acontecimiento

 

“Rapidito, rapidito” se organizó la gente para desfilar, como en día de fiesta, para la filmación. “Es que era una novedad muy grande tomar una película en Tlacolula, y más que era esa, la de La mayordomía”, cuenta doña Beatriz Robles Monterrubio, en ese entonces de veintitrés años, asistente del taller de su tío Manuel Maldonado Colmenares, fotógrafo pionero en la comunidad. Cuando Beatriz se enteró que había borlote en la plaza corrió a su casa por su cámara.

 

“Y agarré mi cámara y me fui corriendo. Entonces fue cuando vi que ya estaban varios por ahí, que en el jardín estaban los actores maquillándose; fui por ahí, tomé unas, fui por aquel lado y tomé otras. Conocí a Toshiro, el japonés que vino”, cuenta. La comunidad de Tlacolula se volcó en multitudes para ver a sus estrellas. El más asediado fue, sin duda, Antonio Aguilar, pero también llamaron la atención de los curiosos Columba Domínguez, Flor Silvestre y el japonés de amable sonrisa, nada menos que Toshiro Mifune, el actor predilecto del director Akira Kurosawa y quien aceptaba gustoso tomarse fotos con los vecinos.

 

Para el mediodía se había preparado la secuencia de la mayordomía: el desfile en el que la comunidad en pleno, encabezada por el mayordomo, el mecenas anual del festejo, acude a la iglesia para celebrar al santo patrón e iniciar con la fiesta más importante del año. Decenas de vecinos ya habían improvisado la fiesta: sacaron los trajes típicos y los sombreros para desfilar por la calle principal; “muchos paisanos tomaron participación en la película, varios de los que ya habían sido mayordomos”.

 

Las imágenes de Robles son elocuentes. Los actores y actrices son testigos del verdadero acontecimiento: la comunidad bailando y desfilando, o luciendo sus más bellos trajes para recibir a sus invitados y fotografiarse con ellos. Autenticidad que hace más enfático el burdo carácter mistificador de la película en proceso, con detalles tan folclorizantes como la decoración con tapetes de Teotitlán durante la secuencia del baile en el atrio.