El antiguo Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo

Una magnífica construcción del siglo XVI en el Zócalo de la Ciudad de México
Guadalupe Lozada León

Creado en el siglo XVI por el interés manifiesto de la Compañía de Jesús de educar a la juventud, el Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo se convirtió en uno de los principales centros de enseñanza en donde se practicaban los métodos pedagógicos más avanzados de la época. El recinto hoy se ubica en la calle del Carmen esquina con San Ildefonso, en el centro de la capital mexicana.

 

Fue en 1572 cuando, gracias a la donación de don Alonso de Villaseca –un acaudalado minero de origen español cuya fortuna se basó en las riquezas obtenidas de las minas del actual estado de Hidalgo– y otros peninsulares, se inició su construcción. Aunque con un inmueble muy modesto al principio, los cursos comenzaron el 18 de octubre de 1574.

 

Largo sería aquí enumerar las características de este inmenso recinto educativo que llegó a crecer en dimensiones y fama a lo largo de sus casi doscientos años de actividad académica. Baste comentar que, tal como lo narra la historiadora Clementina Díaz de Ovando en un artículo sobre el cuarto centenario de este recinto educativo, publicado en la Revista de la Universidad de México en 1974: “Fue la Universidad jesuítica para los padres de la orden, pero también se admitía en sus aulas gratuitamante estudiantes seglares […] Al colegio máximo quedaron sujetos seminarios jesuitas de Puebla, Guadalajara, Zacatecas, Mérida, el de San Ildefonso de México y la residencia de Tepotzotlán”.

 

El 19 de octubre de 1575 comenzaron los estudios de las facultades mayores: Artes y Teología. En 1584 se estableció la cátedra de Lengua Mexicana y en 1592 se determinó que ningún jesuita ignoraría las lenguas indígenas. De sus aulas salieron los ilustrados religiosos de esta orden que contribuyeron de alguna forma a transformar la mentalidad de los criollos novohispanos, en quienes depositaron el germen de la futura nacionalidad mexicana.

 

Aunque en un principio no estaba considerada la construcción de un templo, fue gracias a otras donaciones del mismo Alonso de Villaseca y al proyecto del arquitecto Diego López de Arbaiza que se logró su edificación, inaugurándose en 1603. A este respecto, de nuevo la doctora Díaz y de Ovando transcribe en su obra El Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo (1951) la noticia que daba el jesuita Francisco Javier Alegre:

 

Este año [1603] ofrece la memorable dedicación del templo del Colegio Máximo, el más suntuoso que había entonces en México, aunque sobre el terreno más húmedo y cenagoso de toda la ciudad, dura hoy sin lesión alguna. Es un cañón bastante capaz con un crucero bien proporcionado. La torre, aunque de una arquitectura sencilla, es hermosa y de una altura competente.

 

Sede del Congreso… y bodega

 

Consumada la independencia nacional en septiembre de 1821, se buscó un espacio digno para la instalación del primer Congreso Mexicano; entonces, se contempló la vieja estructura del templo de San Pedro y San Pablo como el espacio idóneo para iniciar sus sesiones y se procedió a realizar las adecuaciones necesarias a fin de que el 24 de febrero de 1822 pudieran establecer ahí el primer recinto legislativo de la historia de México. Desde entonces, se sucedieron dentro de sus muros una serie de acontecimientos que marcaron el surgimiento de la nueva nación tras la Guerra de Independencia.

 

Hasta este lugar llegó Agustín de Iturbide a prestar juramento como primer emperador de México en 1822. Después, en 1824, una vez concluido el efímero imperio que durara menos de un año, se estableció en este magno recinto el Congreso constituyente que trajo a la luz la primera Constitución mexicana, en la que se estableció el régimen federal; posteriormente, el 18 de noviembre de ese mismo año, ahí se decidió la creación del Distrito Federal. En este sitio el Congreso mexicano permaneció hasta 1829, cuando se trasladó a su nueva sede en Palacio Nacional.

 

A mediados del siglo XIX, los jesuitas regresaron a México; pero, expulsados por tercera vez, el Colegio Máximo fue utilizado para diferentes fines. Después de la puesta en práctica de las leyes de Reforma, se destinó al Colegio Militar y, hacia 1865, se utilizó como almacén de forrajes del ejército invasor francés. Años más tarde, se estableció ahí una bodega auxiliar de la Aduana. Para la última década del siglo XIX, tocó el turno al Casino del Gran Círculo de Obreros. Así, aquello se convertía en ruinas ante la indiferencia general con respecto a su valor histórico y artístico.

 

Revolución y muralismo

 

La revolución iniciada en 1910 trajo a San Pedro y San Pablo todavía más desgracias, puesto que fue convertido en caballeriza y cuartel. De ahí que resulte fácil imaginar el estado en el que se encontraba cuando hacia 1922 el secretario de Educación, José Vasconcelos, decidiera darle un uso más acorde a su larga historia, por lo que convirtió al templo en la Sala de Discusiones Libres, cuya decoración quedó a cargo de la mano maestra del pintor jalisciense Roberto Montenegro, quien realizó el mural El árbol de la ciencia en el que fuera el presbiterio, así como el diseño –junto con el artista Jorge Enciso– de los vitrales del crucero, intitulados La vendedora de pericos y El jarabe tapatío. La cúpula fue decorada por el muralista coahuilense Xavier Guerrero con su obra Zodiaco.

 

Esta publicación es un extracto del artículo "El antiguo Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo" de la autora Guadalupe Lozada León, que se publicó íntegramente en la revista impresa de Relatos e Historias en México No. 100. http://relatosehistorias.mx/la-coleccion/100-cien-ediciones-contando-his...