El Zoológico de Chapultepec

Un espacio que existía desde el siglo XIX
Consuelo Cuevas-Cardona

Aunque en la actualidad hay quienes critican a los zoológicos porque se tiene más conciencia de que el cautiverio puede ocasionar sufrimiento a los animales, todavía hay mucha gente a la que le gusta acudir a ellos. Si esto es así hoy, cuando tenemos acceso a muchos videos y documentales en los que podemos ver a las especies en sus hábitats naturales, el interés que suscitaron en épocas en las que se carecía de esta posibilidad debe haber sido mayor. Para mucha gente, sobre todo de zonas urbanas, los zoológicos representaban la única posibilidad de mirar –aunque fuera a través de una ventana o reja– un poco de la riqueza natural.

Las primeras noticias acerca de los intentos por formar un zoológico como parte de la DEB se encuentran en un boletín en el que se registró una plática dada por Herrera, el 30 de noviembre de 1922 en la biblioteca de la Secretaría de Agricultura y Fomento, sobre la importancia de los zoológicos en el mundo. Ahí expresó que con estos establecimientos los científicos podían ensanchar sus conocimientos, los artistas encontrar oportunidades para expresarse y el pueblo un lugar para acercarse a la historia natural.

En el mismo boletín, Herrera informó que la Secretaría de Comunicaciones y Obras Públicas había entregado ya un magnífico terreno en Chapultepec, de 141 114 metros cuadrados, para construir ahí un parque zoológico. Debido a que un proyecto así requería de mucho dinero, se había formado la Sociedad de Estudios Biológicos, agrupación organizada para conseguir fondos. Un integrante fue, por ejemplo, Álvaro Obregón, quien donó el hotel Bay View de California, Estados Unidos, para que con sus ingresos se apoyara al zoológico y a otros proyectos de la DEB.

Algunos animales llegaron al zoológico procedentes de distintas regiones de México, pero también hubo ejemplares africanos que se obtuvieron por intercambio.

 

Esta publicación es un fragmento del artículo "El Zoológico de Chapultepec" de Consuelo Cuevas-Cardona y se publicó íntegramente en la edición de Relatos e Historias en México, núm. 88