Educación socialista en lo que fue la Cárcel de Belén

Guadalupe Lozada León

Construido justo donde en 1683 se había fundado el Colegio de San Miguel de Belén, que posteriormente, en 1863, se transformó –merced a las leyes de Reforma– en una cárcel que sería de las más temidas del Porfiriato y de las primeras décadas del siglo XX, el Centro Escolar Revolución, obra cumbre del gobierno presidencial del general Abelardo L. Rodríguez e ideado por José Vasconcelos diez años antes, fue inaugurado el 20 de noviembre de 1934. Se ubica en la actual esquina de Niños Héroes y Arcos de Belén, a unos pasos del metro Balderas, en la Ciudad de México.

 

El licenciado Aarón Sáenz, jefe del Departamento del Distrito Federal, dio inicio al acto de inauguración con estas palabras:

 

Nunca podremos justificar el gasto oficial de una o más escuelas superiores y, en mi modesto juicio, ni el de Universidad alguna por el momento, si antes no hemos prodigado previamente la instrucción mínima y general que realiza la escuela primaria en todo el país; pero no en la escuela primaria del tipo porfirista, porque nuestro deber ineludible es crear ya sin imitaciones extranjeras y con el alma y la inteligencia puestas en nuestro propio medio y en nuestra propia alma colectiva, el tipo que ha de tener la escuela primaria de la Revolución que yo no puedo entender y sentir sino dentro de fuertes y persistentes finalidades utilitarias.

 

El evento fue presidido por el presidente de la República, quien a las once en punto de la mañana había arribado al edificio acompañado de su comitiva, la cual fue recibida por los acordes del Himno Nacional.

 

Un refugio para las desvalidas

 

El colegio de San Miguel de Belén, originalmente concebido como casa de recogimiento para mujeres desprotegidas por el padre Domingo Pérez de Barcia, se instaló en una residencia de su propiedad por el rumbo de Belén, que hacia finales del siglo XVII se ubicaba a las afueras de la ciudad de México. El recinto pronto se vio rebasado, por lo que fue necesario dividir sus espacios para dar cabida a cuanta mujer desvalida buscara cobijo. Fue así que de acuerdo con lo dicho por don Manuel Rivera Cambas en su célebre México pintoresco, artístico y monumental (1880-1883):

 

[Se] llegó a formar una pequeña comunidad en que todos los miembros de ella vivían con la misma libertad que en su casa y sin sujetarse a reglas; pero, poco a poco, por exhortaciones del mismo padre se resolvieron a guardar clausura voluntaria; no salían a la calle sino reunidas y con el padre a oír misa, confesarse y comulgar, empleando el día en rezos y labores manuales de las que sacaban moderado producto para sostenerse. La iglesia que más frecuentaban era la del colegio de mercedarios de Belem por ser la más inmediata.

 

Con el aumento de asiladas, fue necesario abrir un oratorio propio que fue bendecido por el obispo Francisco de Aguiar y Seijas en mayo de 1684. Gracias al celo del padre Barcia, a quien se unió el sacerdote Lázaro Fernández, se logró edificar un enorme edificio.

 

Una dura cárcel

 

Años más tarde, la vida de San Miguel de Belén cambió por completo. Fue en enero de 1863 cuando, como consecuencia de las leyes de Reforma, el convento fue expropiado y las colegialas trasladadas a las Vizcaínas, enorme inmueble que hasta la fecha sobrevive y que no fue confiscado por el gobierno en virtud de ser un establecimiento particular.

 

De acuerdo con la Memoria del Ayuntamiento de la ciudad de México, a cuyo cargo estaba ya la Cárcel de Belén, con este nuevo establecimiento penitenciario se buscaba:

 

• Disminuir los padecimientos físicos de los presos hasta donde sea posible atendiendo a que el local construido para colegio de niñas y no para cárcel, está distante de tener las condiciones para un establecimiento de esta clase.

 

• Acabar con la ociosidad fomentando el trabajo.

 

• Engendrar la moralidad en los delincuentes con la instrucción, con el trabajo, con la disciplina.

 

• Proteger a la sociedad, ya morigerando a los seres desgraciados que habitan en las prisiones, ya infiltrando en el pueblo el deseo de no delinquir, para no caer en la prisión, por medio del espectáculo del orden inalterable y del trabajo constante en ella.

 

• Crear en los presos los hábitos del orden y la economía formándoles pequeños ahorros.

 

Sin embargo, ante la complicada situación política por la que atravesaba el país desde 1862 con la intervención francesa y luego la llegada de Maximiliano y su imperio, poco fue lo que pudo hacerse por la cárcel que empezó mal –en un inmueble no adecuado para ello– y se fue volviendo peor cada día, a pesar de las adecuaciones que se llevaron a cabo para dar entrada a más de mil sentenciados en un sitio que, en sus mejores momentos, había albergado a poco más de quinientas personas.

 

La Prefectura Política de la capital reportaba en 1865 “en un solo patio se tienen todo el día en completa ociosidad mil noventa y ocho presos y los corredores superiores son de lo más peligroso porque no están resguardados por barandales, y con mayor facilidad en una riña o en un juego se precipitan unos a otros como ya ha sucedido de lo alto causándose la muerte”.

 

Evidentemente, el hacinamiento provocaba también enfermedades y brotes epidémicos, a pesar de los esfuerzos de los médicos de la cárcel por contenerlas. Los alimentos que les servían a los presos tampoco cubrían las necesidades más elementales de nutrición ni de higiene. Uno de los inspectores del imperio de Maximiliano señaló que a falta de utensilios “reciben [la comida] en sus sucios y asquerosos sombreros”.

 

Por la educación socialista

 

En 1934, tras demoler los inmuebles –cárcel, Palacio de Justicia Penal y Salón de Juzgados–, en los 24 000 metros cuadrados de superficie vacante fue construido el Centro Escolar Revolución, que destinó 7 500 al edificio educativo y el resto de la superficie a un estadio, alberca y áreas libres.

 

El proyecto estuvo a cargo del arquitecto Antonio Muñoz, también creador del mercado Abelardo Rodríguez. Además, se inscribió ya en la educación socialista aprobada por el Congreso mexicano en octubre del mismo año, y como parte del inmenso programa de obras públicas del presidente Rodríguez.

 

En la inauguración, el secretario de Educación, profesor Luis Tijerina, expuso los objetivos del Centro: “Será una escuela que sea siempre activa, funcional, socializante, en que lo humano no tenga limitación egoísta de lo individual sino que desborde el sentido de lo colectivo, de lo universal. Una escuela que enseñe que para ser libre, hay que renunciar a las arbitrariedades y que la altura del saber y de la fuerza se valoran en la responsabilidad y eficacia por el bien común”.

 

Con estos propósitos se cumplía el sueño de muchas generaciones de mexicanos que confiaban en la educación como único medio posible de transformación social. Los cursos comenzaron el 15 de abril de 1935, ya en el gobierno del general Lázaro Cárdenas, quien ese día sintetizó la labor realizada: “Esta escuela es un argumento más que los revolucionariostenemos desde ahora para justificar las luchas emprendidas desde 1910 a favor de los intereses colectivos. Ni los más obcecados adversarios podrán negar la bondad de esta labor. Estamos ante un resultado tangible, que servirá para destruir diatribas y calumnias”.

 

Un año después, al igual que los muros del Mercado Abelardo Rodríguez y el Teatro del Pueblo, los de este impresionante centro educativo fueron iluminados con los pinceles de varios artistas que plasmaron los avatares de las luchas revolucionarias. Ahí, Aurora Reyes –primera muralista mexicana– pintó en el vestíbulo Atentado a las maestras rurales, fresco de 2 x 4 metros que muestra a un hombre que con la mano derecha arrastra a una maestra del pelo mientras que con la izquierda sostiene unos billetes.

 

 

Esta publicación sólo es un fragmento del artículo “Educación socialista donde estuvo San Miguel de ‘las Mochas’” de la autora Guadalupe Lozada León, que se publicó íntegramente en Relatos e Historias en México, número 103.