¿Se acuerdan de los cigarros El Buen Tono?

La compañía cigarrera que rompió los cánones en el siglo XIX
Guadalupe Lozada León

 

El crecimiento espectacular de esta empresa, sobre la base de la producción nacional de tabaco y del generalizado hábito de consumo entre la población, la llevó al dominio del mercado entre cientos de pequeñas empresas locales

 

 

Luego de comenzar sus operaciones allá por 1884, la Compañía Cigarrera El Buen Tono se convirtió en una de las más prósperas e influyentes empresas de la época porfiriana en nuestro país, cuando apenas habían pasado poco más de veinte años. Su historia comenzó con aquella negociación puesta en marcha por don Ernesto Pugibet, empresario de origen francés avecindado en México, con la cual marcó la diferencia desde el principio de su vida activa, al haber patentado en 1886 “una máquina de su invención” para la producción de los cigarros “Rusos”, según una pequeña nota de apenas cinco líneas publicada en el periódico El Tiempo, el 13 de agosto de 1886.

 

La susodicha máquina quedó instalada en la primera dirección que tuvo la fábrica: San Felipe Neri 12 (hoy República de El Salvador, entre Bolívar e Isabel la Católica), donde don Ernesto comenzó a trabajar de manera artesanal. Él, según el Diccionario enciclopédico de México, había llegado al país en 1879 después de haber vivido en Cuba, donde aprendió el cultivo del tabaco y la elaboración de cigarros.

 

Al principio fue necesario que el propio empresario repartiera personalmente los cigarros de su pequeña fábrica, así que decidió promocionarlos de casa en casa. Pero después de haberse casado con Guadalupe Portilla Garaicoechea en 1887, Pugibet logró comprar en pocos años un amplio terrero en los límites de la plaza de San Juan, por entonces venida a menos después de la exclaustración decretada como consecuencia de las leyes de Reforma de mediados del siglo XIX, que llevaron a la desaparición del convento que diera nombre a este sitio, pero también a la edificación de la primera gran sede de la fábrica.

 

Sembrar el éxito

 

Fue en 1890 cuando inauguró las nuevas instalaciones, justo en el terreno en donde hoy se encuentran las de Teléfonos de México, en la confluencia de las calles llamadas justamente Ernesto Pugibet y Buen Tono, único recuerdo que queda del mencionado establecimiento que tan importante fuera en su tiempo. Tanto, que en marzo de 1893 fue visitado por don Porfirio Díaz, quien de acuerdo con la prensa de la época, “quedó muy satisfecho de todo lo que vio en ella”, lo que representaba la aprobación manifiesta de aquel gobierno que se preocupó, como el que más, por lograr la industrialización de un país que hacia el final del siglo XIX era eminentemente rural.

 

De acuerdo con la Guía descriptiva de la República Mexicana (publicada en 1899), la próspera empresa se transformó en sociedad anónima en 1894; contaba con un millón de pesos de capital inicial. Fue también en esa época cuando el inmueble del negocio fue renovado completamente, “edificándose grandes salones para las máquinas y espaciosos almacenes para el tabaco, dotados de ventilación y sequedad [sic] tan necesarias para la conservación de aquel”. Vale la pena aclarar que la empresa gozaba del prestigio de contar con la exclusividad de la maquinaria que elaboraba cigarros “sin pegamento”, lo que constituyó todo un avance en esta industria.

 

La magnífica construcción de El Buen Tono contaba con oficinas, salones de envoltura y de máquinas, taller mecánico, carpintería, depósitos de tabaco, caballerizas –indispensables para tener en óptimas condiciones a los animales, tan necesarios para tirar los carros con la producción que aumentaba día con día– y departamento de litografía, que en este caso constituía una novedad, habida cuenta de que la empresa cigarrera imprimía sus propias cajetillas y sellos. Así, fue de las primeras compañías que incursionó en el campo de la publicidad con sus propios diseños e historietas, las cuales insertaba en los periódicos de mayor circulación. Y como establecimiento fabril de la época, El Buen Tono contaba con un gran salon de consejo “lujosamente amueblado” y, lo más importante, los dormitorios para los empleados superiores y la casa habitación de Pugibet y su esposa.

 

Al finalizar el siglo, la empresa contaba con luz eléctrica para impulsar la maquinaria y con el trabajo manual de 450 mujeres para la elaboración de los cigarros estilo Habana, cuya producción alcanzaba la nada despreciable suma de millón y medio de unidades al día.

 

El prestigio de El Buen Tono fue en aumento y Pugibet se convirtió en socio de la Cervecería Moctezuma y de la Compañía Mexicana de Dinamita y Explosivos. Fue accionista del Banco Nacional de México, de la fábrica de tejidos San Ildefonso, del Ferrocarril de Monte Alto y de El Palacio de Hierro. Como miembro prominente de la colonia francesa en México fundó la Escuela Comercial Francesa, que hacia 1910 ya se había transformado en el Internado Nacional, destinado a los estudiantes del interior del país de la Escuela Nacional Preparatoria, localizada entonces en la glorieta de Miravalle, en la colonia Roma, luego rebautizada como de Cibeles.

 

1910: el reto de la permanencia

 

El capital social de la empresa también aumentaba rápidamente y hacia 1910 las ventas alcanzaban ya los 500 000 pesos mensuales en promedio. Además, fue la primera compañía en el país que aplicó los procedimientos para conducir una campaña mercantil de vasta escala; incluso, llegó a utilizar “aeroplanos” y dirigibles para anunciarse. Para ello contó con el talento creativo de Juan B. Urrutia, quien también realizó cerca de quinientas historietas que aparecían todos los domingos en los periódicos nacionales.

 

Al llegar las fiestas del Centenario de la Independencia de 1910, la fábrica ya ocupaba una manzana entera, con entradas por las cuatro calles que la rodeaban; las mencionadas Buen Tono y Pugibet, además de Delicias y Luis Moya, de acuerdo con su nombre actual. En cuanto a los obreros, los talleres albergaban a mil hombres y más de 1 200 mujeres. Era una de las manufacturas más grandes del país.

 

A diferencia de la mayoría de las empresas que habían alcanzado gran auge durante el Porfiriato, El Buen Tono no se acabó a la caída del régimen; por el contrario, fue capaz de renovarse con las más amplias campañas de publicidad y la incursión en nuevos rubros. Durante el gobierno de Francisco I. Madero, Pugibet, que ya había adquirido el terreno de lo que fue el convento de San Juan de la Penitencia, construyó un nuevo templo dedicado a Nuestra Señora de Guadalupe –el original fue demolido–, el cual se inauguró el 28 de enero de 1912 por el arzobispo de México José Mora y del Río. El evento contó con la presencia de lo más granado de la sociedad mexicana de la época y fue encabezado por doña Sara Pérez de Madero, esposa del presidente de la República.

 

Ese año Pugibet incursionó en nuevos negocios de diversos giros: se anunciaba en la prensa el gran bazar “El Buen Tono”, situado en la “Plaza de San Juan y 3ª calle de Ayuntamiento”, en donde se ofrecía “un variado y extenso surtido de artículos de loza, cristal, cuchillería, baterías de cocina, ferretería, mercería y juguetería. Todo a precios más baratos que las casas del centro”. También se daba el lujo de anunciar la venta del “Vino Mariani”, el mejor tónico y reconstituyente con coca del Perú, mismo que se vendía en la “Farmacia del Buen Tono” (plaza de San Juan 17), al lado opuesto del bazar, en el costado sur del templo recién inaugurado y frente a la entrada principal de la fábrica.

 

 

Esta publicación es sólo un fragmento del artículo "El Buen Tono" de la autora Guadalupe Lozada León que se publicó íntegramente en Relatos e Historias en México número 111.