¿Conocen al pintor revolucionario Xavier Guerrero?

El pincel de Xavier Guerrero impresionó a Diego Rivera
Javier Villarreal Lozano

Un atardecer de 1921, Jean Charlot, artista francés avecindado en México, caminaba en compañía de otro pintor por el edificio destinado a la Secretaría de Educación Pública. De pronto, se detuvieron al escuchar “sollozos y suspiros”. Al acercarse al lugar de donde provenían, vieron a Diego Rivera trepado en un andamio “rascando furiosamente la pared con una cuchara de albañil, tal como un niño en un berrinche destruyendo en la playa el Castillo que acababa de edificar”.

 

No era para menos. Por enésima vez Rivera fracasaba intentando pintar al fresco en los muros del edificio. Estaba obsesionado con esa técnica desde que contempló los frescos de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina del Vaticano. Pero nadie acertaba a preparar el muro con la pasta apropiada, llamada intonoco por los especialistas.

 

Xavier Guerrero, quien acompañaba a Charlot, salvó a Diego de la desesperación. Subió al andamio, tomó la cuchara y sobre mortero fino aplicó una capa de cal, ofreciendo a Rivera una superficie blanca y lisa. Eufórico, el muralista no tardó en inventar otra de sus fantasiosas historias. Reveló a los periodistas el redescubrimiento de un secreto prehispánico olvidado por siglos; “el secreto mexica”, como lo bautizó la prensa, consistía en agregar pedazos de nopal a un balde de agua que Diego tenía a su lado.

 

Artesano de la construcción

 

El “secreto mexica” era producto de una técnica aprendida, no de los constructores del Templo Mayor, sino de un modesto artesano radicado a muchos kilómetros al norte de la Gran Tenochtitlan, en San Pedro de las Colonias, Coahuila. Allí, donde nació el 2 de diciembre de 1893, Xavier Guerrero aprendió el oficio ayudando a su padre en la decoración de residencias.

 

Dicha población norteña vivía entonces el boom del algodón. Uno de los vecinos de la ciudad era el agricultor Francisco I. Madero, miembro de una prominente familia. Entre los peones de aquellas haciendas –la mayoría propiedad de extranjeros– se incubaba el descontento manifestado de cuando en cuando violentamente.

 

El entorno político-social donde nació y creció Guerrero hace parecer lógica su posterior militancia política en la izquierda más radical. Además, el padre no era indiferente a la irritación de los campesinos. Todavía niño, el futuro pintor participó en manifestaciones “trotando al lado de su padre, orgulloso de saber que las banderas desplegadas, los cartels con temas alusivos, eran hechos, y bien hechos, en el taller familiar”.

 

Xavier aprendió de su progenitor la forma de volver resistentes las pinturas al sol inmisericorde y a las tolvaneras en La Laguna, semejantes en su furia al azote del simún africano. Charlot cuenta que, en Teotihuacan, el coahuilense, “pasando sobre los encalados rojizos y pulidos su mano del mismo color, recordaba técnicas aprendidas en su niñez, allá en Coahuila”.

 

Guadalajara

 

Desde muy joven, casi niño, Guerrero mostró una gran facilidad para el dibujo. Fue alumno en la escuela local de Artes y Oficios y trabajó en el despacho de un arquitecto. En busca de espacios más promisorios, se trasladó a Guadalajara, donde se ganaba la vida como decorador de casas y templos. Hacia 1912 pintó La resurrección en un plafón del Hospital de San Camilo de la capital tapatía.

 

Durante su estancia en Guadalajara se unió al Centro Bohemio, grupo de escritores y artistas liderado por el general José Guadalupe Zuno, quien fue gobernador de Jalisco. Congregaba a jóvenes dispuestos a transformar los lenguajes estéticos luego del triunfo de la revolución maderista iniciada en 1910. Sus actividades apuntaban ya hacia el nacionalismo revolucionario llamado a dominar la escena en el arte y la literatura mexicanos durante las siguientes cinco décadas. En el Centro Bohemio, Guerrero afinó y afirmó lo que habría de ser su compromiso como artista.

 

Con Diego Rivera

 

Atraído por el guiño de la Ciudad de México, llegó a esta en 1919. Pronto se le encomendó pintar la cúpula del Ex Convento del Carmen, en San Ángel, y varios murals en el antiguo templo de San Pedro y San Pablo, histórico inmueble ubicado en el centro de la urbe que fue sede del primer Congreso mexicano, donde Agustín de Iturbide juró como emperador en 1822 (hoy alberga al Museo de las Constituciones). Luego conoció a Diego Rivera, cuya influencia le resultaría decisiva. Recién llegado de Europa, el reconocido pintor lo acogió en calidad de amigo, discípulo, ayudante y consejero.

 

Desde que volvió a pisar el suelo de México en julio de 1921, Rivera atrajo la admiración de unos y el repudio de otros. Lo mismo generaba escándalos como devociones, pero a nadie dejaba indiferente. Sus murales, al igual que los de José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros, irritaban a muchos. Otros, en cambio, vislumbraban en ellos el arranque de una ruta innovadora para las expresiones artísticas del país.

 

A partir de 1921, Xavier colaboró con Diego en los murales del Anfiteatro Simón Bolívar de la Escuela Nacional Preparatoria. Con el respaldo de José Vasconcelos, Secretario de Educación Pública, Rivera se estrenó como muralista. Pintó La creación asistido por Carlos Mérida, Jean Charlot, Amado de la Cueva y Guerrero.

 

Antes de volver a México, en Pompeya (Italia) Diego se había deslumbrado con los murales supuestamente hechos al encausto en los palacios de los patricios romanos. Esa técnica, caracterizada por mezclar cera con pigmentos, produce un acabado de larga duración, aunque requería ingredientes imposibles de encontrar en México, por lo que Guerrero le sugirió emplear insumos locales para sustituirlos. Tras experimentar con cera y copal, inventó una variante mexicana de la encáustica clásica.

 

Más que colaborador, Xavier se convirtió en amigo cercano de Diego. Tan cercanos fueron que el que fuera ateo comunista le pidió al coahuilense que lo apadrinara en su matrimonio religioso con Guadalupe Marín, celebrado el 20 de julio de 1922.

 

 

Esta publicación es sólo un fragmento del artículo "El pincel revolucionario de Xavier Guerrero, 1893-1974" del autor Javier Villarreal Lozano, que se publicó íntegramente en Relatos e Historias en México, número 106.