Cien años del Excélsior

Un periódico que nació al calor de la Revolución
Ricardo Cruz García

Pasaban las primeras horas desde que había despuntado el alba cuando la Cucaracha ya no quiso caminar. Era el 18 de marzo de 1917 y el número inaugural del Excélsior debía estar en las calles, pero la rotativa de segunda mano, bautizada de tal forma por “vieja y fea”, se descompuso e hizo que se retrasara la impresión que marcaría el nacimiento del “periódico de la vida nacional”.

 

Los papeleritos esperaban con ansias los primeros ejemplares del nuevo diario mexicano para empezar a anunciar sus noticias por los barrios y colonias de Ciudad de México. Pero la Cucaracha se negaba a parir. Los pequeños voceadores se desesperaron y comenzaron a apedrear las ventanas de la casona donde estaba la sede de la publicación, en la calle Colón en su cruce con Rosales, una esquina que ya no existe pero que se ubicaba aproximadamente donde hoy está la Torre del Caballito, a un costado de Paseo de la Reforma.

 

Muchos minutos después de que Rafael Alducin, dueño de la empresa periodística, saliera a calmar los ánimos de los papeleritos, el rotativo finalmente pudo imprimirse. Sin embargo, era casi mediodía y algunos de los niños y jóvenes repartidores ya se habían ido, por lo que tocó a los redactores distribuir el diario por la capital. Así iniciaba la larga y azarosa vida del Excélsior.

 

La cabeza de este proyecto hoy centenario era Alducin, un joven empresario del periodismo que había nacido en San Andrés Chalchicomula (hoy Ciudad Serdán), Puebla, en 1889. A inicios del siglo XX se trasladó a la capital del país para continuar sus estudios de derecho, aunque pronto le llamó la atención la industria editorial, que tenía como mayor exponente en el ámbito de la prensa a El Imparcial, cuyas oficinas visitaba con frecuencia debido a que se había hecho amigo de un hijo del dueño de ese diario, Rafael Reyes Spíndola. De alguna forma, ese periódico fungió como una escuela donde aprendió conocimientos útiles que aplicaría en sus proyectores posteriores.

 

Otra de sus pasiones eran las carreras de autos. De ahí que en 1913 comprara la revista El Automóvil en México (1906-1934). Luego, junto con el escritor y editor José de Jesús Núñez y Domínguez, estableció una imprenta. Dos años después adquirió también Revista de Revistas, fundada en 1910 por el periodista y político maderista Luis Manuel Rojas. Esas publicaciones y el taller tipográfico constituyeron la base de la empresa que daría vida al Excélsior.

 

Así llegó el 18 de marzo de 1917, pocos días después de que Nicolás II, el zar “de Todas las Rusias”, abdicara, y en un mundo que vivía los estragos de la Gran Guerra (1914-1918), mientras en México la lucha entre las facciones revolucionarias había culminado, el país estrenaba Constitución y Venustiano Carranza se alzaba como el jefe máximo de la nación que en menos de dos meses asumiría el cargo formal de presidente de la República.

 

Con un equipo en el que destacaban figuras intelectuales como Manuel Flores y Carlos Díaz Dufoo, además de jóvenes periodistas como Manuel Becerra Acosta y Rodrigo de Llano, el Excélsior salió a la luz con un programa editorial que hacía énfasis en contribuir a la reconstrucción, tanto material como espiritual, del país; ahora que la guerra había terminado, era hora de lograr la estabilidad y buscar la prosperidad. Asimismo, se decía ajeno a las facciones políticas y establecía como su misión primordial la de informar. Alducin afirmaba que “antes que todo está el principio de autoridad”.

 

Si bien la empresa de Alducin tuvo apoyo del carrancismo, el nuevo diario quiso distinguirse de publicaciones identificadas fuertemente con ese grupo, como El Universal (1916) y El Demócrata (1914-1926). De tal modo que en ocasiones ejerció la crítica contra el gobierno de don Venustiano. Por otro lado, de a poco se plantó en la escena pública como un periódico católico y conservador; un ejemplo de ello fue su campaña para establecer el Día de la Madre en 1922.

 

“Periodismo es historia de un hombre y es historia de todos los hombres, hecho singular, minúsculo, y epopeya o tragedia grandiosa. Es una voz y todas las voces, un idioma y todos los idiomas. Es verbo del hombre, verbo expresado con inevitable mayúscula”. Así se expresaba en 1967 Julio Scherer García, el director más emblemático que ha tenido Excélsior, al conmemorar las cinco décadas de este diario. Y agregaba que el llamado “mejor oficio del mundo” es “lúcida mente sin reposo, creador sin obra final”. Este 2017, con su centenario cumplido, dicho periódico confirma esta sentencia.

 

 

La nota breve "Cien años del Excélsior" del autor Ricardo Cruz García se publicó íntegramente en Relatos e Historias en México, número 107