La Beatita de Pátzcuaro, consuelo para las embarazadas

Una mística del siglo XVIII

Monserrat Ugalde

La Beatita es considerada como intercesora ante Dios por dos causas principalmente: se le solicita ayuda para aquellas que quieren ser madres y no lo han logrado, o cuando la salud de la mujer peligra durante el embarazo. Para ello aún hoy se reza una oración atribuida a San Francisco de Sales que se vende en puestos de Pátzcuaro. También es conocida por las plegarias para los niños que están por nacer y cuya vida corre riesgo durante el alumbramiento y los niños no bautizados. 

 

Pátzcuaro, la ciudad del lago, en Michoacán, es un terruño de historias mágicas. Una de ellas cuenta la vida de doña Josefa Antonia de Nuestra Señora de la Salud, conocida como la Beatita de Pátzcuaro o la Abeja.

Esta notable mujer tuvo gran popularidad entre los pueblos purépechas por haber fundado un convento de dominicas en dicho lugar. También fue un ejemplo de religiosidad y servicio a los necesitados, especialmente para las mujeres en trance de alumbramiento, por lo que era invocada con rezos y oraciones. Aún hoy la tradición oral conserva la plegaria que se rezaba por los niños que no habían nacido y los no bautizados.

Las monjas del convento dominico de Nuestra Señora de la Salud –o María Inmaculada de la Salud– de Pátzcuaro conservaron un retrato de la Beatita, atribuido al artista Francisco Eduardo Tresguerras (ca. 1745-1833) y basada en una pintura actualmente perdida –se cree que durante la Guerra Cristera (1926-1929)–. Por su parte, el artista Antonio de Moreno, activo en Nueva España durante la segunda mitad del siglo XVIII y principios del XIX, también elaboró un grabado basado en la obra antes mencionada y de la cual se sacaron las estampillas impresas con su oración, las cuales aún se venden en los puestos de objetos religiosos de esa ciudad michoacana.

En la imagen se puede ver a doña Josefa de pie, probablemente en su celda dentro del convento; junto a ella está una mesa en donde se observa un crucifijo, un cráneo que representa el desapego a las cosas materiales y mundanas, un libro y un azote que nos sugiere las prácticas de mortificación corporal para la expiación de los pecados.

Su hagiografía se ha podido documentar gracias al libro que su confesor, el cura y obispo de la ciudad de Valladolid (hoy Morelia), don Eugenio Ponce de León (1709-1759), escribió sobre la vida mística de esta venerable mujer. Con el título de La Abeja de Michoacán se publicó en México en 1752, en la imprenta del Nuevo Rezado de doña María de Rivera. Además, se conserva un resumen, elaborado durante la Guerra Cristera y atribuido al abad de Pátzcuaro, don Rafael Nambo, y al canónigo don Juan Buitrón. En 1974, el párroco don Javier Murillo, al reconocer la importancia de esta historia para el estado de Michoacán, revisó y reeditó este material con el título La Beatita de Pátzcuaro, que incluía unas notas introductorias de fray Antonio de la Cruz.

Una vida venerable

Josefa Antonia Gallegos y Díaz nació en Tzintzuntzan en 1688. Desde muy pequeña aspiró a la vida religiosa. A los ocho años recibió la primera comunión en la ciudad de Querétaro por el misionero franciscano Antonio Margil de Jesús (ca. 1657-1726), de quien siguió las instrucciones sobre los hábitos de la oración, ayuno, penitencia y confesión. La obediencia fue uno de los valores que practicó toda su vida, por lo que regularmente pronunciaba: “Obedecer en todo lo posible e imposible, amargo o dulce, como quiera que sea”.

Por órdenes de su confesor contrajo matrimonio. Tuvo un hijo y luego enviudó. Poco después, su vástago falleció muy pequeño. Doña Josefa Antonia nunca profesó como religiosa, aunque por voluntad propia adoptó el estilo de vida monacal; cuidó a los necesitados enfermos del hospital de Santa Marta y del pueblo en general, a las futuras madres y a los niños convalecientes, por quienes mostraba un gran cariño.

Debido a una extraña enfermedad, doña Josefa perdió la vista casi en su totalidad y a causa de una infección en una pierna quedó lesionada. Por esta razón se puede observar en el grabado mencionado que usa un bastón como parte de su iconografía. Tenía frecuentemente visiones místicas de su ángel de la guarda, Nuestra Señora de la Salud y el Niño Jesús; sin embargo, también se sentía perseguida y acosada por las tentaciones del demonio.

El milagro del convento

Ponce de León narra en La Abeja de Michoacán los detalles de la fundación del convento de Nuestra Señora de la Salud. Según él, durante una comunicación espiritual que doña Josefa tuvo con la Virgen María, esta le pidió que fundara un claustro para monjas cuyas advocaciones serían Nuestra Señora de la Salud y Santa Catalina de Siena. Con mucho entusiasmo le platicó a su confesor, el propio don Eugenio, sobre esta petición celestial y entre ambos se dedicaron a solicitar a la población los fondos económicos para su construcción.

La familia de don Antonio de Ibarra y doña Manuela de Izaguirre y Soria ofreció treinta mil pesos. Con las aportaciones de los habitantes se juntó una suma importante destinada al levantamiento e infraestructura del edificio, aparte de contar con el consentimiento de la comunidad indígena para ocupar parte de sus predios y el de las autoridades eclesiásticas.

El 14 de octubre de 1747 sor María de Santo Tomás, primera priora de la institución, recibió las llaves y regla de la orden por mano del doctor don Bernardo Romero Vega, juez provisor y vicario general del obispado de Michoacán, y de los sacerdotes Manuel Campos Freire, primer capellán de la comunidad, e Ignacio Pardo, secretario del cabildo. Del convento de Santa Catalina de Siena de Valladolid salieron las primeras seis religiosas que formaron la comunidad de monjas en el nuevo recinto.

La Beatita de Pátzcuaro murió en esta ciudad tarasca a los 62 años, el 29 de marzo de 1750. Sus restos fueron enterrados en el convento de las dominicas de Santa Catalina y después trasladados a la basílica de Nuestra Señora de la Salud –que por un tiempo, en el siglo XVI, adquirió el título de catedral–, donde quedaron junto a las reliquias de don Vasco de Quiroga (1470-1565), primer obispo de Michoacán y quien mandara a construir dicho templo sobre un centro ceremonial indígena.

En los maravillosos pueblos de México se entretejen historias que los llenan de misterio, tradición y encanto. Estos relatos se convierten en tesoros invaluables que hablan de la vida cotidiana, creencias y religiosidad de su gente. Hoy la Beatita de Pátzcuaro es una de las imágenes religiosas católicas más veneradas de la región.

 

El artículo "La Beatita de Pátzcuaro" de la autora Monserrat Ugalde se publicó íntegramente en esta página web y en la versión impresa de Relatos e Historias en México número 110.

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